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DEFENSORES DE OVIEDO

San Claudio, la batalla olvidada

San Claudio, la batalla olvidada

El 2 de marzo de 1937 un sangriento enfrentamiento se desata en el lugar hoy ocupado por el cementerio de San Claudio, que supone uno de los últimos coletazos de la ofensiva republicana sobre Oviedo y su «pasillo». Extremadamente violento, muchos asturianos dejaron su vida en un ataque poco conocido y tan infructuoso como inútil.


 

La ermita de San Claudio fue el objetivo marcado por el mando republicano el 2 de marzo de 1937 para tratar de cortar la comunicación principal de los nacionales con Oviedo, ya fuertemente amenazada desde la ocupación reciente de la posición de Pando. Tras la ermita, se pretendía luego continuar a la loma de La Llama, Cimadevilla y San Roque, hasta enlazar con la loma de Pando. El flanco izquierdo de las tropas republicanas estaba protegido por las posiciones de Rebollada, Planadera, Pedreo y Feleches. El flanco derecho, aunque en manos de los nacionales, estaría protegido por las posiciones de Sograndio, con tres baterías artilleras, y Feleches, con otras tres baterías. La ermita está defendida por fuerzas moras y Guardia Civil.

En un día lluvioso, con viento huracanado y frío, la operación es encomendada a la 10.ª Brigada de Infantería, que manda el comandante Damián Fernández. Tiene en Planadera su puesto de mando. Toman parte en la acción dos compañías de los batallones de Infantería «Asturias 27», también llamado «Mártires de Carbayín» y de «Asturias 42». Después de un breve ataque artillero, poco después de las tres de la tarde, asaltan la posición por el Sur y el Oeste. Las consecuencias serán una fugaz victoria y una verdadera sangría de muertos y heridos.

Media hora más tarde, la posición es tomada, sin que sea abandonada por el enemigo. Unos y otros se encuentran a escasos metros. La Infantería del «Mártires» se distingue al ocupar la iglesia y un hórreo situado más al Sur, y pronto comienzan a fortificar los lugares ocupados. Las bajas comienzan a ser numerosas y se solicitan refuerzos. Una compañía del «Piloña», mandada accidentalmente por el capitán Silvino Pandiella, de Bimenes, es enviada de refuerzo, pero se queda en las trincheras del punto de partida, negándose a subir al cementerio y a la ermita, donde ya la situación es insostenible. Es entonces cuando tiene lugar un hecho trágico. El comandante de milicias Agustín del Campo, jefe del «Asturias 27», hombre controvertido y de fuerte temperamento, tiene órdenes claras: pegar un tiro a quien retroceda o se niegue a avanzar. Insiste varias veces ante un capitán, que se muestra reticente. La situación arriba es desesperada, el enemigo contraataca ya y las bajas crecen. Agustín del Campo sale de la trinchera y realiza una última amenaza: «O subes con tu fuerza o te fusilo». Una nueva y suicida negativa del capitán colma de rabia al comandante, que allí mismo lo ejecuta. Sus hombres, aterrados, salen de sus trincheras y acuden a reforzar. La disciplina se mantiene a cualquier precio. Un premonitorio artículo en el socialista «Avance» preconiza la «disciplina a rajatabla en el Ejército Popular».

Cuando anochece, las fuerzas nacionales aún se mantienen en el cementerio y en una trinchera aledaña. A veinte metros, siguen los republicanos, cuyas bajas son cuantiosas para sólo media jornada: veinte muertos y más de doscientos heridos, muchos de ellos graves. En las siguientes jornadas, los hospitales de Trubia y Mieres, adonde eran trasladados los heridos, contabilizarán un goteo incesante de nuevos fallecidos. Más de treinta componentes de las fuerzas asediadoras dejaron la vida allí. Los combates seguirán durante varios días, pero los nacionales, tenaces, no ceden nunca terreno.

La ermita quedó tan destruida que se construyó una nueva en el pueblo. Algunos de sus restos se conservan en el Museo Arqueológico. Hoy sólo queda el cementerio, desde el que aún se puede observar el escenario del combate. La Planadera, una loma a un kilómetro hacia el Oeste coronada con un gran búnker, nos sitúa en el puesto de mando de la operación. Sograndio, al sur de la ermita, aún conserva un búnker, además de numerosos nidos y posiciones artilleras.

 

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