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DEFENSORES DE OVIEDO

La sublevación del general Aranda y la defensa de Oviedo

La sublevación del general Aranda y la defensa de Oviedo

(Informe firmado por el mismo General. Archivo de su familia)

EL MANDO MILITAR EN ASTURIAS DE 1934 A 1936

Cuando la situación militar en octubre de 1934 en Asturias se acentuó confusa y peligrosa, el entonces Coronel Aranda, del Servicio Geográfico, fue enviado por el Ministro de la Guerra  para organizar e impulsar las fuerzas allí enviadas. Realizado ésto prosiguió al frente de la Columna hasta terminar la pacificación y desarme de la parte más difícil de la cuenca minera y poco después era nombrado Comandante Militar de Asturias, en sustitución del General López Ochoa, cargo en el que permaneció hasta octubre de 1936, a través de ocho gobiernos y cinco gobernadores civiles, manteniendo siempre una independencia que no excluía el conocimiento exacto y constante de la situación social y política.

Al anunciarse las elecciones de 1936 vio mejor que los políticos el peligro que encerraban, especialmente en Asturias, y preparó la acción militar en la seguridad de la revuelta, concentrando en los núcleos principales y edificios militares todo el armamento y municiones utilizables y elevando a la superioridad militar un plan de organización a que han aludido los rojos como hallado entre los papeles del General Goded, entonces Inspector de las Fuerzas Militares de Asturias. Tras las elecciones y hecho cargo del Gobierno Civil de Asturias el tristemente célebre Bosque, empleó todo su prestigio en frenar su demagogia teniendo que terminar por expulsarlo violentamente de Oviedo, en una noche célebre, y utilizando su coche personal militar para evitar sus propósitos de sublevar la cuenca minera, frente a la decisión del Gobierno de relevarlo a causa de sus injurias contra el señor Calvo Sotelo. A medida que las masas rojas se desbordaban comprendía mejor la necesidad de oponerles inmediatamente un dique, y para ello se presentó en mayo del 36 al señor Azaña, para preguntarle qué medidas se iban a adoptar para cortar los crímenes en aumento y contener el caos existente, a base reforzar el Ejercito y desarmar las masas rojas, obteniendo una promesa tibia de no dejarse desbordar el Gobierno, promesa que hizo pública en Gijón a la Oficialidad, exigiendo de todos la mayor disciplina, mientras el Gobierno se mantuviese dentro de la Ley, y rogando tuvieran confianza en él para elegir el momento decisivo.

Seguro de que la guerra era inminente, ordenó a las guarniciones preparasen la defensa a todo trance de Oviedo, Gijón y Trubia, levantándose para ello planes detalladísimos eligiéndose las posiciones convenientes y efectuándose ensayos del ataque y defensa de las mismas, incluso con cartuchos de fogueo, en forma tal que todos los cuadros de mando conocían perfectamente su misión y forma de realizarla llegado el momento. Ultimados los preparativos llegaron los días trágicos del 17, 18 y 19 de julio. Sin noticias concretas ni instrucciones de ninguna clase, se formaban el día 18 tres expediciones de rojos armados cuya salida para Castilla era imposible evitar por la falta de fuerzas, ya que el licenciamiento ordenado traidoramente por el Gobierno había dejado la guarnición de Oviedo reducida a 600 hombres y a 500 la de Gijón. En su vista ordenó el día 18 la concentración de la Guardia Civil sobre sus cabeceras y el 19 la concentración sobre Oviedo.

El 19, a las cinco de la tarde, recibía el Coronel Aranda una orden del Ministro de la Guerra para entregar el armamento a los rojos, cuyo cumplimiento fue difiriendo hasta el momento de tener reunidas en Oviedo fuerzas suficientes de la Guardia Civil; entonces se evadió hábilmente del Gobierno Civil, donde se hallaba en rehenes con el Teniente Coronel de la Guardia Civil y un Oficial de Estado Mayor y marchó al Cuartel de Infantería a disponer lo conveniente para apoderarse de Oviedo, previa sublevación del grupo de Asalto contra sus jefes rojos. A las diez de la noche Oviedo estaba totalmente en su poder, cayendo prisioneros numerosos jefes rojos, y a la madrugada siguiente estaban ocupadas las posiciones previamente estudiadas que garantizaban la defensa de la ciudad. Gijón recibió la orden de hacer lo propio, como estaba previsto, a media tarde y por no haberlo realizado hasta la madrugada siguiente halló a los rojos prevenidos y muy superiores en número, viéndose obligados a replegarse a los cuarteles, por sumarse a los rojos la Compañía de Asalto y algunas fuerzas del Ejército; allí resistieron heroicamente durante cuarenta días, escribiendo uno de los episodios más brillantes de esta guerra. En Trubia, el Comandante Militar, Director de la Fabrica, traicionó a España, engañó al Capitán de la Compañía encargada de la defensa y entregó la Fabrica a los rojos junto con el armamento de las fuerzas.

