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DEFENSORES DE OVIEDO

76º aniversario de la Liberación de Oviedo

76º aniversario de la Liberación de Oviedo

El heroísmo de los defensores del Simancas (2)

El heroísmo de los defensores del Simancas (2)

A partir de entones la situación se hizo aún más confusa. El coronel Pinilla cambió impresiones con algunos mandos y se tomó la decisión de intentar forzar el cerco y dirigirse a Oviedo. Se repartió entre los soldados el equipo de marcha, cincuenta cartuchos, latas de conserva, tabaco, cantimplora y manta. Se cargó en algunas de las caballerías otro material y se intentó destruir todo el armamento que no se podía llevar.

A las cinco, unos cinco soldados se descolgaron por las ventanas que había frente a la carretera de Ceares y se desparramaron por el jardín: "¡No tirar, no tirar, que son soldados!". Siguieron saliendo soldados con los brazos en alto. También heridos. De repente, desde la puerta principal del Simancas se inició lo que la prensa republicana de Gijón calificó de «ofensiva terrible. Bombas, morteros, fusilería». Eran los oficiales que salían disparando. Desde el exterior fue rechazado su intento de salida, y el fuego de todas las armas se concentró sobre ellos. Los milicianos respondieron con el asalto en masa al cuartel, lo que dio inicio a una terrible lucha que, en algunos casos, se libró cuerpo a cuerpo. A partir de ese momento se debió de desencadenar una auténtica matanza. De los oficiales sólo quedaron con vida el teniente de navío Ángel Riva Suardíaz, que estaba herido y fue salvado por un miliciano de Gijón y un anarquista, según su propio relato; el capitán del cuerpo jurídico Juan Lázaro Fernández, el capitán médico Soutullo, el alférez de Infantería Felipe Campos y el capitán Hernández del Castillo, que estaba arrestado. El resto fueron muertos allí mismo o fusilados en la playa, y lo mismo ocurrió con un buen número de suboficiales.

En total, según algunos recuentos, entre los dos cuarteles gijoneses resultaron muertos un coronel, dos tenientes coroneles, cinco comandantes, catorce capitanes, un teniente de navío, diecisiete tenientes, siete alféreces, nueve brigadas, un maestro herrador, veintiún sargentos, veinticinco cabos, seis guardias civiles y, al menos, veinte soldados, incluidos en estos números los fusilados posteriormente. Las pérdidas por parte republicana fueron también cuantiosas.

En el incendio del Simancas se perdió también para siempre la colección de dibujos reunida por Gaspar Melchor de Jovellanos, y donada por éste al Real Instituto Asturiano, luego Instituto Jovellanos, razón por la que se hallaban en el antiguo colegio de jesuitas, así como un gran número de manuscritos y documentos históricos.

El final del cuartel de Simancas fue silenciado por la propaganda del bando nacional. La prensa de Oviedo dejó, sin ninguna explicación, de dar noticias de los cuarteles de Gijón. En medio de la guerra, reconocer la caída del cuartel en poder de los republicanos dañaba la moral propia, a diferencia de lo que había ocurrido con otros importantes asedios, como el del alcázar de Toledo o el del santuario de Santa María de la Cabeza, que al conseguir resistir habían sido ampliamente explotados como ejemplos. Por eso la calificada de «gesta del Simancas» no se empezó a divulgar de forma propagandística por el bando nacional hasta el final de la guerra en Asturias.

Fue entonces cuando se aireó como prueba de la heroicidad suprema de los defensores del Simancas un supuesto mensaje que el coronel Pinilla habría ordenado enviar al crucero Cervera, cuando ya los milicianos habían entrado: «El enemigo está dentro. ¡Disparad sobre nosotros!». Al que desde el crucero respondieron: «Recibido despacho. Démelo cifrado». Para finalmente replicar desde el Simancas: «No hay tiempo de cifrar».

El asunto no deja de ser una mera anécdota, pues, sea cierto o no, en nada cambia los hechos, ni sube ni baja ningún grado la tenacidad en la resistencia que sus defensores mostraron hasta el final, recompensada por el mando nacional con la cruz laureada de San Fernando a título colectivo y con la individual al coronel Pinilla y al teniente de navío Ángel Riva, la máxima distinción militar en cuanto al valor.

