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DEFENSORES DE OVIEDO

La defensa de Oviedo

La defensa de Oviedo

 

 

En algún tiempo refiriéndose a la Defensa de Oviedo, se dijo: Suerte de Oviedo y suerte de España. Porque sin restar méritos a ninguna de las heroicas hazañas habidas en otros lugares, no se puede pensar lo que hubiera sido si  Oviedo no se suma al Movimiento Nacional en los primeros días del Alzamiento.

Si Oviedo no se hubiera levantado por la Causa Nacional, en el corazón de la Asturias roja, sabe Dios lo que hubiera sido de León y Castilla.

Oviedo fue un dique de contención, una barrera, un muro que detuvo la riada roja. Por eso España no ha podido olvidar, ni olvidará nunca, la parte importantísima que Oviedo tuvo en la Guerra de Liberación.

Oviedo es una Ciudad muy difícil de defender, si tenemos en cuenta también la poca cantidad de hombres y material de guerra con que contaba. Oviedo está en una pequeña llanura rodeado de montes por todas las partes. Por un lado el Monte Naranco que domina claramente a la Ciudad. Por otra parte San Esteban de las Cruces; por otra Buenavista con los depósitos de agua. La Loma de Pando lo cierra por otro y de esta  manera Oviedo queda a merced’ de quien domine los altos.

La defensa de Oviedo fue durísima, dificultosa hasta lo increíble, en la que Dios ayudándonos hizo que no se rindiera. Oviedo fue durante tres meses la gran trinchera de España, pero fue, a la vez, un Altar de Dios. Y esta doble condición de Oviedo, hizo de su defensa un crisol de todas las añejas virtudes de la raza.

Era el 16 de octubre de 1936 y ya no había más esperanza que las Columnas liberadoras. En este instante fue cuando el Coronel Aranda envió su mensaje radiado: “Sólo nos queda morir como españoles”.

Y a la muerte se preparaban los defensores cuando en la noche del 16 al 17 de octubre, aparecían las Columnas Gallegas en el Monte Naranco, cuando la guarnición de Oviedo prorrumpió en un grito unánime: “Las Columnas, ya están entrando las Columnas”. Ese grito era la voz de la victoria nacional en Oviedo.

Sin que nadie lo dijera, los defensores de Oviedo se sentían soldados de otra Reconquista, como aquellos de Covadonga que, a cobijo de la Cruz de Cristo, habían creado la España de nuestras grandezas históricas.

La población civil, a los pocos días, recibían los primeros ataques y las incursiones de la aviación roja, que habían de dejar sobre las piedras de las posiciones, las rojas veneras de la sangre de los defensores.

Y junto a los primeros heridos, las primeras mujeres, en funciones de enfermeras, llegaron a los hospitales. La población civil fue la retaguardia tranquila y se caracterizó por recoger el agua de la lluvia, con la que muchas veces lavaron vendajes y ropas ensangrentadas. Ni gritos, sin lágrimas, sin histerismos, con calma serena. Una fe indesmayable, una conciencia de la responsabilidad y una firme y unánime resolución de morir sobre las piedras de su Ciudad amada. No hubo dolor que les fuera extraño, ni sacrificio que las arredrase, ni temor posible de hacerlas abandonar Oviedo. Tuvieron hambre, sed, cansancio infinito, náuseas, cuando las muerte las rodeaba; pero siguieron en pie.

La aviación roja llevó a cabo 131 bombardeos y llegó a arrojar 1.500 bombas en un sólo día. Millares y millares de granadas de cañón redujeron a escombros buena parte de Oviedo. Cuando las Tropas liberadoras iban entrando en Oviedo, volvieron por los fueros de su debilidad. Cayeron de rodillas sollozando para agradecer a Dios el final de la trágica y gloriosa pesadilla.

Mientras las tropas liberadoras iban entrando en la Ciudad, la Bandera de la Patria, al ondear, escribía sobre el azul del cielo un gigantesco INVICTA Y HEROICA, que rubricaba su gloria inmarcesible.

He aquí el sitio y la defensa de la Ciudad de Oviedo, epopeya española que ha sido el asombro de la humanidad y orgullo de una raza imperecedera.

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