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DEFENSORES DE OVIEDO

Los bombardeos sobre Oviedo

Los bombardeos sobre Oviedo

Cada vez que oigo a los “rojelios” hablar sobre el bombardeo de Guernica me da pena y me asombra lo eficaz de la propaganda republicana, pensando en los bombardeos que padecimos en Oviedo durante quince meses. Todavía la historia no ha aclarado bien lo del bombardeo de Guernica, pues historiadores hay que dicen que también fue dinamitada, y no precisamente por las Tropas Nacionales. Pero este no es nuestro caso.

Durante quince meses fue Oviedo objeto de bombardeos por parte de la aviación roja; abatido por los cañones durante la noche y el día; morteros que no cesaban de hostigar las calles de la ciudad; tiroteos que, desde las partes más altas de Oviedo, enfilaban sus calles y disparaban contra mujeres, niños y ancianos.

¿Quién no recuerda la bomba que penetró por el portal en la casa del Chorín, explotando en el sótano, donde se habían refugiado varias familias de las inmediaciones, pereciendo casi la totalidad de los que allí estaban y teniendo que sacar sus restos a «paladas››, pues habían quedado sus cuerpos mutilados y la carne se entremezclaba con los cascotes?

¿Quién no recuerda lo sucedido en la última casa de la calle Santa Cruz, donde pasó algo parecido?

¿Quién no recuerda aquel niño, de diez o doce años de edad, que había salido de su casa para llevar un poco de leche al hermanito pequeño y que la metralla traidora segó su vida y yacía, en la Plaza del General Primo de Rivera, en el suelo sujetando con fuerza la lechera, de donde salía el blanco líquido para mezclarse con la sangre de aquel inocente, y que, con los ojos aún abiertos, miraba al Cielo y se preguntaba: «¿Señor, por qué?››?

¿Quién no recuerda a aquellas mujeres que fueron abatidas por el fuego de la artillería cuando esperaban en la tahona para poder llevar un poco de pan a sus hijos?

¿Quién no recuerda a aquellos ancianos que esperaban en la cola del agua y que la metralla canalla había segado sus vidas, con el único objeto de la destrucción de Oviedo y sus gentes?

¿Quién no recuerda las bombas asesinas caídas en el Hospicio Provincial y que terminaron prematuramente con la vida de aquellos niños cuyo único delito era tan sólo el vivir en Oviedo?

¿Quién no recuerda aquel 23 de febrero de 1937, donde las hordas marxistas bombardearon el Hospital Provincial de Oviedo, sin miramiento alguno para aquellos que estaban enfermos o heridos y no podían valerse por sí mismos?

Cuando, al tercer día de la impetuosa ofensiva desencadenada sobre Oviedo por los rojos de Asturias, fueron convenciéndose de que, pese al alud de material de guerra y material humano lanzado contra la capital asturiana, ésta, haciéndoles frente con su ya legendario denuedo, no cedía y, una vez más, les rechazaba, terminaron su fracasada intentona como de costumbre: renunciando a insistir en el ataque a las líneas de defensa, ya que éstas no se dejaban tomar, y dedicándose a bombardear a la gente pacífica e inerme, «merecido castigo» a población tan insensible a la doma.

Pero esta vez la rabia era excepcional, y excepcional fue también el desquite tomado. Les parecía poco, sin duda, el acostumbrado cañoneo a la población civil en sus viviendas. Y la considerable cantidad de munición gruesa que habrían de invertir en ello decidieron dedicarla a ser lanzada, con toda decisión, con toda profusión y con todo encono, contra el Hospital Provincial, harto ocupado a la sazón de heridos militares y civiles.

La artillería roja bombardeó a más y mejor el Hospital, tirando sobre él, desde la cercana posición, a su sabor, a tiro directo, y haciendo sobre él, como era de esperar, magníficos blancos. Los grandes y bien visibles signos indicado-res del humanitario y exclusivo destino del edificio contribuían no poco a afinar la puntería de los artilleros. No se perdía un tiro. Era el desquite.

Hubo que disponer una evacuación del Hospital sin demora. A poco que se tardase, la evacuación sería de muertos, no de heridos. Las granadas llovían sobre el Hospital, sobre el edificio, sobre las puertas de salida y en las vías de acceso. Herido hospitalizado hubo que, acabado de serle quirúrgicamente amputada una pierna, un cañonazo de los bombardeadores le seccionó la otra; heridos hospitalizados hubo que, esperando ser recogidos por los camilleros para su traslado, se arrojaban como podían de sus camas y trataban de huir sin saber cómo ni adónde.

Cuando la evacuación del Hospital, aun en tales dantescas condiciones, se llevaba a cabo, cuando la gran masa de los hospitalizados, los que no quedaron allí víctimas, habían sido trasladados a las ambulancias y éstas marchaban en busca de locales menos conocidos que el Hospital cañoneado, la artillería roja, con visión de los lugares y de los movimientos que constituían el objeto de su predilección, apartó la mira del Hospital y se dedicó a cañonear concienzuda e implacablemente la ruta de retirada de las ambulancias... y a los hospitales improvisados llegaron las que pudieron.

¿Quién no recuerda aquellas escenas de terror de todos aquellos enfermos o heridos que huían como podían de aquel espectáculo dantesco y que, alguno, sin una pierna imposibilitado para andar, se arrastraban pidiendo socorro y rogando a Dios que cesara aquella barbarie que no parecía hecha por raza humana. A aquellos heridos o enfermos que se arrastraban y se agarraban a cualquiera que pudiera andar para que les ayudara a salir de aquel infierno?

¿Quién ha dejado de recordar a aquellos heridos o enfermos que, arrastrándose hasta el Campo de San Francisco, yacían apoyados en sus árboles y, desangrándose, daban su vida por una España mejor?

¿Quién no recuerda tantos y tantos edificios de la ciudad, casi su totalidad, destrozados por la metralla asesina, y dando ejemplo de todos ellos, la torre de la Catedral, mutilada por la barbarie roja?

Por eso digo anteriormente que me da vergüenza ajena tanto cacareo del bombardeo de Guernica y tanto realce de ese triste cuadro que, para mí indebidamente, se enseña en el Casón del Prado.

Pese a todo, el marxismo no llegó a conquistar Oviedo. Por eso, OVIEDO HA SIDO INVICT O Y HEROICO.

 

(Del libro de Oscar Pérez Solís, «Sitio y defensa de Oviedo».)

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