 

Diario La Nueva España 29/08/2011

El heroísmo de los defensores del Simancas (1)

El heroísmo de los defensores del Simancas (1)

El fallido intento de salida de las fuerzas del cuartel gijonés del Simancas en la tarde del 19 de julio de 1936 hizo que al día siguiente, cuando al fin el coronel Pinilla logró organizar sus fuerzas, ya no contara con el factor sorpresa como en Oviedo. En Gijón, tanto los anarquistas de la CNT como los comunistas estaban preparados para repeler el intento de sublevación militar y además tuvieron tiempo para reunir algunas armas. Los dirigentes del Frente Popular se instalaron en el Instituto Jovellanos, donde tenía su cuartel la Guardia de Asalto, impidiendo que ésta se sumara al levantamiento militar. Además, en la noche del 19, llegó a Gijón con algunas armas un grupo de cenetistas de La Felguera, dirigido por Higinio Carrocera, que había desarmado el puesto local de la Guardia Civil.

La salida de las fuerzas del Simancas, tras ser arengadas por el coronel Pinilla, fue anunciada por fuego de mortero, según habían convenido con el resto de tropas, las de Zapadores, Guardia Civil y Asalto. Eran las cinco y cuarto de la mañana y las sirenas de barcos y fábricas replicaron para movilizar a la población. Desde el primer momento las fuerzas fueron hostigadas e, incluso, una de las compañías que salieron del cuartel, una vez fuera, desarmó a sus oficiales y desistió de sublevarse, sumándose los soldados a los que defendían la República. No tuvieron más éxito los Zapadores y la Guardia Civil, de manera que al mediodía del 20 la sublevación se puede dar por fracasada en Gijón, y casi todas las tropas tuvieron que retirarse a sus cuarteles. Además, las milicias populares que se habían ido formando fueron reuniendo algunas armas, entre las que aportaron los soldados que se pasaron, las perdidas por otros y las cobradas al destacamento del cerro de Santa Catalina, rendido a los anarquistas de Higinio Carrocera.

Mientras en Gijón fracasaba la sublevación militar, en Oviedo se declaraba el estado de guerra a los sones del himno de Riego. Las autoridades militares se hacían con el control de los principales recursos. El comandante Caballero fue nombrado delegado de Orden Público; el teniente coronel Ayuela, de la Fábrica de Armas de Trubia, se hizo cargo de la Diputación, y el capitán Almeida, del Ayuntamiento.

En la Fábrica de Trubia, su coronel, José Franco Mussió, se mantuvo en una situación de indefinición. Permitió que las familias de los militares marcharan a Oviedo llevando el dinero y unos obturadores necesarios para el funcionamiento de los cañones de 105 mm, se negó a entregar armas a los obreros y concedió al personal dos días de permiso retribuido mientras se aclaraba la situación. Pero se negó a destruir unos transformadores eléctricos como le pedía el coronel Aranda. Esta situación duró todo el día 20, hasta que el 21 llegaron los primeros grupos de mineros que habían salido en la noche del 18 hacia Madrid, con el comandante Ayza Borgoñós a su frente. Éste portaba una orden firmada por el general inspector del Ejército Gómez Caminero en la que lo nombraba jefe de las fuerzas gubernamentales en Asturias. El coronel Franco se plegó ante ella y Ayza se hizo cargo de la situación. Licenció a los soldados de la compañía que estaba en Trubia y entregó armas a las milicias, tal como había ordenado ya el Gobierno de la República. Casi inmediatamente se formó un grupo que salió hacia Oviedo, donde los milicianos habían comenzado a formar un cerco.

En Gijón, las tropas se replegaron a sus cuarteles, y algunos grupos que quedaron aislados fueron reducidos por las milicias. Ya desde antes de que salieran a la calle las tropas, se había constituido un denominado Comité de Defensa, de mayoría anarquista, que comenzó a hacerse cargo de la situación, en paralelo al Ayuntamiento gijonés, que presidía Jaime Valdés. Ante el Comité de Defensa y las autoridades municipales se presentó el comandante Gállego, un militar que había estado destinado en Gijón y que estaba casado con una asturiana, razón por la cual se encontraba de veraneo en la villa, siendo nombrado asesor militar. A la noche del 20, se encontraban encerrados en sus cuarteles los militares del Simancas, de El Coto y los guardias civiles en su cuartel de Los Campos. En éste, la situación era muy comprometida, pues junto a los guardias vivían sus familias y al producirse los primeros disparos se produjeron escenas de pánico. Así, tras la mediación del comandante Gállego, los guardias civiles se rindieron y fueron detenidos en la Iglesiona.

