El asedio del Simancas
La Nueva España 22/08/2011
Cada año, el 20 o el 21 de agosto, un grupo de hombres y mujeres se reúne en la iglesia del Colegio de la Inmaculada, en Gijón. Son quienes mantienen viva la memoria de los caídos del regimiento de Simancas, que el 21 de agosto de 1936, hizo ayer 75 años, caía en manos de la República, tras 33 días y 32 noches de asedio. Los últimos del Simancas, el regimiento de infantería de montaña n.º 40 instalado en el Colegio de los Jesuitas, acosados por los republicanos y comandados por el coronel Pinilla, fueron protagonistas de uno de los episodios clave en el inicio de la Guerra Civil en Asturias. Hoy, un monumento del escultor Manuel Álvarez Laviada rinde homenaje a los fallecidos en el otro «Alcázar» de la contienda, con el de Toledo: el de Gijón. Junto al monumento, la frase final del asedio: «Disparad contra nosotros; el enemigo está dentro».
«Fue una heroicidad. Durante un mes soportaron la aviación, los cañones, a mineros cargados de dinamita, pero no fueron suficientes. Aun así, que las granadas se centrasen en el Simancas evitó ataques a Oviedo o a otros sitios, pero adelantó la guerra en Gijón». Quien habla es José Antonio Montero, que el próximo noviembre cumplirá 98 años. Montero vive en Gijón, en la villa del Simancas, y es de los pocos supervivientes asturianos de cuantos participaron en la División Azul, el grupo de combatientes españoles que durante la II Guerra Mundial fue hasta la Unión Soviética para luchar contra el comunismo con el Ejército de la Alemania nazi. Memoria viva de dos de las guerras que marcaron el siglo XX, en Europa y en España.
En su domicilio, Montero atesora libros y documentos relativos a un asedio cargado de dramas y tensiones bélicas. En Gijón, durante el asedio al cuartel en el que resistían los sublevados, igual que en el Alcázar de Toledo, los libros de Historia cuentan que se utilizó a esposas, novias e hijos de los militares para presionar a los acuartelados: «Ríndete, papá... ríndete», escuchaban. Los del regimiento del Simancas y los del cuartel de zapadores de El Coto, un centenar, que había caído cinco días antes y cuyos ocupantes corrieron en apoyo de sus compañeros para morir sólo cinco días después. Los nombres de los caídos siguen en el cuartel, en las lápidas colocadas en la capilla colegial de la Inmaculada, lugar del homenaje de cada año.
A primeros de agosto de hace 75 años, con los gijoneses desplazados a la zona rural, la lucha se centraba exclusivamente en torno al cuartel de Simancas. El coronel Antonio Aranda, máxima autoridad militar en la Asturias de la época, «sabía con qué gente podía contar para la sublevación» contra la República, explica Montero, «aunque algunos le fallaron». No el responsable militar de Gijón, el coronel Pinilla Barceló, responsable del Simancas, base de toda la guarnición militar de la ciudad desde su creación, en 1935, por el ministro de Guerra José María Gil Robles.
El cuartel se puso de parte de los sublevados y durante 33 días soportó el asedio de las milicias obreras, con el apoyo del crucero nacional «Cervera», que trató de contrarrestar a cañonazos la dureza del asedio. «El Simancas evitó que los milicianos pudiesen atacar Castilla», aseguraba hace cinco años, en el 70.º aniversario de la caída del cuartel, el nieto del coronel Pinilla, el también coronel Antonio Pinilla Alonso. Su padre, el general Luis Pinilla, vivió el asedio al Simancas con 15 años, y en una entrevista con este periódico evocaba los días previos al fin del asedio: «Amenazaron a mi padre con matarnos si no se rendía», rememoraba Pinilla, ya fallecido, 66 años después de aquellos hechos.
En el cuartel, pequeños robos en comercios cercanos y algunos animales -entre ellos, dicen, una vaca lechera- ayudaron a los militares a resistir frente al ataque, hasta que el frente republicano pudo más. Con el «Cervera» a la espera en aguas gijonesas, poco después de las siete y media de la mañana -según cuenta el historiador Javier Rodríguez en el volumen «La Guerra Civil en Asturias», editado por LA NUEVA ESPAÑA-, comenzó el último ataque al Simancas. Tras hora y media de fuego de artillería, hacia las nueve de la mañana uno de los proyectiles lanzados desde Ceares impactó en la cubierta de la esquina suroeste del cuartel, cuya estructura de madera ya estaba al descubierto. La granada originó un incendio que rápidamente adquirió grandes proporciones.
La situación se hacía insostenible, el fuego se extendía, los republicanos sometieron al edificio al cañoneo de artillería de diferentes calibres y dinamita para derribar los muros del cuartel, y los defensores se vieron obligados a salir al patio exterior. Al caer la tarde, el coronel Pinilla reúne a los jefes y oficiales amotinados para despedirse: el fuego desatado hace imposible la defensa del cuartel. Menos de una hora después, por un agujero abierto en el muro principal del edificio empezaron a entrar los milicianos.
Es entonces cuando el oficial de comunicaciones logra hacer funcionar uno de los aparatos de transmisión para enviar un mensaje al «Cervera». El mensaje remitido desde Simancas es el siguiente:
-El enemigo está dentro. Disparad contra nosotros.
La llamada «gesta del Simancas» fue silenciada por la propaganda del bando nacional hasta el final de la guerra en Asturias, pero el mismo día de la toma del cuartel, el líder socialista Indalecio Prieto escribe en «El Liberal» de Bilbao contra el «heroísmo inútil» de la resistencia.
El sentido del mensaje enviado por el Simancas sigue despertando el interés de los historiadores, así como el paradero de la colección de dibujos y bocetos de Jovellanos que se custodiaba en el cuartel y que algunos dicen fue puesta a buen recaudo antes de ser pasto de las llamas. Hoy, una maqueta conservada en el Colegio de los Jesuitas muestra a las nuevas generaciones el estado de destrucción en el que el Simancas quedó tras la contienda. «La historia es como ha sido, no como quisiéramos que fuera», sentencia el preside de la Hermandad de Defensores de Oviedo, Fermín Alonso Sádaba.
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