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DEFENSORES DE OVIEDO

Los protagonistas

La sublevación del general Aranda y la defensa de Oviedo

La sublevación del general Aranda y la defensa de Oviedo

(Informe firmado por el mismo General. Archivo de su familia)

EL MANDO MILITAR EN ASTURIAS DE 1934 A 1936

Cuando la situación militar en octubre de 1934 en Asturias se acentuó confusa y peligrosa, el entonces Coronel Aranda, del Servicio Geográfico, fue enviado por el Ministro de la Guerra  para organizar e impulsar las fuerzas allí enviadas. Realizado ésto prosiguió al frente de la Columna hasta terminar la pacificación y desarme de la parte más difícil de la cuenca minera y poco después era nombrado Comandante Militar de Asturias, en sustitución del General López Ochoa, cargo en el que permaneció hasta octubre de 1936, a través de ocho gobiernos y cinco gobernadores civiles, manteniendo siempre una independencia que no excluía el conocimiento exacto y constante de la situación social y política.

Al anunciarse las elecciones de 1936 vio mejor que los políticos el peligro que encerraban, especialmente en Asturias, y preparó la acción militar en la seguridad de la revuelta, concentrando en los núcleos principales y edificios militares todo el armamento y municiones utilizables y elevando a la superioridad militar un plan de organización a que han aludido los rojos como hallado entre los papeles del General Goded, entonces Inspector de las Fuerzas Militares de Asturias. Tras las elecciones y hecho cargo del Gobierno Civil de Asturias el tristemente célebre Bosque, empleó todo su prestigio en frenar su demagogia teniendo que terminar por expulsarlo violentamente de Oviedo, en una noche célebre, y utilizando su coche personal militar para evitar sus propósitos de sublevar la cuenca minera, frente a la decisión del Gobierno de relevarlo a causa de sus injurias contra el señor Calvo Sotelo. A medida que las masas rojas se desbordaban comprendía mejor la necesidad de oponerles inmediatamente un dique, y para ello se presentó en mayo del 36 al señor Azaña, para preguntarle qué medidas se iban a adoptar para cortar los crímenes en aumento y contener el caos existente, a base reforzar el Ejercito y desarmar las masas rojas, obteniendo una promesa tibia de no dejarse desbordar el Gobierno, promesa que hizo pública en Gijón a la Oficialidad, exigiendo de todos la mayor disciplina, mientras el Gobierno se mantuviese dentro de la Ley, y rogando tuvieran confianza en él para elegir el momento decisivo.

Seguro de que la guerra era inminente, ordenó a las guarniciones preparasen la defensa a todo trance de Oviedo, Gijón y Trubia, levantándose para ello planes detalladísimos eligiéndose las posiciones convenientes y efectuándose ensayos del ataque y defensa de las mismas, incluso con cartuchos de fogueo, en forma tal que todos los cuadros de mando conocían perfectamente su misión y forma de realizarla llegado el momento. Ultimados los preparativos llegaron los días trágicos del 17, 18 y 19 de julio. Sin noticias concretas ni instrucciones de ninguna clase, se formaban el día 18 tres expediciones de rojos armados cuya salida para Castilla era imposible evitar por la falta de fuerzas, ya que el licenciamiento ordenado traidoramente por el Gobierno había dejado la guarnición de Oviedo reducida a 600 hombres y a 500 la de Gijón. En su vista ordenó el día 18 la concentración de la Guardia Civil sobre sus cabeceras y el 19 la concentración sobre Oviedo.

El 19, a las cinco de la tarde, recibía el Coronel Aranda una orden del Ministro de la Guerra para entregar el armamento a los rojos, cuyo cumplimiento fue difiriendo hasta el momento de tener reunidas en Oviedo fuerzas suficientes de la Guardia Civil; entonces se evadió hábilmente del Gobierno Civil, donde se hallaba en rehenes con el Teniente Coronel de la Guardia Civil y un Oficial de Estado Mayor y marchó al Cuartel de Infantería a disponer lo conveniente para apoderarse de Oviedo, previa sublevación del grupo de Asalto contra sus jefes rojos. A las diez de la noche Oviedo estaba totalmente en su poder, cayendo prisioneros numerosos jefes rojos, y a la madrugada siguiente estaban ocupadas las posiciones previamente estudiadas que garantizaban la defensa de la ciudad. Gijón recibió la orden de hacer lo propio, como estaba previsto, a media tarde y por no haberlo realizado hasta la madrugada siguiente halló a los rojos prevenidos y muy superiores en número, viéndose obligados a replegarse a los cuarteles, por sumarse a los rojos la Compañía de Asalto y algunas fuerzas del Ejército; allí resistieron heroicamente durante cuarenta días, escribiendo uno de los episodios más brillantes de esta guerra. En Trubia, el Comandante Militar, Director de la Fabrica, traicionó a España, engañó al Capitán de la Compañía encargada de la defensa y entregó la Fabrica a los rojos junto con el armamento de las fuerzas.

