Recuerdos del Oviedo asediado
Jaime Álvarez-Buylla (Médico y presidente de la Sociedad Filarmónica de Oviedo)
«Nací en Oviedo, el 22 de julio de 1931, día de la Magdalena, en un edificio de la calle Principado, aunque la habitación donde me trajeron al mundo daba a Cabo Noval, la misma calle en la que sigo viviendo. Mi familia vivió a continuación en el número 9 de cabo Noval, y allí nos sacaron cuando se produjo el atraco al Banco de España, durante la Revolución de Octubre de 1934. Desalojaron a todos los vecinos de la zona y nos fuimos a la calle Martínez Marina, donde vivían Alfonso Botas y Carmina, hermana de mi madre. Allí, con mi hermana Mari Carmen, desde una ventana, vi por primera vez el fuego. Tenía yo tres años, tan sólo, pero recuerdo esas imágenes. El Banco de España estaba en los que hoy es el edificio de la Presidencia del Principado, en la calle de Suárez de la Riva. El día del atraco vi hombres con fusiles, milicianos, que entraban en el banco. Después, ya digo que nos fuimos a Martínez Marina, a la casa de mis tíos, en la que casualmente había nacido en 1926 Juan Antonio Vallejo-Nájera, el psiquiatra. Era hijo de Antonio Vallejo y de Lola Botas, cuyo padre había padecido un ictus. Ella vino de Madrid a verlo, pero el padre se murió y ella entró en parto, con lo que Vallejo-Nájera nació aquí y se bautizó en San Isidoro. Así que nos desalojaron los milicianos y se produjo el asalto al Banco de España, pero lo que no pudieron fue asaltar las cajas del Banco Herrero. Se llevaron dinero y joyas, porque antes la gente tenía la costumbre de que cuando compraban una joya la metían en el banco de los pueblos o de las ciudades».
Sirena de La Amistad.
«Años después, ya en la Guerra Civil, en nuestra casa de Cabo Noval entró un cañonazo y rompió un trinchero, un aparador, que había en el comedor, y mi madre se alegró mucho porque no le gustaba nada. Era un cañonazo que podía ser de las baterías de Buenavista o de "La Leona", un cañón que había en San Esteban de las Cruces al que bautizaron así por la pierna derecha de Lángara, un jugador del Oviedo fantástico. Eso que se dice ahora de que Villa es el mejor jugador asturiano de todos los tiempos no es cierto; se lo dije una vez a Melchor Fernández: el jugador que más goles metió en menos partidos fue Lángara, que tuvo una media de 1,58 por encuentro. Durante la guerra, cuando se inicia el cerco y asedio de Oviedo tuvimos que marchar de Cabo Noval a la calle de San Juan, a una casa de las señoritas de Tuñón que queríamos muchísimo. Pero resultó que allí estábamos en peligro porque el edifico tenía unas galerías, y nos fuimos a casa de mi abuela Sara Menéndez, que vivía en la calle Uría, número 72, en un edifico en cuyos bajos estaba Casa del Río, una mueblería estupenda. Allí pasamos parte del sitio de Oviedo y recuerdo que cuando venían los aviones a bombardear la ciudad sonaba una sirena de la fábrica de La Amistad, en la calle Río San Pedro, una factoría metalúrgica. Esta abuela Sara estaba casada con Ángel Menéndez y Menéndez, que era de Sobrerriba, un pueblo precioso que está encima de Cornellana, y que había estado en América, donde había hecho dinero, pero tuvo que volver porque sufrió un secuestro. Así que volvió de Cuba, conoció a mi abuela, una señora muy guapa, y tuvieron cuatro hijas y un hijo, que murió hace poco tiempo con 96 años, Ángel Menéndez».
Calibre 15 y medio.
«El edificio de mi abuela, en Uría, 72, estaba al lado del polvorín, pero no había sido destruido en la Revolución del 34, a diferencia de otras casas de la misma calle. Conservo un cuadro pintado por mi tío Plácido Álvarez-Buylla López-Villamil, el artillero, en el que se ven destruidos los edificios de los números 16, 18, 20 y 22. Este tío era pintor de pincel rápido y, a mi juicio, muy bueno; aficionado, pero con una obra interesante de la que conservo varios cuadros. Pero este Plácido Álvarez-Buylla es más conocido porque cuando se inicia la guerra era alcalde de Oviedo Lorenzo López Mulero, del Frente Popular, al que destituyeron, y entonces se crea una comisión gestora del Ayuntamiento que presidió mi tío, como alcalde. Y como "La Leona" zumbaba cañonazos del calibre 15 y medio (eso era lo que yo oía comentar en casa), destrozó el edificio del Ayuntamiento y entonces Plácido Buylla requisó el palacio de San Feliz para trasladarlo. Después lo dejaron en perfecto estado, y mi tío lo dejó reflejado en un cuadro. En casa de mi abuela, cuando oíamos las sirenas de La Amistad, bajábamos al sótano y recuerdo la imagen de ver allí la gente rezando. Pasados los meses, cuando el coronel Teijeiro entró en Oviedo con las columnas de Galicia y se creó el corredor del Escamplero, a los viejos, las mujeres y los niños nos dejaron marchar, y nosotros nos marchamos a Castropol, donde nació mi hermano Miguel».
