¿El teniente coronel Teijeiro, un golpista fascista?
Por Julio García
Estos términos de «golpista», «fascistas» y similares nos recuerdan los tiempos de la II República, especialmente en 1936 y en la Guerra Civil. Entonces se llamaba «fascistas» a todos los que no eran adictos al Frente Popular. Eran fascistas los monárquicos, los falangistas, los demócratas cristianos de la CEDA, los liberales demócratas y, en general, todos los católicos. Era la clásica terminología marxista.
Pero que ahora se sigan empleando esos términos resulta anacrónico, además de falso.
Para quien conozca la ideología fascista, nacida y desaparecida con Benito Mussolini, sabe que en las Fuerzas Nacionales no había ninguna de pensamiento fascista. Y el Estado Nacional, nacido de la victoria del 1 de abril de 1939, no podía ser, no fue, un Estado totalitario, ya que el Movimiento Nacional era de sentido católico y, como tal, se subordinó a la doctrina y a la moral de la Iglesia católica, y nadie como ésta defiende la dignidad, la libertad y la trascendencia del hombre.
Basta leer las Leyes Fundamentales para comprobar las características del régimen, lejos de coincidencias esenciales con el fascismo.
Por otra parte, hablar del Alzamiento Nacional como una rebelión contra la República y contra un Gobierno elegido democráticamente es desconocer la historia, es ignorar los hechos.
El Alzamiento no fue contra la República ni contra un Gobierno elegido democráticamente.
Entre los alzados había bastantes y destacados republicanos, pocos monárquicos y muchos indiferentes sobre la forma de Estado.
El Gobierno del Frente Popular no tenía ni legitimidad de origen ni de ejercicio.
Está hoy documentalmente acreditado que el Frente Popular obtuvo por medios fraudulentos más de 50 actas de diputados, sin las cuales no hubiera alcanzado la mayoría absoluta que le permitió alcanzar el poder.
Tampoco tuvo legitimidad de ejercicio. El señor Portela Valladares, presidente del Gobierno, acobardado porque las masas del Frente Popular se habían echado a la calle desde la noche del 16 de febrero proclamando su triunfo, presentó al presidente de la República la dimisión irrevocable, sin hacer caso ni del presidente de la República ni de los partidos de derechas que le pedían que esperase a la segunda vuelta y a que se conociesen los resultados definitivos para hacer la entrega del Gobierno por los cauces legales. Y así, el 19 de febrero, a los tres días de las elecciones, llegaba al poder el Frente Popular, con don Manuel Azaña como presidente del Gobierno. Y desde esa fecha ya no hubo más ley que la que imponían los movimientos marxistas con la anuencia del Gobierno.
No es posible exponer aquí lo que fue España entre el 19 de febrero y el 18 de julio de 1936. Desorden público, terrorismo, huelgas continuas, preparación y grandes desfiles de las milicias marxistas, etcétera.
A quien quiera conocer de verdad los hechos se le recomiendan las siguientes obras: «Historia de la Segunda República», tomo IV, de Joaquín Arrarás; «No fue posible la paz», de José María Gil Robles; «Dictamen de la comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 1936», obra de ilustres juristas, magistrados y otras personalidades, cuyo dictamen está en el Ministerio de Gobernación desde 1939. Lo que acabó de decidir el Alzamiento Nacional fue el asesinato de don José Calvo Sotelo, diputado y jefe de un partido político, crimen efectuado por fuerzas del orden público mandadas por el capitán de la Guardia Civil Fernando Condés.
La Guerra Civil fue el enfrentamiento armado entre los que pretendían por la violencia implantar la dictadura del proletariado, según las ideas marxistas y el modelo soviético, y los que defendían una visión cristiana y española de la vida. Esto fue lo esencial del Alza miento. Lo demás son consecuencias de la lucha por alcanzar la victoria.
El teniente coronel Teijeiro no fue, pues, ningún golpista fascista, fue un español que se unió al Alzamiento para la defensa de España y de la civilización cristiana frente a la civilización materialista y atea de los marxistas.
Todo esto no son opiniones, son hechos históricos.
La estatua de homenaje a quien fue el jefe militar que mandó las tropas que entraron en la ciudad e impidió que Oviedo fuese tomado por los rojos debe ser repuesta al lugar del que nunca debió ser retirada, y no hacerlo es un deshonor para esta ciudad y es plegarse al resentimiento de quienes se consideran los herederos ideológicos del Frente Popular.