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DEFENSORES DE OVIEDO

Estéril y torpe sacrificio.

Estéril y torpe sacrificio.

«Admiro la fe inquebrantable y disciplina con que la población civil sufrió tantas bajas y privaciones». (General Antonio Aranda Mata)

 

La aviación con bases en Carreño, Colunga y Cué de Llanes, bombardeó Oviedo 130 veces, y, 120 fueron contra la población civil. En una sola jornada, 4 de septiembre, bombardearon Oviedo durante trece horas consecutivas. Aquel día, al anochecer, la ciudad presentaba un aspecto estremecedor; edificios derruidos totalmente y otros con fachadas desplomadas, tejados desaparecidos. Los incendios de la iglesia y Convento de los Padres Carmelitas, de casas en San Lázaro, El Postigo o Pumarín, el chalet de Noceda en la calle Uría, desaparecido, y el de Tartiere desventrado, llenan las calles y plazas de grandes piedras, cascotes, maderas arrancadas de cuajo, tejas pulverizadas, muebles destrozados, etc. Pero la población civil no se alteró por ello.

Un estéril y torpe sacrificio ponía de relieve la falta de inteligencia del mando supremo del Ejército Popular en Asturias. Por el contrario, la población respondió de una forma impresionante.

De los sótanos salían figuras, hombres adultos, mujeres, ancianos y niños, demudados, sintiendo el peso del horror, y el conjuro de algo inexplicable, vitoreando a España.

Aranda, en una decisión propia de un Jefe de singulares dotes, ordenó que subieran del Cuartel de Pelayo, la banda y música del Regimiento Milán 32. Las gentes, tropezando aquí y allá avanzó tras los músicos. La sonora fanfarria de las trompetas pone un contrapunto a las marchas interpretadas por la música.

Jesús Evaristo Casariego, oficial de requetés, que manda una reducida tropa encargada de audaces golpes de mano, arenga a la multitud. En la tarde, vencida por la noche, se repite un solo y unánime grito: ¡Viva España. Viva España!... Las mujeres lloran, y sus lágrimas van a parar a sus bocas abiertas para gritar el nombre de España.

Ante el Cuartel General de la Plaza, en la Fábrica de La Vega, se detiene la nutrida comitiva. Aranda con su ayudante, capitán Loperena, y al guardar silencio las gentes, levanta su voz y dice, con los brazos en alto: «Oviedo, mientras cuente con gentes como vosotros, no se rendirá. ¡Empeño mi palabra de honor de soldado!...». No puede seguir hablando. La masa canta el Cara al Sol. Y, antes de repetirlo, voces que parecen salidas de lo más profundo de las entrañas humanas, gritan: ¡España! ¡España! ¡España!.

A la mañana siguiente, volverán los aviones dejando caer sus bombas con un solo objetivo: quebrantar la moral de los habitantes civiles y destrozar sus hogares. Y no adelantan nada. Mueren mujeres en las colas de abastecimiento de víveres o agua. Y niños que juegan en un rincón de una calle enmudecen para siempre.

Un joven e imberbe falangista de la Centuria de Refuerzo, de guardia en la garita de un vagón, trata de representar la tragedia, a la luz de un farol ferroviario, en unos versos balbuceantes:

Los niños también mueren

por el caliente desgarro

de la metralla enemiga.

¿Qué saben los niños

de la torva maldad humana?.

Para ellos todo es juego

en la brumosa mañana.

Los cuerpos se tronchan

al embate de la Artillería,

toda la ciudad es antorcha

en la tremenda porfía.

Manuel Aznar, al escribir acerca de Oviedo en su obra «Historia Militar de la Guerra de España», pregunta: ¿Por qué siguieron los rojos táctica tan torpe como la de bombardear bárbaramente la ciudad de Oviedo, en vez de emplear la Artillería contra los nidos de ametralladoras?. ¿Por qué emplearon sus armas automáticas en tiro directo de un modo casi pueril?. ¿Por qué fue tan escasa en profundidad sus ataques de infantería?

Aquellos bombardeos de aviación y artillería que llenaban de muertos civiles inocentes la ciudad, no sirvieron para obtener un éxito positivo respecto a la suerte de Oviedo como plaza militar.

Aranda, en declaraciones al diario «Región» el 23 de octubre, tras la llegada de las Columnas de Galicia, decía: «No se qué admirar más, si la tenacidad, el valor tranquilo y la fidelidad del soldado que defendió Oviedo, o la fe inquebrantable y disciplina con que la población civil sufrió tantas bajas y privaciones. Viendo esto, crecen los entusiasmos, pues son signos más evidentes de que no han muerto las virtudes de la raza y la fe y los destinos de España».

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