El día 20 de julio comenzaba la defensa de Oviedo. Para ello se disponía de unos 1.800 soldados, con siete cañones y 500 voluntarios, en su mayoría de Oviedo y refugiados de pueblos cercanos. Comprendió tres períodos bien marcados El primero de unos veinticinco días de duración se caracteriza por las constantes salidas de la Guarnición para atraer las masas mineras e industriales de Gijón y evitar su marcha a Castilla, de donde habían regresado ya medio deshechas las expediciones que salieron el día 18; se organizaba la vida de la población civil y se afrontaban recursos de toda clase para prolongar la defensa. El segundo período de unos cincuenta días de duración se caracteriza por los constantes ataques de las masas rojas siempre en aumento, contra las líneas fortificadas, ataques siempre rechazados, no obstante reunirse contra Oviedo de doce a catorce mil hombres y perfectamente armados con 40 piezas de artillería y una aviación de gran eficacia, hasta el extremo de haber bombardeado algunos días la población durante trece horas seguidas. El 8 de setiembre caían sobre la población mil quinientas bombas de aviación y dos mil de artillería. Las bajas militares llegaban al 20 por 100 de la población y las civiles pasaban de un millar, en su mayoría mujeres y niños, estando la población recluida constantemente en los sótanos y abrigos improvisados. La carencia de agua potable daba lugar a una epidemia de tifus muy difícil de contener. Los bombardeos habían destruido toda posibilidad de luz, tanto de gas como eléctrica. Los víveres escaseaban, especialmente para niños, viejos y enfermos.

El tercer período comprende los quince días finales del 3 al 17 de octubre, durante los cuales el enemigo no deja de atacar un solo día, con una violencia y un lujo de medios extraordinario, incluso para una población que había sufrido tanto. Decidido el Gobierno rojo a tomar Oviedo a toda costa elevó los contingentes a veinte mil hombres; situó la escuadra en los puertos del Norte; envió a los rojos de Asturias los mejores técnicos rusos y franceses y exigió la ocupación de Oviedo antes de la llegada de las fuerzas de socorro de Galicia.

Todo se estrelló ante la decisión absoluta de defender Oviedo a toda costa. Cuando las bajas impidieron defender las posiciones avanzadas, éstas se fueron replegando una a una, invariablemente de noche y sin perder material alguno, después de haber rechazado los ataques, hasta que reducida la Guarnición a 300 hombres útiles y un centenar de heridos leves pudo el enemigo tomar contacto con las casas de la parte Sur de la población, barrio de San Lázaro y la defensa se hizo calle por calle, casa por casa, muriendo todos en su puesto para ganar tiempo. Cuando un barrio no se podía defender se quemaba, y cuando una casa carecía ya de defensores se volaba con dinamita, de la cual hizo mayor uso la defensa que el ataque. Las defensas se anulaban, quedando a última hora reducidas a un cabo y doce hombres de la Guardia Civil. De noventa oficiales quedaban doce útiles. No obstante, el espíritu no decaía y se preparaba la concentración de los defensores supervivientes en cinco reductos del interior de la población, donde se prolongaría la defensa hasta que cayese el último. Las municiones se agotaban. Ya no había proyectiles de cañón, granadas de mortero ni granadas de mano y del día 14 al 17 pudo prolongarse la defensa por haber arrojado los aviones treinta mil cartuchos de fusil. Hubo que recurrir al empleo casi exclusivo de la dinamita.

El enemigo, aterrado ante las pérdidas tan enormes que sufría y asombrado de aquella defensa, no se atrevió a penetrar en la población por cualquiera de los muchos claros que en la defensa existían. El día 17, a las siete de la tarde, entraban en Oviedo los primeros elementos de las fuerzas de socorro y el sitio terminaba. Aún aquella noche los defensores cedieron su comida a las fuerzas de socorro y las obligaron a descansar, por considerarse aún aptos para sostener sus posiciones y menos fatigados que los bravos gallegos que tanto habían sufrido en su avance.

