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DEFENSORES DE OVIEDO

Los días en que un niño se convirtió en soldado

Los días en que un niño se convirtió en soldado
 
Fermín Alonso Sádaba vivió una de las peores experiencias por las que puede pasar un niño: la guerra. Era el 19 de julio de 1936 y el por entonces coronel Antonio Aranda, comandante militar de Asturias, acababa de unirse a los generales sublevados Francisco Franco y Emilio Mola. Con tan sólo 13 años de edad se presentó Alonso en la Casa del Pueblo de Oviedo, en la calle Asturias, tomada desde el día 20 por miembros de Falange Española.
Allí se congregó el grueso de los voluntarios para defender Oviedo y entre los más jóvenes se llevaron a cabo unos improvisados exámenes de aptitud militar para formar la Falange de Enlaces, un grupo de unos 50 chavales de entre 13 y 15 años que se encargarían de transmitir partes, telegramas e informes entre las distintas posiciones defensivas de la capital.
 
Fermín Alonso Sádaba, nacido en Menorca en 1923, destacó entre sus compañeros y optó a uno de los puestos de mando de la sección de enlaces. Su padre, militar de profesión, le había aleccionado ya en varias ocasiones desde que se trasladaran a vivir a Oviedo con toda su familia, nueve hermanos en total. Así, jugó y creció en las callejuelas de la capital asturiana, concretamente en los alrededores de la fábrica de armas de La Vega, donde residía.
 
Hijo de padres católicos, creyentes y practicantes, acudía todos los domingos a la iglesia de Santa María la Real de la Corte, donde también atendía el catecismo al salir de la escuela del Fontán. Allí, junto con otros niños de su edad, se alistó en las Juventudes Católicas. «Cuando terminó la Revolución de 1934, descubrí que habían asesinado al párroco de la Corte», recuerda. «Desde aquel momento, comenzó una persecución contra la iglesia, nos pegaban si nos veían solos por la calle. Yo, por suerte, corría mucho», asegura.
 
Alonso hace referencia a las numerosas veces que tuvo que escapar de ’los pioneros’: «No sé si eran socialistas o comunistas, pero tendrían nuestra edad -11 años- o un poco más». Un episodio que marcó sus posteriores decisiones fue «la paliza que le dieron a un amigo mío en el portal de mi casa, cuando me esperaba para ir a ver la escuela de artes y oficios». «Se metían con nosotros por ser católicos», relata aún indignado.
 
Con todo, la vida seguía, pero la tensión, a medida que transcurrían los meses, iba en aumento. En julio de 1936 «los asesinatos de Calvo Sotelo y el doctor Alfredo Martínez daban la impresión de que la situación era insostenible». En efecto, en julio de 1936 se sucedieron momentos de gran incertidumbre en la política y sociedad españolas. Los asesinatos y consiguientes venganzas entre partidarios del Frente Popular y sus detractores actuaron como detonantes de un golpe de Estado que ciertos militares llevaban tiempo preparando.
 
El coronel Aranda se aprestó a reforzar las posiciones alrededor de Oviedo mientras las milicias obreras asediaban el cuartel de Simancas, en Gijón. Así, cuando las tropas republicanas se propusieron tomar la capital, en agosto de 1936, se encontraron con unos emplazamientos fuertemente defendidos.
En ese momento entró en acción el joven Fermín Alonso, llevando partes y mensajes entre diferentes lugares de la ciudad.
 
«En octubre, después de tres meses de asedio, ya escaseaba mucha gente, sólo quedaban mayores y jóvenes». Por ello, tuvo que ocupar un puesto en primera línea. «Estuve en el batallón de Ladreda, que defendía las escuelas del Postigo» con todo el coraje que puede tener un niño de 13 años. «Sabíamos que si entraban nos iban a matar», asegura. Pero el 17 de octubre, los sitiados divisaron en el monte Naranco los uniformes de los regulares del Ejército, que junto a las columnas gallegas, venían a socorrer a los sublevados ovetenses. «Sentí una emoción que no se puede describir, ya estábamos dispuestos a morir y nos liberaron», confiesa.
 
Aunque lo peor no había pasado. El 21 de febrero de 1937, ocho meses antes de la caída de Gijón y el final del frente Norte se produjo «el mayor ataque contra Oviedo». «El día 23, viendo que no podían entrar, bombardearon el hospital», recuerda con precisión ya que tuvo que ir a llevar un mensaje a la zona. «Aquello fue un infierno, por mucho que diga, es poco». Se quedó a ayudar a evacuar a los heridos junto con médicos y enfermeras y al llegar a casa, ensangrentado, su madre se llevó las manos a la cabeza y le preguntó si estaba herido. «Cuando le conté lo que había pasado me abrazó, me dio un beso y no dijo nada más. Aquel beso todavía lo llevo en el corazón», afirma.
 
Aquellos días en los que un niño se convirtió en soldado le marcaron profundamente. «Lo más horrible que hay es una guerra civil, ahí perdimos todos», sostiene. Sin embargo, la vida siguió su curso, inexorable. Y Fermín Alonso, antiguo administrador de la ciudad sanitaria de la capital del Principado, preside hoy la Hermandad de Defensores de Oviedo.
 
Diario El Comercio  17/07/2011

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