El día 21 de julio, el comandante Gállego se puso en contacto con los jefes del cuartel de El Coto y de Simancas para que depusieran su actitud y acataran las órdenes del Gobierno. Tanto el teniente coronel Valcárcel, de Zapadores, como el coronel Pinilla, del Simancas, rechazaron su mediación. Posteriormente, el comandante Gállego se dirigió por radio al pueblo de Gijón anunciando que «de no deponer su actitud las mencionadas fuerzas, se llegaría a medios terribles para hacerles capitular».

Tres días después de iniciado el levantamiento militar, sólo en Oviedo habían triunfado los militares rebeldes, mientras en Gijón permanecía encerrada en sus cuarteles parte de las guarniciones del Simancas y de El Coto. Concentrada la Guardia Civil en Oviedo, salvo la de La Felguera, que no pudo hacerlo, el resto de Asturias permaneció fiel a la República. Una serie de comités locales se fue haciendo cargo de la situación en los diversos concejos, en unos casos solapándose con las autoridades municipales y en otros ocupando su lugar cuando los ediles pertenecían a los partidos que habían apoyado tácita o expresamente el alzamiento militar.

El golpe militar, cuyo principal organizador había sido el general Mola, no había conseguido el fácil triunfo que sus protagonistas esperaban. Los militares habían pensado que se reproduciría lo ocurrido en 1923, cuando el general Primo de Rivera se pronunció en Barcelona y luego todas las capitanías generales se fueron adhiriendo. Ahora, sin embargo, más de la mitad de España permaneció fiel a la República y en tres días ya se había derramado bastante sangre. Lo que siguió fue una guerra civil que enfrentó a dos Españas y que se iba a prolongar a lo largo de casi tres años.

En Asturias, los cuarteles de Gijón fueron el primer frente. Un segundo se situó en Oviedo, donde el coronel Aranda hizo en los diez últimos días de julio algunos intentos de salida, a los que respondieron desde el bando republicano con el incremento del cerco sobre la capital, que en los primeros días estuvo bastante desorganizado. Un tercer frente se abrió a finales de julio con la salida desde Galicia de una primera columna de socorro para los sitiados en Oviedo y Gijón. La primera de las columnas gallegas traspasó el Eo y avanzó por la costa. Una segunda expedición lo hizo por las montañas del suroccidente poco después, dando inicio a un movimiento que acabaría por dejar en manos del bando «nacional» una buena parte del Occidente.

El cuartel de Simancas estaba establecido en el antiguo colegio de los jesuitas, un edificio construido en 1890 y que ocupaba una manzana de más de 20.000 metros cuadrados. Construido como colegio, tenía una gran cantidad de ventanas, lo que lo hacía muy vulnerable. Para subsanarlo fueron reforzadas con parapetos de sacos terreros, cabezales de los camastros y con toda clase de protección, y en ellas fueron emplazadas ametralladoras y morteros de 51 mm. El cuartel de Zapadores estaba separado por apenas cuatro calles del de Simancas. Construido como cuartel en un pequeño alto en el llamado Coto de San Nicolás, era un edificio amplio y luminoso, dotado de buenos sótanos que serían aprovechados como refugio. Sus condiciones de seguridad eran mejores que las del Simancas. Estaba muy próximo a la cárcel de El Coto, situada en su flanco oeste, y sólo separados ambos edificios por un pabellón de casas baratas. La prisión fue ocupada por un destacamento de doce hombres de Zapadores, lo que permitió proteger por ese lado el cuartel y sustraerlo a los atacantes.

El ataque con fusiles nada lograba ante los recios muros del cuartel de Simancas, cuyos defensores replicaban con certero fuego de morteros y ametralladoras sobre las casas desde las que disparaban los atacantes. Una de las ideas manejadas por los asaltantes para doblegar la resistencia del cuartel fue la de minar el edificio construyendo una galería subterránea, pero la dureza del terreno impidió seguir adelante con la idea. En la tarde del 24 de julio, en vista de que la artillería disponible no conseguía abrir brechas significativas en los muros del Simancas, se intentó incendiar el cuartel. A tal fin se cargaron dos camiones-cisterna de gasolina en los depósitos de Campsa en El Musel y se reforzaron con planchas de acero. Ninguna de las dos cubas alcanzó su objetivo y el incendio provocado por la segunda fue rápidamente sofocado.

El 29 de julio se presentó ante Gijón el crucero nacional «Almirante Cervera», que a partir de entonces iba a bombardear sistemáticamente diversos objetivos en la ciudad causando daños entre la población civil. Entre los afectados hubo un grupo de súbditos alemanes que iban a embarcar en el crucero alemán «Köln», que se encontraba en El Musel, con el resultado de un muerto y seis heridos.

