Decreto de concesión de la Cruz Laureada de San Fernando a las fuerzas defensoras de Oviedo
S. E. Generalísimo de los Ejércitos Nacionales, como resultado del juicio contradictorio instruido al efecto, y de conformidad con lo informado por la Junta Superior del Ejército, se ha dignado conceder la Cruz de San Fernando, Colectiva, a las fuerzas defensoras de la plaza de Oviedo, que tan heroicamente y con tesón digno de los hombres de España, supieron resistir un asedio de noventa días frente a un enemigo mucho más numeroso y mejor provisto de armamento y material de guerra, sin sentir ni un instante desaliento, como aquellos otros caballeros del ideal que, en las montañas asturianas, asentaron un día los cimientos de la unidad, libertad y grandeza de España.
Burgos 3 de noviembre de 1937. -Segundo Año Triunfal. -El General Secretario, Germán Gil Yuste.
Relación sucinta de los méritos contraidos por las fuerzas defensoras de la plaza de Oviedo.
Tomada por el Coronel Comandante Militar de Asturias la decisión de unirse al Movimiento Nacional, vista la actitud de gran número de mineros con armas que se iban congregando en la plaza de Oviedo, reunió aquél en la mañana del día 19 de Julio de 1936 a los primeros Jefes de los Cuerpos de la guarnición, a los cuales preguntó si podía contar con las fuerzas de su mando al expresado fin, y obtenida contestación afirmativa, comenzó la defensa de la plaza, para lo cual se disponía de unos quinientos hombres del Regimiento Infantería Milán número 32, poco más de doscientos del Grupo de Artillería, ochenta del Parque Automovilista de Ingenieros, veinticinco de Intendencia, quince de la Sección topográfica de Burgos, de ochocientos a novecientos de la Guardia Civil y doscientos cincuenta del Grupo de Asalto, a los que unieron en los primeros momentos unos cuatrocientos falangistas. Con tales fuerzas se ocuparon algunas posiciones importantes, ante lo cual los mineros fueron abandonando la ciudad seguidos de los vecinos de ella simpatizantes con su causa; no tardaron mucho en presentarse, armados y en actitud hostil, ante aquéllas, llegando a constituir en los primeros momentos ya una fuerza diez veces superior en número a la de los defensores de la ciudad. No obstante, éstos, bajo la admirable dirección del entonces Coronel Aranda, efectúan, a partir del 23 de julio, algunas operaciones para rectificación de líneas, municionar y reforzar algunas posiciones, proteger la retirada de destacamentos, llevar a cabo reconocimientos, y aún otras de carácter ofensivo para ocupación de distintos lugares por conveniencia para la defensa del sitio, o para desalojarlos de enemigos.
Durante los 90 días del asedio de la ciudad de Oviedo, las fuerzas que las defendían, animadas de una alto espíritu militar, resistieron heróicamente los fortísimos ataques de los sitiadores, no obstante el crecido número de bajas que sufrieron sin ceder un palmo de terreno mientras el mando no disponía el repliegue o la evacuación de una posición, y la desproporcionada extensión del frente que alcanzaba 16 kilómetros de longitud.
Singularmente desde el día 4 de octubre en que las fuerzas sitiadoras empezaron el ataque general a todos los frentes, que duró sin interrupción hasta la noche del 17 que la ciudad fué liberada por la columna que acudió en auxilio, los defensores de Oviedo, a pesar de ser escaso el número de los que quedaban y estar éstos sumamente extenuados y contadas las municiones de que disponían, resistieron los constantes bombardeos y acometidas del enemigo y se replegaron a la línea interior que el mando ordenó, con precisión y orden, economizando bajas y salvando el material, armamento y municiones, con una disciplina y un valor extraordinarios.
Día hubo durante el asedio en que los bombardeos de la aviación y artillería duraron 13 horas consecutivas, y en algunos hasta por la noche hubo de sufrir la ciudad esos ataques sin que por ello se observara el menor síntoma de desmoralización entre los atacados, cuyo alto espíritu no fueron tampoco bastante a disminuir la lógica escasez de víveres y agua, las enfermedades y la fatiga, ni las bajas que, así la población civil como la militar, sufría de continuo, dándose por el contrario casos de magnífico patriotismo, pues hasta hubo padre que, al saber la muerte de su hijo en las avanzadas, pidió insistentemente, a pesar de sus muchos años, ocupar el puesto de aquél.
Desde el más alto Jefe hasta el más humilde defensor de Oviedo, todos, compenetrados de su excelsa misión, pusieron a contribución cuanto, dentro de sus facultades y aptitudes, podían dar para que la resistencia llegase hasta el último extremo, conservando siempre su fe ciega en la nobleza de la causa que sostenían y en el imponderable valor material y espiritual de sus caudillos.
(B. 0. 6 Noviembre 1937 - N. 382 - Páginas 4.206-4.207)
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