El día 20 de julio comenzaba la defensa de Oviedo. Para ello se disponía de unos 1.800 soldados, con siete cañones y 500 voluntarios, en su mayoría de Oviedo y refugiados de pueblos cercanos. Comprendió tres períodos bien marcados El primero de unos veinticinco días de duración se caracteriza por las constantes salidas de la Guarnición para atraer las masas mineras e industriales de Gijón y evitar su marcha a Castilla, de donde habían regresado ya medio deshechas las expediciones que salieron el día 18; se organizaba la vida de la población civil y se afrontaban recursos de toda clase para prolongar la defensa. El segundo período de unos cincuenta días de duración se caracteriza por los constantes ataques de las masas rojas siempre en aumento, contra las líneas fortificadas, ataques siempre rechazados, no obstante reunirse contra Oviedo de doce a catorce mil hombres y perfectamente armados con 40 piezas de artillería y una aviación de gran eficacia, hasta el extremo de haber bombardeado algunos días la población durante trece horas seguidas. El 8 de setiembre caían sobre la población mil quinientas bombas de aviación y dos mil de artillería. Las bajas militares llegaban al 20 por 100 de la población y las civiles pasaban de un millar, en su mayoría mujeres y niños, estando la población recluida constantemente en los sótanos y abrigos improvisados. La carencia de agua potable daba lugar a una epidemia de tifus muy difícil de contener. Los bombardeos habían destruido toda posibilidad de luz, tanto de gas como eléctrica. Los víveres escaseaban, especialmente para niños, viejos y enfermos.

El tercer período comprende los quince días finales del 3 al 17 de octubre, durante los cuales el enemigo no deja de atacar un solo día, con una violencia y un lujo de medios extraordinario, incluso para una población que había sufrido tanto. Decidido el Gobierno rojo a tomar Oviedo a toda costa elevó los contingentes a veinte mil hombres; situó la escuadra en los puertos del Norte; envió a los rojos de Asturias los mejores técnicos rusos y franceses y exigió la ocupación de Oviedo antes de la llegada de las fuerzas de socorro de Galicia.

Todo se estrelló ante la decisión absoluta de defender Oviedo a toda costa. Cuando las bajas impidieron defender las posiciones avanzadas, éstas se fueron replegando una a una, invariablemente de noche y sin perder material alguno, después de haber rechazado los ataques, hasta que reducida la Guarnición a 300 hombres útiles y un centenar de heridos leves pudo el enemigo tomar contacto con las casas de la parte Sur de la población, barrio de San Lázaro y la defensa se hizo calle por calle, casa por casa, muriendo todos en su puesto para ganar tiempo. Cuando un barrio no se podía defender se quemaba, y cuando una casa carecía ya de defensores se volaba con dinamita, de la cual hizo mayor uso la defensa que el ataque. Las defensas se anulaban, quedando a última hora reducidas a un cabo y doce hombres de la Guardia Civil. De noventa oficiales quedaban doce útiles. No obstante, el espíritu no decaía y se preparaba la concentración de los defensores supervivientes en cinco reductos del interior de la población, donde se prolongaría la defensa hasta que cayese el último. Las municiones se agotaban. Ya no había proyectiles de cañón, granadas de mortero ni granadas de mano y del día 14 al 17 pudo prolongarse la defensa por haber arrojado los aviones treinta mil cartuchos de fusil. Hubo que recurrir al empleo casi exclusivo de la dinamita.

El enemigo, aterrado ante las pérdidas tan enormes que sufría y asombrado de aquella defensa, no se atrevió a penetrar en la población por cualquiera de los muchos claros que en la defensa existían. El día 17, a las siete de la tarde, entraban en Oviedo los primeros elementos de las fuerzas de socorro y el sitio terminaba. Aún aquella noche los defensores cedieron su comida a las fuerzas de socorro y las obligaron a descansar, por considerarse aún aptos para sostener sus posiciones y menos fatigados que los bravos gallegos que tanto habían sufrido en su avance.

No fue durante el sitio el peor enemigo el exterior. De las cuarenta mil almas de la población civil la mitad eran rojas o simpatizantes y de ellas había tres o cuatro mil  hombres dispuestos a sublevarse en cuanto hallaran la ocasión. Bastaba la presencia de un avión enemigo para que el saqueo existiese en el interior de la población, y el espionaje y comunicación del interior con el campo enemigo persistieron durante todo el sitio, a pesar de las rigurosas medidas adoptadas. En el último mes una conspiración de rojos, militares y civiles, en combinación con el enemigo exterior, trataba de asesinar al Coronel Aranda en su puesto de mando, salvándose milagrosamente por una confidencia bajo secreto de confesión. Al día siguiente de levantado el asedio salió el ya General Aranda a tomar el mando de las fuerzas de Asturias.

Antonio ARANDA

(Firmado y rubricado)

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