La guerra civil, en Gijón, pronto fue un asunto en el que se vio implicada toda la población, no sólo los actores directos del enfrentamiento. Durante los primeros días, la guerra alteró totalmente la normal vida ciudadana (comercios cerrados, falta de prensa, suspensión de líneas de comunicación...). Para las personas más significadas de la derecha, la situación se complicó muy rápidamente pues pronto comenzaron a ser detenidas indiscriminadamente.

Diario La Nueva España 28/08/2011

Estéril y torpe sacrificio.

Estéril y torpe sacrificio.

«Admiro la fe inquebrantable y disciplina con que la población civil sufrió tantas bajas y privaciones». (General Antonio Aranda Mata)

 

La aviación con bases en Carreño, Colunga y Cué de Llanes, bombardeó Oviedo 130 veces, y, 120 fueron contra la población civil. En una sola jornada, 4 de septiembre, bombardearon Oviedo durante trece horas consecutivas. Aquel día, al anochecer, la ciudad presentaba un aspecto estremecedor; edificios derruidos totalmente y otros con fachadas desplomadas, tejados desaparecidos. Los incendios de la iglesia y Convento de los Padres Carmelitas, de casas en San Lázaro, El Postigo o Pumarín, el chalet de Noceda en la calle Uría, desaparecido, y el de Tartiere desventrado, llenan las calles y plazas de grandes piedras, cascotes, maderas arrancadas de cuajo, tejas pulverizadas, muebles destrozados, etc. Pero la población civil no se alteró por ello.

Un estéril y torpe sacrificio ponía de relieve la falta de inteligencia del mando supremo del Ejército Popular en Asturias. Por el contrario, la población respondió de una forma impresionante.

De los sótanos salían figuras, hombres adultos, mujeres, ancianos y niños, demudados, sintiendo el peso del horror, y el conjuro de algo inexplicable, vitoreando a España.

Aranda, en una decisión propia de un Jefe de singulares dotes, ordenó que subieran del Cuartel de Pelayo, la banda y música del Regimiento Milán 32. Las gentes, tropezando aquí y allá avanzó tras los músicos. La sonora fanfarria de las trompetas pone un contrapunto a las marchas interpretadas por la música.

Jesús Evaristo Casariego, oficial de requetés, que manda una reducida tropa encargada de audaces golpes de mano, arenga a la multitud. En la tarde, vencida por la noche, se repite un solo y unánime grito: ¡Viva España. Viva España!... Las mujeres lloran, y sus lágrimas van a parar a sus bocas abiertas para gritar el nombre de España.

Ante el Cuartel General de la Plaza, en la Fábrica de La Vega, se detiene la nutrida comitiva. Aranda con su ayudante, capitán Loperena, y al guardar silencio las gentes, levanta su voz y dice, con los brazos en alto: «Oviedo, mientras cuente con gentes como vosotros, no se rendirá. ¡Empeño mi palabra de honor de soldado!...». No puede seguir hablando. La masa canta el Cara al Sol. Y, antes de repetirlo, voces que parecen salidas de lo más profundo de las entrañas humanas, gritan: ¡España! ¡España! ¡España!.

A la mañana siguiente, volverán los aviones dejando caer sus bombas con un solo objetivo: quebrantar la moral de los habitantes civiles y destrozar sus hogares. Y no adelantan nada. Mueren mujeres en las colas de abastecimiento de víveres o agua. Y niños que juegan en un rincón de una calle enmudecen para siempre.

Un joven e imberbe falangista de la Centuria de Refuerzo, de guardia en la garita de un vagón, trata de representar la tragedia, a la luz de un farol ferroviario, en unos versos balbuceantes:

Los niños también mueren

por el caliente desgarro

de la metralla enemiga.

¿Qué saben los niños

de la torva maldad humana?.

Para ellos todo es juego

en la brumosa mañana.

Los cuerpos se tronchan

al embate de la Artillería,

toda la ciudad es antorcha

en la tremenda porfía.

Manuel Aznar, al escribir acerca de Oviedo en su obra «Historia Militar de la Guerra de España», pregunta: ¿Por qué siguieron los rojos táctica tan torpe como la de bombardear bárbaramente la ciudad de Oviedo, en vez de emplear la Artillería contra los nidos de ametralladoras?. ¿Por qué emplearon sus armas automáticas en tiro directo de un modo casi pueril?. ¿Por qué fue tan escasa en profundidad sus ataques de infantería?

