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DEFENSORES DE OVIEDO

Ni un paso atrás. La loma del Canto

Ni un paso atrás. La loma del Canto

«No hay que pensar en la pesadumbre del combate, sino en la seguridad de la victoria». (General Antonio Alemán, Caballero Laureado de San Fernando).

De la defensa activa en la plaza de Oviedo, se había pasado a la defensa pasiva. La primera fue posible hasta últimos de agosto, pero las bajas sufridas por los defensores, comienzan, a primeros de octubre, a ser un hecho evidente en las filas de todas las unidades nacionales. La doctrina concebida por el coronel Aranda para defender Oviedo con ventajas, que tengan por objeto inquietar al enemigo, ya no son posibles. Hay que mantener el terreno, aunque con ello se juegue la vida cara a cara.

Todas las posiciones del baluarte ovetense reciben un durísimo castigo a partir del 4 de octubre, aniversario del comienzo de aquella sangrienta Revolución de 1934.

Días antes, aviones de las bases de Carreño y Colunga habían bombardeado Oviedo con líquidos inflamables, provocando algunos incendios en los barrios. La artillería enemiga, constituida principalmente por piezas de 75 y 105 mm: y una batería de 155 mm, manejadas por oficiales profesionales, bate a distancia de 1.500 metros, en algunos casos, las posiciones principales y de enlace. Una de ellas, desde el mismo 4 de octubre, es la de la Loma de El Canto y su avanzada del caserío de La Cruz. Las piezas en su mayoría de 75 mm. están emplazadas en el arrugado terreno próximo a los edificios del Centro Asturiano y algunas en la contrapendiente del Naranco, desde el que se contempla, sin necesidad de prismáticos, la avanzada de la Cruz y la posición de El Canto. El tiro de las piezas, de momento, es espaciado, pero al atardecer cobra un ritmo más rápido. Pronto el enemigo incrementa la potencia de fuegos con obuses de 105 mm., situados en las proximidades de Lugones, en el ala derecha de El Canto, empleando, indistintamente, proyectiles rompedores o contra personal.

Durante la noche se retira la escasa fuerza situada en la avanzada de La Cruz, al tiempo que penetran en el dispositivo de la posición principal, una Compañía del Milán 32 y otra de la Guardia Civil.

Como en la Loma de El Canto está el mando del sector que comprende Vallobín y Los Solises por el flanco izquierdo y la Centralilla de Transformación eléctrica de la Ciudad Naranco y las posiciones de Ferreros y la Cárcel Modelo por la derecha, llegan a dicha Loma el teniente coronel Iglesias Martínez y el comandante Vallespín Cobián.

El día 5 de Octubre el fuego de la artillería enemiga cesa y, poco después, se inician los ataques de la infantería. Este, como viene haciéndolo desde el principio del cerco, lo fía todo al ataque masivo y cerrado. A toda costa quería entrar en Oviedo y tomar café en el Peñalba.

Las fuerzas que operan contra el sector de la Loma del Canto se encuentran a las órdenes de Damián Fernández o lndalecio Menéndez Viejo, con más o menos predicadamento entre sus hombres. El mando de las operaciones, en su conjunto, lo ostenta Ramón González Peña y Juan Ambou, que participaron en la revolución de octubre de 1934.

Los avances de la infantería roja se suceden no solo en un intento de conquistar la Loma del Canto, sino los Solises, Vallobín, el depósito de máquinas del Norte y Ferreros. No obstante, el esfuerzo principal se centra contra la Loma del Canto. Un coordinado plan de fuegos de ametralladoras y fusilería permite rechazar, a costa de muchas bajas, a un enemigo terco y porfiado. A mediodía cae muerto el teniente coronel Iglesias, y toma el mando de la posición el comandante Caballero el cual, con su proverbial valentía, se situó al frente de las tropas defensoras de el Canto, resultando herido, el día seis, gravemente a causa de un disparo de bala que le penetró por el ojo izquierdo, que perdería posteriormente.

Ese día 6 amanece con el cielo cubierto y, al mediodía, llueve. El Canto es un fangal. El barro se pega y convierte los sacos de terrenos en una masa viscosa y resbaladiza. El hórreo que distingue la posición, se ha hundido por un impacto directo de un 105. Unas minúsculas lonas apoyadas en traviesas de ferrocarril, cubren al personal. Dos ametralladoras, enterradas por un disparo de cañón, necesitan urgente limpieza y en ellas se empeñan sus servidores. Restos de pan duro y sardinas sostienen, apenas, los cuerpos de los defensores. A las 14 horas se redobla el ataque y no decae hasta la noche.

La posición aparece desvencijada y es preciso tapar huecos con sacos terreros. Los caballos de Frisa han desaparecido y da la sensación de que el Canto solo cuenta con pechos humanos para su defensa, y estos ya escasean de manera alarmante. Las máquinas Hotchkiss se calientan y gracias a un repuesto de cañones se pueden mantener en condiciones de disparar y otro tanto sucede con los Mauser. Escasean las bombas de mano Laffite, pero merced al trabajo de los talleres de la ciudad, dirigidos por artilleros se cuenta con artesanales granadas. Botes de conserva rellenados con dinamita y clavos. Las mechas se calculaban deforma que provocasen la explosión casi después de ser encendidas. El valor era indispensable al lanzarlas.