No fue durante el sitio el peor enemigo el exterior. De las cuarenta mil almas de la población civil la mitad eran rojas o simpatizantes y de ellas había tres o cuatro mil  hombres dispuestos a sublevarse en cuanto hallaran la ocasión. Bastaba la presencia de un avión enemigo para que el saqueo existiese en el interior de la población, y el espionaje y comunicación del interior con el campo enemigo persistieron durante todo el sitio, a pesar de las rigurosas medidas adoptadas. En el último mes una conspiración de rojos, militares y civiles, en combinación con el enemigo exterior, trataba de asesinar al Coronel Aranda en su puesto de mando, salvándose milagrosamente por una confidencia bajo secreto de confesión. Al día siguiente de levantado el asedio salió el ya General Aranda a tomar el mando de las fuerzas de Asturias.

Antonio ARANDA

(Firmado y rubricado)

El batallón de voluntarios Oviedo o de Ladreda

El batallón de voluntarios Oviedo o de Ladreda

El 8 de agosto de 1936, el coronel Aranda llamó a su puesto de mando, situado en la Fábrica de Armas de la Vega, al comandante de Artillería don José María Fernández-Ladreda. Éste poseía una acusada personalidad política como diputado de Acción Popular y, en lo profesional, su inteligente dirección de la Fábrica de Metales de Lugones. Había sido Alcalde de Oviedo y podía decirse que dejó huella por sus notables realizaciones en el municipio.

Ladreda, necesito su concurso — dijo el Coronel Aranda.

Usted Manda.

Quiero organizar, y nadie mejor que usted para mandarla, una fuerza que tenga dos misiones específicas: mantener una segunda línea en profundidad y asegurar servicios imprescindibles. No podemos, lo sabe usted, distraer fuerzas de primera línea. Los voluntarios, gente joven en su mayoría se encuentran embebidos en las unidades ya conocidas. De ellos no podemos disponer, pero sí podemos de mucha gente que desean servir en unidades adecuadas a su edad y otras circunstancias personales.

Comprendo perfectamente lo que usted desea, mi Coronel, y se hará como quiere, y estimo que es preciso crear una fuerza que nos permita establecer una segunda línea y, al mismo tiempo, un servicio múltiple de apoyo logístico.

Ladreda hace una pausa y prosigue:

Hablar en Oviedo de una segunda línea no deja de ser, mi Coronel, un eufemismo. La segunda línea de la plaza apenas mantiene una distancia apreciable con la primera. Es más, en caso de repliegue una y otra se fundirán para formar una sola. No hay espacio suficiente para crear vacíos que hagan retardar la acción del enemigo si ataca y obtiene éxito. La clásica maniobra retardadora.

El que había de conocerse, de inmediato, como «Batallón de Ladreda», adquirió, en el contexto de fuerza disponible, una importancia indiscutible. Siete compañías de hombres de las más variadas edades, sin olvidar a muchachos de catorce, quince y dieciséis años, pasaron a formar una aglutinada unidad que se distinguía por una sencilla uniformidad: Mono azul, gorro isabelino por lo normal y casco si había que batirse. Un brazalete de los colores de la bandera nacional, sellado por la Comandancia Militar, distinguía a los del citado Batallón.

Esta clase de gente iba a dar un ejemplo de valor nacido en una voluntad de vencer al precio que fuese. ¿Qué más puede pedirse a respetables cabezas de familia, a comerciantes y empleados de banca, a funcionarios públicos, a trabajadores de humilde condición, a dependientes de grandes o pequeños almacenes, a representantes de pañería o automóviles, de coloniales, y productos de perfumería, a ingenieros, catedráticos, penalistas o civilistas?. Todos ellos, a la hora de la verdad suprema, que es la de enfrentarse a la muerte, ofrecieron un ejemplo para la historia.

El comandante Ladreda recurrió a oficiales y suboficiales de distintas armas y servicios que no tenían mando en primera línea o se encontraban en la reserva. Vertebró  la unidad con habilidad y sentido de la responsabilidad. El día 21 de agosto pasó revista a las compañías y señaló, de acuerdo con Aranda, los puestos a ocupar en distintos lugares de la plaza, dejando a criterio de los mandos del Batallón los relevos o cambios de las misiones.