Aquellos bombardeos de aviación y artillería que llenaban de muertos civiles inocentes la ciudad, no sirvieron para obtener un éxito positivo respecto a la suerte de Oviedo como plaza militar.

Aranda, en declaraciones al diario «Región» el 23 de octubre, tras la llegada de las Columnas de Galicia, decía: «No se qué admirar más, si la tenacidad, el valor tranquilo y la fidelidad del soldado que defendió Oviedo, o la fe inquebrantable y disciplina con que la población civil sufrió tantas bajas y privaciones. Viendo esto, crecen los entusiasmos, pues son signos más evidentes de que no han muerto las virtudes de la raza y la fe y los destinos de España».

La sublevación del general Aranda y la defensa de Oviedo

La sublevación del general Aranda y la defensa de Oviedo

(Informe firmado por el mismo General. Archivo de su familia)

EL MANDO MILITAR EN ASTURIAS DE 1934 A 1936

Cuando la situación militar en octubre de 1934 en Asturias se acentuó confusa y peligrosa, el entonces Coronel Aranda, del Servicio Geográfico, fue enviado por el Ministro de la Guerra  para organizar e impulsar las fuerzas allí enviadas. Realizado ésto prosiguió al frente de la Columna hasta terminar la pacificación y desarme de la parte más difícil de la cuenca minera y poco después era nombrado Comandante Militar de Asturias, en sustitución del General López Ochoa, cargo en el que permaneció hasta octubre de 1936, a través de ocho gobiernos y cinco gobernadores civiles, manteniendo siempre una independencia que no excluía el conocimiento exacto y constante de la situación social y política.

Al anunciarse las elecciones de 1936 vio mejor que los políticos el peligro que encerraban, especialmente en Asturias, y preparó la acción militar en la seguridad de la revuelta, concentrando en los núcleos principales y edificios militares todo el armamento y municiones utilizables y elevando a la superioridad militar un plan de organización a que han aludido los rojos como hallado entre los papeles del General Goded, entonces Inspector de las Fuerzas Militares de Asturias. Tras las elecciones y hecho cargo del Gobierno Civil de Asturias el tristemente célebre Bosque, empleó todo su prestigio en frenar su demagogia teniendo que terminar por expulsarlo violentamente de Oviedo, en una noche célebre, y utilizando su coche personal militar para evitar sus propósitos de sublevar la cuenca minera, frente a la decisión del Gobierno de relevarlo a causa de sus injurias contra el señor Calvo Sotelo. A medida que las masas rojas se desbordaban comprendía mejor la necesidad de oponerles inmediatamente un dique, y para ello se presentó en mayo del 36 al señor Azaña, para preguntarle qué medidas se iban a adoptar para cortar los crímenes en aumento y contener el caos existente, a base reforzar el Ejercito y desarmar las masas rojas, obteniendo una promesa tibia de no dejarse desbordar el Gobierno, promesa que hizo pública en Gijón a la Oficialidad, exigiendo de todos la mayor disciplina, mientras el Gobierno se mantuviese dentro de la Ley, y rogando tuvieran confianza en él para elegir el momento decisivo.

Seguro de que la guerra era inminente, ordenó a las guarniciones preparasen la defensa a todo trance de Oviedo, Gijón y Trubia, levantándose para ello planes detalladísimos eligiéndose las posiciones convenientes y efectuándose ensayos del ataque y defensa de las mismas, incluso con cartuchos de fogueo, en forma tal que todos los cuadros de mando conocían perfectamente su misión y forma de realizarla llegado el momento. Ultimados los preparativos llegaron los días trágicos del 17, 18 y 19 de julio. Sin noticias concretas ni instrucciones de ninguna clase, se formaban el día 18 tres expediciones de rojos armados cuya salida para Castilla era imposible evitar por la falta de fuerzas, ya que el licenciamiento ordenado traidoramente por el Gobierno había dejado la guarnición de Oviedo reducida a 600 hombres y a 500 la de Gijón. En su vista ordenó el día 18 la concentración de la Guardia Civil sobre sus cabeceras y el 19 la concentración sobre Oviedo.