Aranda y Gerardo Caballero.
«Del matrimonio de mi padre, Tomás Álvarez-Buylla y López-Villamil, abogado, y mi madre, Sara Menéndez García, nacimos seis hermanos (de los que vivimos dos): Tomás, Mari Carmen, el tercero, que soy yo, Miguel, María Cristina y Jorge. Este Jorge fue un chico con Síndrome de Down al que todos queríamos muchísimo y que murió a los sesenta años, de una infección pulmonar. En Castropol estuvimos viviendo enfrente de la biblioteca, un edificio precioso, como todos los de esa localidad. Mi hermano mayor, Tomás, había ido a pasar unos días a Gijón y estuvo allí casi dos años, a causa de la guerra. A diferencia de Oviedo, en Gijón no hubo sublevación de los militares, pese a que el coronel Aranda fue allí a decirle al coronel Pinilla que sacase las fuerzas a la calle y que no se quedase en el cuartel de Simancas, porque podía pasarle como en Oviedo en el 34. Pero Pinilla no pudo salir. En cambio, Aranda, un hombre impenetrable, actuó de otra manera. Él tenía el armamento de la Fábrica de Armas y las municiones, y el gobernador civil, Lausín, le dijo que las entregase al pueblo. Lausín había llegado a Oviedo unos días antes, hacia el 12, a tomar posesión, y había venido en tren junto a Gerardo Caballero, el comandante, que años después me contó numerosos detalles de aquellos días. Lausín le dice a Aranda que entregue las armas a los milicianos y a quienes habían estado encarcelados en la prisión de Oviedo, pero el coronel le replica que eso dependía del ministro y que tenía que recibir una orden de éste para hacerlo. Le llegó la orden y entonces Aranda reunió a los oficiales. Esto me lo narró también Epifanio Loperena, un capitán ayudante de Aranda, casado con una Argüelles, de Teverga y emparentado con Muñiz Toca, ese director de orquesta que fue verdaderamente genial, con calle en Oviedo y sepultura en el cementerio de San Salvador».
Entrada para los toros.
«Aranda reunió a los oficiales y les consultó la orden recibida. Ellos el dijeron que de ninguna manera, y el coronel redactó la nota en la que decía que no cumplía las órdenes por ser contrarias al honor militar. Y se sublevó, con lo que manda levantar la defensa de Oviedo, que hizo prácticamente con ametralladoras. Lo que me contó Gerardo Caballero es que él mismo estaba metido en la conspiración del levantamiento. Caballero estaba castigado en los Pirineos y le mandan ir a visitar a Zaragoza al general Cabanellas, el más antiguo del escalafón. Cabanellas le tenía simpatía a Caballero porque un hijo del general había estado destinado en la Guardia de Asalto de Oviedo, en el cuartel de Santa Clara. Cabanellas le explica lo que estaban preparando y cuando Caballero regresa al hotel se encuentra con una entrada para los toros. Se fue a la plaza y a su lado se encontró con un señor que le dijo: "Tiene que ir usted a Oviedo y hablar con Aranda, porque nos sabemos nada de él"».
Excursión a Salime.
«Todo esto nos los contó Gerardo Caballero a Fernando Rubio y a mí durante un viaje a Grandas de Salime, precisamente un 18 y 19 de julio de hace unos cuantos años. Caballero tendría entonces unos ochenta años y estaba muy bien todavía. Se veía que era un hombre con una autoridad terrible. Don Gerardo llegó a Oviedo en el tren, y se encontró en la estación con Amador Fernández y González Peña. Fue a casa y después quiso ver a Aranda, que no lo pudo recibir. Aranda vivía en una casa de la calle de Marqués de Teverga, cerca de la Academia Ojanguren. Al cabo de un tiempo, Caballero recibió el mensaje de que tenía a su disposición un coche Topolino en la plaza de América y que fuera a ver al coronel Aranda. Habló con Aranda y le dijo que se hiciera cargo del cuartel de Santa Clara. «Vamos a intentarlo; necesito dos camiones de guardias civiles". Y en esos camiones iban ovetenses como los Flórez, Luis y Mariano, y otros muchos desaparecidos. Caballero tomó el cuartel de Santa Clara después de un tiroteo. Él nos contó cómo el comandante Ros se refugió en el polvorín del cuartel y cómo, por su parte, desde una galería él arengó a los que estaban en el patio. Empezaron a tiros contra Caballero, aunque no le alcanzaron; únicamente le atravesaron la guerrera. Respecto a Ros y a otro que se había metido en el polvorín, el comandante Caballero les dijo a los suyos: "Como estos se van a rendir, los cogéis y los lleváis a la comisaría". Contaba don Gerardo que Ros y el otro salieron con una bandera blanca, pero a tiros, y los que estaban en el patio los abatieron. Caballero comunicó a Aranda que Santa Clara ya era suyo el coronel le nombró gobernador civil y presidente de la Diputación. Todo esto que él mismo nos contó deja clara la actuación de Gerardo Caballero, pese a que a veces se dice que no quería adherirse a la sublevación, pero lo cierto es que intervino en la conspiración desde el comienzo».
Entrevista concedida a "La Nueva España". (Agosto 2011)
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