Los combates del 8 de Septiembre
El día 8 de Septiembre de 1936, festividad de Nuestra Señora de Covadonga, la Santina para todos los asturianos, fue un hito que no cabe ignorar en la historia de la defensa de Oviedo. El Ejército Popular, en un durísimo ataque contra la línea nacional de San Esteban de las Cruces, en concreto, El Bosque y la cima de El Calderu, no se contenta con atacar con más de tres mil hombres las posiciones citadas, sino también, en una maniobra secundaria, La Cadellada y El Mercadín.
Al mismo tiempo, la Artillería dispara sobre la ciudad desde las alturas de la sierra del Naranco, Sograndio, Lugones y La Grandota. Pero por si esto no fuera bastante, la aviación procedente de las bases de Colunga y Carreño bombardea, a la par, las posiciones de San Esteban y la población ovetense. Se cifra en 1.500 bombas de aviación y 2.000 proyectiles de Artillería los arrojados propiamente en la ciudad y en el sector de San Esteban de las Cruces.
La población civil, aterrada, se ha hundido en los sótanos o busca refugio en los túneles del Norte y el Vasco.
Los defensores de El Bosque y el Calderu, unidos por inconsistentes trincheras, se guardan como pueden del áspero batir de la artillería. Y, cuando ésta cesa en sus disparos, para que avance la infantería, los hombres de la Guardia Civil y del Regimiento Milán 32, mandadas estas últimas por el capitán Sánchez Herrero, que guarecen el sector, entran en tensión y aguardan a que los milicianos se pongan al alcance de sus fusiles.
El teniente Castillo, de la Guardia Civil, jefe de una de las posiciones, da la orden de fuego, mientras Maderuelo, del mismo instituto, hace lo propio en El Calderu. Las ametralladoras inician la acción y su crepitar se confunde con el de los fusiles ametralladores y los fusiles. El fuego cruzado da positivos resultados y la primera oleada de asaltantes detiene su avance.
Muertos y heridos yacen en la tierra de nadie. Se lucha cuerpo a cuerpo. Cae el teniente Maderuelo y un cabo del Milán 32, ya distinguido en los combates de Lugones, Francisco Javier Alonso Sádaba. Mueren y son heridos más guardias y soldados sin ceder terreno. Los defensores logran rehacerse y se sostienen en precarias condiciones hasta que llegan dos secciones de la 189 Compañía de Asalto, a las órdenes del capitán Curiel y un pelotón de la Centuria de Refuerzo. Acude, a la vez, una batería de obuses de la plaza.
Tras otra preparación artillera, que desbarata aún más los puestos nacionales, la infantería del Frente Popular, repite sus asaltos. Cae muerto Curiel y herido el teniente Collado Vaquero. La llegada de las dos secciones de Asalto, al mando de Curiel, había contenido el avance de los rojos que, a favor de un intensísimo fuego de sus baterías, habían ocupado avanzadillas de la posición. Pero la partida era desigual, y se hacía muy necesario que llegasen refuerzos lo más pronto posible.
Para reforzar los puestos nacionales, llega otra sección de la 189 compañía de Asalto, al mando del capitán Pérez Solís.
Un extraño blindado sube lentamente desde la hoya de El Calderu. El teniente Luis Mayoral, con varios guardias de asalto, lo inmoviliza y destruye lanzándole cartuchos de dinamita a los bajos. Se trataba de una «apisonadora» blindada en la Fábrica Duro Felguera.
El combate decrece por momentos. Al atardecer, casi entre dos luces, rojos y nacionales se preocupan de recoger a sus muertos. Los heridos de uno y otro bando, han sido rescatados en medio de la lucha. Durísima misión la de los camilleros,… y heróica. Salir a cuerpo limpio en busca de un herido que pide auxilio, que es posible que se desangre, requiere un templado valor que acaso no se reconozca en su verdadera dimensión.
En total 64 bajas, entre 21 muertos y 43 heridos, por parte de los nacionales; pero los rojos no han podido tomar las posiciones.
Si el ataque es siempre un acto de fuerza, su potencia debe ser suficiente para obtener el resultado que se persigue, como dice en el «Diccionario Enciclopédico de la Guerra» dirigido por el teniente general López Muñiz, habrá que pensar que en el sangriento combate de San Esteban de las Cruces, algo falló en el Ejército Popular. Este poseía superioridad numérica aplastante. ¿Cómo se concibe que una intensa preparación artillera y una masiva fuerza de infantería — tres mil milicianos contra 250 guardias civiles y soldados del Milán 32, de 100 guardias de asalto y 18 de un pelotón de la Centuria de Refuerzos, no pudieran vencer?.
Manuel Rubio Cabeza, en su «Diccionario de la Guerra Española», señala: «En el sitio de Oviedo, el factor psicológico fue un aglutinante de todos los resortes civiles y militares de una multitud. Los combatientes conocían la situación real y nunca se les ocultó la verdad; pero también la necesidad de morir en sus puestos. Esta compenetración entre jefes y soldados basada en el conocimiento de una realidad amarga y el orgullo de cumplir una misión trascendente, constituyó una lección histórica que no debe olvidarse».
Los combates de San Esteban de la Cruces, el 8 de septiembre, y los de la Loma de El Canto, en los primeros días de octubre, constituyeron la llave del resto de la defensa. Derrumbados ambos sectores, la resistencia adquirió un tono patético. San Esteban y El Canto eran como dos altas torres que, una vez derribadas, permitieron al enemigo realizar ataques prácticamente en hirientes flechas. El coronel Aranda, refiriéndose a los combates de San Esteban de las Cruces, afirma: «CON HOMBRES ASI, OVIEDO ES INEXPUGNABLE».
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