El 19, a las cinco de la tarde, recibía el Coronel Aranda una orden del Ministro de la Guerra para entregar el armamento a los rojos, cuyo cumplimiento fue difiriendo hasta el momento de tener reunidas en Oviedo fuerzas suficientes de la Guardia Civil; entonces se evadió hábilmente del Gobierno Civil, donde se hallaba en rehenes con el Teniente Coronel de la Guardia Civil y un Oficial de Estado Mayor y marchó al Cuartel de Infantería a disponer lo conveniente para apoderarse de Oviedo, previa sublevación del grupo de Asalto contra sus jefes rojos. A las diez de la noche Oviedo estaba totalmente en su poder, cayendo prisioneros numerosos jefes rojos, y a la madrugada siguiente estaban ocupadas las posiciones previamente estudiadas que garantizaban la defensa de la ciudad. Gijón recibió la orden de hacer lo propio, como estaba previsto, a media tarde y por no haberlo realizado hasta la madrugada siguiente halló a los rojos prevenidos y muy superiores en número, viéndose obligados a replegarse a los cuarteles, por sumarse a los rojos la Compañía de Asalto y algunas fuerzas del Ejército; allí resistieron heroicamente durante cuarenta días, escribiendo uno de los episodios más brillantes de esta guerra. En Trubia, el Comandante Militar, Director de la Fabrica, traicionó a España, engañó al Capitán de la Compañía encargada de la defensa y entregó la Fabrica a los rojos junto con el armamento de las fuerzas.

El día 20 de julio comenzaba la defensa de Oviedo. Para ello se disponía de unos 1.800 soldados, con siete cañones y 500 voluntarios, en su mayoría de Oviedo y refugiados de pueblos cercanos. Comprendió tres períodos bien marcados El primero de unos veinticinco días de duración se caracteriza por las constantes salidas de la Guarnición para atraer las masas mineras e industriales de Gijón y evitar su marcha a Castilla, de donde habían regresado ya medio deshechas las expediciones que salieron el día 18; se organizaba la vida de la población civil y se afrontaban recursos de toda clase para prolongar la defensa. El segundo período de unos cincuenta días de duración se caracteriza por los constantes ataques de las masas rojas siempre en aumento, contra las líneas fortificadas, ataques siempre rechazados, no obstante reunirse contra Oviedo de doce a catorce mil hombres y perfectamente armados con 40 piezas de artillería y una aviación de gran eficacia, hasta el extremo de haber bombardeado algunos días la población durante trece horas seguidas. El 8 de setiembre caían sobre la población mil quinientas bombas de aviación y dos mil de artillería. Las bajas militares llegaban al 20 por 100 de la población y las civiles pasaban de un millar, en su mayoría mujeres y niños, estando la población recluida constantemente en los sótanos y abrigos improvisados. La carencia de agua potable daba lugar a una epidemia de tifus muy difícil de contener. Los bombardeos habían destruido toda posibilidad de luz, tanto de gas como eléctrica. Los víveres escaseaban, especialmente para niños, viejos y enfermos.

El tercer período comprende los quince días finales del 3 al 17 de octubre, durante los cuales el enemigo no deja de atacar un solo día, con una violencia y un lujo de medios extraordinario, incluso para una población que había sufrido tanto. Decidido el Gobierno rojo a tomar Oviedo a toda costa elevó los contingentes a veinte mil hombres; situó la escuadra en los puertos del Norte; envió a los rojos de Asturias los mejores técnicos rusos y franceses y exigió la ocupación de Oviedo antes de la llegada de las fuerzas de socorro de Galicia.

Todo se estrelló ante la decisión absoluta de defender Oviedo a toda costa. Cuando las bajas impidieron defender las posiciones avanzadas, éstas se fueron replegando una a una, invariablemente de noche y sin perder material alguno, después de haber rechazado los ataques, hasta que reducida la Guarnición a 300 hombres útiles y un centenar de heridos leves pudo el enemigo tomar contacto con las casas de la parte Sur de la población, barrio de San Lázaro y la defensa se hizo calle por calle, casa por casa, muriendo todos en su puesto para ganar tiempo. Cuando un barrio no se podía defender se quemaba, y cuando una casa carecía ya de defensores se volaba con dinamita, de la cual hizo mayor uso la defensa que el ataque. Las defensas se anulaban, quedando a última hora reducidas a un cabo y doce hombres de la Guardia Civil. De noventa oficiales quedaban doce útiles. No obstante, el espíritu no decaía y se preparaba la concentración de los defensores supervivientes en cinco reductos del interior de la población, donde se prolongaría la defensa hasta que cayese el último. Las municiones se agotaban. Ya no había proyectiles de cañón, granadas de mortero ni granadas de mano y del día 14 al 17 pudo prolongarse la defensa por haber arrojado los aviones treinta mil cartuchos de fusil. Hubo que recurrir al empleo casi exclusivo de la dinamita.