Los hombres de Vallespín, que se había hecho cargo del mando de la posición, junto a él, tienen la certeza que con fe en el triunfo ganarán la partida.

El general Aranda, por indicación del generalísimo, ha recibido una felicitación del general Mola en la que comunica que las Columnas Gallegas han sido reforzadas con «legionarios y regulares». El jefe de la plaza lo comunica a todos los defensores y agrega por su cuenta: «Nuestro honor, y el que nos confiere tales muestras de afecto e interés, obliga a todos a no ceder un paso de terreno sin orden expresa, mientras quede alguien con vida. Es preciso que la defensa de Oviedo logre su objetivo a toda costa y pase a la Historia con brillantez inmaculada. A todos os abraza vuestro general», «Antonio Aranda Mata».

En la posición de El Canto, el enemigo, a lo largo del día, ha centrado sus esfuerzos; 96 bajas es el resultado de la acción de la infantería y artillería. Aranda aprovecha la noche y ordena el envío a El Canto de reservas; una sección de la compañía de Janariz, del Milán 32; conductores de camiones, guardias municipales, que tendrían 10 bajas, artilleros, falangistas de la Centuria de Refuerzo y Apoyo Logístico, imberbes requetés, y maduros integrantes del Batallón de Ladreda.

El día 7 se embebe, en pleno combate, una sección de la 189 compañía de asalto mandada por el capitán Pérez Solís acompañado por el también capitán Ibarreta. Su misión era cubrir el flanco izquierdo de la Loma de El Canto y, al mismo tiempo, enlazar con el teniente Mayoral que, con el resto de la compañía, deben sostener en los Solises y Vallobín.

Los tiros de la artillería roja, no siempre dan en el blanco. En bastantes ocasiones, por fortuna, resultan largos e impactan en la torre de la iglesia de San Pedro de los Arcos, muy desmochada, o en los edificios situados frente a la estación del Norte.

Los combates alcanzan ya perfiles numantinos. En El Canto no existe la idea de ceder. Las piezas de las cercanías de los Sanatorios acortaron el tiro sin duda con intención deliberada de crear una cortina de fuego de cegamiento para, posteriormente, permitir que la infantería alcance una distancia de asalto, sin ser vista.

Caen heridos los sirvientes de una ametralladora y el comandante Vallespín se hace cargo de la pieza y empieza a disparar haciendo fuego a ráfagas, y el bravo soldado cae muerto. Poco tiempo antes había comentado; «la muerte no es inútil cuando lega un ejemplo a los que vienen detrás».

Es el día ocho de octubre, se hace cargo de la posición el capitán del Regimiento Milán 32, don Gerardo Albornoz.

El general Aranda había solicitado al general Mola apoyo aéreo. A las 13 horas, al clarear el cielo, aparatos Junkers 52, en una maniobra arriesgada a baja cota, volando en círculo, dejaban caer fardos conteniendo munición de armas ligeras, proyectiles y medicamentos.

La epidemia de tifus se extendía entre la población civil y escaseaban los medios farmacéuticos adecuados.

Mientras los Junkers lanzaban los fardos, aparatos Heinke 46 atacaban las bases de partida de la infantería roja en todo el frente de Oviedo, incluyendo el Naranco.

Al regreso de la aviación nacional a su base leonesa, el enemigo, previa una preparación artillera, se aproximó y tomó contacto con El Canto, la Centralilla de Transformación y Ferreros, pero no pueden consumar el asalto; una resistencia desesperada siembra el terreno de muertos y heridos.

Cincuenta hombres de la cuarta compañía del Batallón de Ladreda, llegan a la Loma y ocupan los puestos vacíos.

Este mismo día, la 3a Bandera de La Legión salva el Puente de Peñaflor, sobre el Nalón, y seguida por el 3“ Tabor de Regulares de Ceuta, conquista las dentadas alturas que lo guardan y fuerza a la bayoneta el Pico de Bolgues. Los Regulares, en el flanco derecho de la Bandera, asegurarán la penetración. El coronel Martín Alonso, Jefe de las columnas de liberación, acuciado por el propio Generalísimo, imprime un nuevo ritmo a las unidades. Franco toma esa decisión para que Oviedo se salve.

El enemigo insiste en sus ataques en masa a El Canto, sin importarle a su mando el precio de vidas humanas. Para aquellos pobres y valerosos milicianos, no existe el orden de aproximación, el contacto y el asalto. El fuego de artillería suple con exceso las carencias de la infantería. La Loma es ya una amasijo de sacos terreros, de traviesas de ferrocarril, de maderas del hórreo, de ladrillos y piedras del caserío.

El enemigo parece fijar la resistencia en la Loma, en tanto la desborda por su izquierda y se precipita hacia Los Solises y Vallobín, lugar este último donde ha caído el teniente Luis Mayoral.

Han muerto muchos oficiales y subficiales, y los escasos hombres que quedan en pié, reciben la orden de aprovechar cualquier resquicio en la lucha para replegarse.

El general Aranda, batidos los nidos de ametralladoras por el intensísimo fuego de artillería, reducidos sus efectivos a menos de quinientos hombres, a consecuencia de las bajas y enfermedades, tuvo que abandonar la línea de resistencia que, desde el primer momento, venía manteniendo y se replegó para colocarse los defensores al abrigo de las casas de la capital.

El recuerdo de la ciudad de Numancia gravita sobre Oviedo.

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