Aparece como segundo jefe del Batallón, el comandante Prudencio González Pumariega y las siete compañías quedan al mando de los capitanes Alfonso Barón; Juan García-San Miguel Uría; Ángel Chaín; Plácido Alvarez-Buylla y López Villamil; Juan Rodríguez Gómez; Amador González Soto y Simón Alonso González. En la Plana Mayor figuran los capitanes: Benito Collera, Suárez Pazos, José Ors y Jacinto Gómez Gallego.

Hombres del Batallón tuvieron que cubrir una difícil línea a lo largo de la Avenida de Santander, calle independencia y Chalet de Melquiades Álvarez. En los combates del crucial octubre combatieron desde San Pedro de los Arcos durante horas y horas, sin dormir, en condiciones precarias en extremo. De ellos dependía que el enemigo penetrase o no en la calle de Uría.

Presentes en los lugares de mayor peligro, contribuyeron a enaltecer, auxiliar y alentar a los combatientes con su ejemplo, su sacrificio y sus virtudes patrióticas y que lograron no desmerecer en ningún momento con sus actos, a aquel conjunto maravilloso y magnífico de combatientes, en el que todos por igual, heroicamente, se comportaron, contribuyendo con un timbre de gloria a la unidad de España y un motivo de orgullo para Oviedo.

Al disolverse el Batallón, meses más tarde, el general Aranda, no pudo ser más expresivo: «Tened la seguridad, Comandante, de que sus hombres fueron imprescindibles en la defensa de Oviedo. Combatieron como bravos, pese a su edad y condiciones familiares. Merecen, usted y ellos, mi más sincero reconocimiento».

La loma del Canto y el Comandante Vallespín

La loma del Canto y el Comandante Vallespín

 

Una de las muchas posiciones en que se batieron con increíble heroísmo los defensores de Oviedo, fue sin duda, la Loma de Canto, situada a la ladera de la cordillera del Naranco, cerca de la Iglesia de San Pedro de los Arcos. El Capitán Rivera hace entrega del mando de la posición al Comandante Vallespín.

-Esta es la situación, mi Comandante, la clave de la posición es el caserío de Los Solises. Ha perdido casi toda su guarnición, últimamente se ha reforzado con los serenos y algunos guardias municipales de la ciudad.

Sonríe Vallespín y comenta: ¡Buen refuerzo! Con tal de que se batan bien.

-¿Me necesita, mi Comandante?

-No, vaya usted a reunirse con el General, y le felicito. Durante las horas que ha tenido usted el mando, ha actuado con gran acierto.

-Gracias, mi Comandante.

Los voluntarios que defienden con ahínco la posición, comentan entre ellos. Han matado al Teniente Coronel y el Comandante Caballero ha caído herido de mucha gravedad. También mataron al Teniente Sánchez y al Sargento Navarro de la 42.° de Asalto, y tantos y tantos otros. De aquí no sale nadie más que  con los pies por delante, como en Simancas;  moriremos todos, heroicamente, eso sí, en un derroche de heroísmo inútil. Yo...

Seca, enérgica, suena cerca de ellos la voz del Comandante Vallespín que dice:

-El heroísmo nunca es inútil.

Todos ellos vuelven la cabeza y ven al Comandante, las balas pasan por encima de ellos silbando, trágicamente.

El Comandante pregunta:

-¿Son ustedes voluntarios?

-Sí, mi Comandante y se ponen todos de pie.

El Comandante les indica:

-¡Todos a cubierto!, y agrega:

Ningún heroísmo es inútil, aunque lo diga Prieto. Por decirlo y por pensarlo perderán la guerra. E1 heroísmo del Simancas no fue inútil, gracias a él, el cerco fue menos duro para nosotros, retuvieron a muchos miles de hombres que se cebaban en Simancas porque lo creían presa fácil. Nuestro heroísmo no es inútil. Alrededor de Oviedo, cercándonos, hay en este momento más de veinte mil hombres, están aquí por nosotros, porque nosotros resistimos y gracias a ello el Alzamiento marcha hacia la victoria. Gracias a Simancas y gracias a nosotros todo ese alud de hierro no ha caído sobre poblaciones indefensas. Además, Simancas al morir nos lego un ejemplo y la muerte no es nunca inútil cuando sirve de ejemplo a los que vienen detrás. ¿Me comprende usted?

-Si, mi Comandante.