El enemigo, aterrado ante las pérdidas tan enormes que sufría y asombrado de aquella defensa, no se atrevió a penetrar en la población por cualquiera de los muchos claros que en la defensa existían. El día 17, a las siete de la tarde, entraban en Oviedo los primeros elementos de las fuerzas de socorro y el sitio terminaba. Aún aquella noche los defensores cedieron su comida a las fuerzas de socorro y las obligaron a descansar, por considerarse aún aptos para sostener sus posiciones y menos fatigados que los bravos gallegos que tanto habían sufrido en su avance.

No fue durante el sitio el peor enemigo el exterior. De las cuarenta mil almas de la población civil la mitad eran rojas o simpatizantes y de ellas había tres o cuatro mil  hombres dispuestos a sublevarse en cuanto hallaran la ocasión. Bastaba la presencia de un avión enemigo para que el saqueo existiese en el interior de la población, y el espionaje y comunicación del interior con el campo enemigo persistieron durante todo el sitio, a pesar de las rigurosas medidas adoptadas. En el último mes una conspiración de rojos, militares y civiles, en combinación con el enemigo exterior, trataba de asesinar al Coronel Aranda en su puesto de mando, salvándose milagrosamente por una confidencia bajo secreto de confesión. Al día siguiente de levantado el asedio salió el ya General Aranda a tomar el mando de las fuerzas de Asturias.

Antonio ARANDA

(Firmado y rubricado)

El batallón de voluntarios Oviedo o de Ladreda

El batallón de voluntarios Oviedo o de Ladreda

El 8 de agosto de 1936, el coronel Aranda llamó a su puesto de mando, situado en la Fábrica de Armas de la Vega, al comandante de Artillería don José María Fernández-Ladreda. Éste poseía una acusada personalidad política como diputado de Acción Popular y, en lo profesional, su inteligente dirección de la Fábrica de Metales de Lugones. Había sido Alcalde de Oviedo y podía decirse que dejó huella por sus notables realizaciones en el municipio.

Ladreda, necesito su concurso — dijo el Coronel Aranda.

Usted Manda.

Quiero organizar, y nadie mejor que usted para mandarla, una fuerza que tenga dos misiones específicas: mantener una segunda línea en profundidad y asegurar servicios imprescindibles. No podemos, lo sabe usted, distraer fuerzas de primera línea. Los voluntarios, gente joven en su mayoría se encuentran embebidos en las unidades ya conocidas. De ellos no podemos disponer, pero sí podemos de mucha gente que desean servir en unidades adecuadas a su edad y otras circunstancias personales.

Comprendo perfectamente lo que usted desea, mi Coronel, y se hará como quiere, y estimo que es preciso crear una fuerza que nos permita establecer una segunda línea y, al mismo tiempo, un servicio múltiple de apoyo logístico.

Ladreda hace una pausa y prosigue:

Hablar en Oviedo de una segunda línea no deja de ser, mi Coronel, un eufemismo. La segunda línea de la plaza apenas mantiene una distancia apreciable con la primera. Es más, en caso de repliegue una y otra se fundirán para formar una sola. No hay espacio suficiente para crear vacíos que hagan retardar la acción del enemigo si ataca y obtiene éxito. La clásica maniobra retardadora.

El que había de conocerse, de inmediato, como «Batallón de Ladreda», adquirió, en el contexto de fuerza disponible, una importancia indiscutible. Siete compañías de hombres de las más variadas edades, sin olvidar a muchachos de catorce, quince y dieciséis años, pasaron a formar una aglutinada unidad que se distinguía por una sencilla uniformidad: Mono azul, gorro isabelino por lo normal y casco si había que batirse. Un brazalete de los colores de la bandera nacional, sellado por la Comandancia Militar, distinguía a los del citado Batallón.

Esta clase de gente iba a dar un ejemplo de valor nacido en una voluntad de vencer al precio que fuese. ¿Qué más puede pedirse a respetables cabezas de familia, a comerciantes y empleados de banca, a funcionarios públicos, a trabajadores de humilde condición, a dependientes de grandes o pequeños almacenes, a representantes de pañería o automóviles, de coloniales, y productos de perfumería, a ingenieros, catedráticos, penalistas o civilistas?. Todos ellos, a la hora de la verdad suprema, que es la de enfrentarse a la muerte, ofrecieron un ejemplo para la historia.

