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DEFENSORES DE OVIEDO

Retablo heróico (2).

Retablo heróico (2).

MUSICA Y BANDA.

El 8 de septiembre de 1936 padeció Oviedo un constante ataque de la aviación enemiga. Durante trece horas, desde las 07.00 horas a las 20.00, aviones procedentes de Carreño soltaron sobre la vertical de la ciudad bombas de distintos tipos: perforantes, contra personal, o incendiarias. Al mismo tiempo, la infantería adversaria atacaba nuestras posiciones de San Esteban de las Cruces, Catalanes y El Campón.

A última hora de la tarde ardían en pompa el convento de los Carmelitas Descalzos, dos casas de la calle Rosal, cinco en San Lázaro y alguna más en el Postigo. Las calles de Oviedo presentaban un aspecto desolador. Una capa de cristales, pedazos de maderas, de balcones de cemento y de puertas arrancadas de cuajo, ponían de relieve las consecuencias del bombardeo aéreo.

Algún extraviado, que en todas partes los hay, llegó en su indignación a pedir que se sacase de la cárcel a los presos. Puedo afirmar, categóricamente, que esto no se le ocurrió a ningún defensor de la plaza.

La respuesta del Coronel Aranda fue rápida, ordenó que recorriesen las calles y plazas la música y la banda de cornetas y tambores del Regimiento de Infantería Milán 32. Los músicos, como es fácil de deducir, desfilaban tropezando aquí y allá con los trozos de materiales desprendidos de las casas semiderruídas, Las sonoras voces de las trompetas, el grave sonido de los tambores, la antigua rúbrica de los pífanos o los clarinetes, los acentos metálicos de los platillos o el contrapunto de las cajas, alzaban un clamor que, al recordarlo, me produce aún ese escalofrío que en tantas ocasiones acompaña a la emoción más honda.

MÉDICOS DE ALMAS Y CUERPOS.

En la estremecedora defensa de la ciudad de Oviedo, que en ningún caso puede olvidar toda persona honesta, los médicos de almas y cuerpos cumplían con una abnegación, en la que no contaba la fatiga, de perfiles extraordinarios.

Los primeros, los médicos de almas, ponían en situación de irse derechos a la gloria de Dios a quienes les solicitaban la absolución “in extremis” o normal.

Los segundos, los médicos en el arte de curar las carnes, el cuerpo, luchaban contra la muerte en una pugna desesperada. ¡Cuántos y cuántos combatientes o civiles salvaban sus vidas por obra y gracia de médicos de todas las edades, que en algunas ocasiones también luchaban con un fusil en las manos si era preciso!. En principio curaban, pero luego participaban en la proeza de defender unos ideales que ellos consideraban justos.

Se podría escribir largo y tendido de los heróicos servicios de los bomberos, de los policías municipales, de los distribuidores de agua, de los conductores de ambulancias y camiones, de los encargados del apoyo logístico. Y de muchas más gentes que defendieron Oviedo sin darle mayor importancia a lo que hacían. No importaban el cansancio, el sueño, la enfermedad o el impacto psicológico en aquellos que sabían que cumplir con el deber es virtud de todo soldado.

 

José Antonio Cepeda

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