El comandante Ladreda recurrió a oficiales y suboficiales de distintas armas y servicios que no tenían mando en primera línea o se encontraban en la reserva. Vertebró  la unidad con habilidad y sentido de la responsabilidad. El día 21 de agosto pasó revista a las compañías y señaló, de acuerdo con Aranda, los puestos a ocupar en distintos lugares de la plaza, dejando a criterio de los mandos del Batallón los relevos o cambios de las misiones.

Aparece como segundo jefe del Batallón, el comandante Prudencio González Pumariega y las siete compañías quedan al mando de los capitanes Alfonso Barón; Juan García-San Miguel Uría; Ángel Chaín; Plácido Alvarez-Buylla y López Villamil; Juan Rodríguez Gómez; Amador González Soto y Simón Alonso González. En la Plana Mayor figuran los capitanes: Benito Collera, Suárez Pazos, José Ors y Jacinto Gómez Gallego.

Hombres del Batallón tuvieron que cubrir una difícil línea a lo largo de la Avenida de Santander, calle independencia y Chalet de Melquiades Álvarez. En los combates del crucial octubre combatieron desde San Pedro de los Arcos durante horas y horas, sin dormir, en condiciones precarias en extremo. De ellos dependía que el enemigo penetrase o no en la calle de Uría.

Presentes en los lugares de mayor peligro, contribuyeron a enaltecer, auxiliar y alentar a los combatientes con su ejemplo, su sacrificio y sus virtudes patrióticas y que lograron no desmerecer en ningún momento con sus actos, a aquel conjunto maravilloso y magnífico de combatientes, en el que todos por igual, heroicamente, se comportaron, contribuyendo con un timbre de gloria a la unidad de España y un motivo de orgullo para Oviedo.

Al disolverse el Batallón, meses más tarde, el general Aranda, no pudo ser más expresivo: «Tened la seguridad, Comandante, de que sus hombres fueron imprescindibles en la defensa de Oviedo. Combatieron como bravos, pese a su edad y condiciones familiares. Merecen, usted y ellos, mi más sincero reconocimiento».

Más vale tarde que nunca

Más vale tarde que nunca

 
 
La arquitectura bélica asturiana ya tiene protección. El Pleno del Consejo de Patrimonio Cultural del Principado ha incluido 29 construcciones militares de la Guerra Civil española en su inventario, lo que supone que todas ellas pasan a tener un grado de protección superior. Según informó ayer la Consejería de Cultura, tras elaborar un completo catálogo de los 419 elementos existentes en 28 concejos de la región, se optó, a petición de la Asociación para la Recuperación de la Arquitectura Militar Asturiana (Arama), por proteger estos 29. Casamatas, baterías, galerías, garitas, nidos, parapetos y trincheras conforman los nuevos elementos catalogados.
 
Buena parte de esas 29 construcciones se encuentran en Oviedo. Es el caso del conjunto de Campo Cimero, en Brañes, o el de El Rebollal, en Lloriana o el nido de ametralladora de Ayones, en Latores. A él se unen otras construcciones como el cementerio musulmán de Barcia en Valdés o la batería de Bonielles, en La Matiella (Llanera), la trinchera-cremallera de Soto del Barco o el polvorín de Casa Concha, en la Venta del Escamplero (Las Regueras). Es largo el listado e incluye construcciones militares en Grado, en Ribadedeva, Piloña, Candamo y en algún concejo más. No hay, sin embargo, ninguna construcción de Gijón, aunque el motivo por el que no han pasado a formar parte de esta selección es que ya gozan de protección a través del catálogo urbanístico.
 
Diario El Comercio (21/03/2012)

Campaña solidaria para restaurar la memoria divisionaria

Campaña solidaria para restaurar la memoria divisionaria

 

 

En la víspera del pasado 10 de Febrero, fecha en que conmemorando el inicio de la batalla de Krasny Bor se celebra todos los años un homenaje a los Caídos de la División Azul en el cementerio de La Almudena (Madrid), el monumento en recuerdo a los héroes de la Blau sufrió una vil y cobarde profanación, habiendo sido arrancadas diversas placas y sufridos distintos daños.

La Hermandad de Defensores de Oviedo quiere difundir y apoyar la iniciativa de los amigos del foro Memoriablau en pro de recaudar fondos para restaurar y acondicionar este monumento, como un necesario gesto hacia los que derramaron su sangre por España y por Europa allá en las estepas rusas.

 
Haz click en este enlace: SOS Almudena
 
 
Donativos:           Banesto   0030 8112 10 0000201272
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