-Nada es inútil, ni siquiera estos momentos en que todos nos exponemos inútilmente a las balas enemigas. Dicen que la letra con sangre entra. Las definiciones de heroísmo deben darse siempre entre el silbido de las balas, y ahora, ¡póngase a cubierto!

Un voluntario andaluz comenta:

-Vaya tío explicándose, y ole por los hombres con... rasonesl

Ya anochecido, en las afueras de Oviedo, camino de la Loma de Canto, el Capitán Solís da sus instrucciones al Teniente Mayoral, mientras se oye rabioso el fragor del combate. La claridad de las explosiones hace que, en algunos momentos se distingan claramente el rostro de los dos hombres.

-Las instrucciones del Estado Mayor son de que tú, con tu sección, vayas a Los Solises. Se ignora si el enemigo ha ocupado la posición, caso de que sea nuestra debes reforzarla, Si no, intentar apoderarte de ella. El General Aranda te ha designado a tí y las instrucciones del Estado Mayor son que procedas según tu criterio. Esto te prueba lo que confían en tí.

-Pueden hacerlo, saluda militarmente el Teniente Mayoral y el Capitán le estrecha la mano y le dice:

-Suerte, muchacho.

-Adiós, mi Capitán.

-Adiós no, hasta la vista.

Me parece que esta vez será "adiós" mi Capitán... Y volviéndose a la tropa grita: ¡Sección... firmes! De frente, paso de maniobras, ¡ar!

La sección se aleja y el Capitán Solís le ve perderse entre la niebla y la noche.

En los parapetos de la Loma de Canto se rechaza un ataque feroz. El resplandor de un incendio a la izquierda, ilumina la posición. Los rojos, adueñados de Los Solises, han incendiado un seto y llega hasta la Loma de Canto. Dos ametralladoras enemigas barren la posición, caen bastantes hombres. A la luz de las llamas se ve la figura del Comandante Vallespín que avanza hacia la izquierda gritando:

¡Los Solises son suyos! Vamos, muchachos, desplegad a la izquierda, hay que hacer un martillo, una ametralladora, ¡pronto!

Con prisa febril, dos hombres giran el emplazamiento de una ametralladora, cae uno de ellos, el Comandante coge la ametralladora y la emplaza de cara a las llamas. Su figura está iluminada como si fuera de día. Cae el otro sirviente de la ametralladora. El Comandante se sienta en ella gritando:

¡Pronto, un proveedor!

De un salto un voluntario se ha colocado a su lado y tomando la caja de peines, empieza a proveer la ametralladora.

El Comandante, tranquilamente, hace fuego por ráfagas contra la posición enemiga; al terminar el peine pide otro y en aquel momento ve que meten otro peine en la ametralladora y mientras hace fuego dice:

Bien, muchachos, resultó la lección.

Apenas terminó de decirlo, rueda por el suelo muerto. El proveedor coge el cuerpo del Comandante y de un rápido tirón lo pone a un lado, después se sienta en la ametralladora y sigue haciendo fuego.

Viendo el cuerpo inerte, en los oídos de los voluntarios martilleaban las palabras del Comandante Vallespín:

“La muerte no es inútil cuando lega un ejemplo a los que vienen detrás...”.

Comprendían que su suerte y sus palabras eran un ejemplo y que cambiarían el rumbo de la vida.

 

 

 

Si entraba el enemigo, no íbamos a vivir ninguno

Si entraba el enemigo, no íbamos a vivir ninguno

La Voz de Asturias 22/07/2011

A sus 88 años Fermín Alonso Sádaba (Menorca, 1923), lleva a gala ser el “más joven defensor de Oviedo” durante la Guerra Civil, “aunque algunos lo duden”, matiza. Y para aclararlo, saca de su cartera y muestra un documento que reconoce su participación en la defensa de la capital asturiana. Desde hace unos 15 años, Alonso Sádaba preside la Hermandad de Defensores de Oviedo que dispone de abundante documentación, un amplio archivo fotográfico sobre la Guerra Civil en la capital asturiana y que además custodia el fajín de general de Aranda.

 

¿Se unió usted a sus tropas de inmediato?

Nosotros éramos de Acción Católica de la iglesia de La Corte y tras las elecciones de febrero de 1936, los pioneros de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) nos hacían la vida imposible solo porque íbamos a misa. Cuando se habla de la Guerra Civil hay que ponerse en 1934 cuando hubo un golpe marxista contra la República y el orden legal establecido. En ocho días Oviedo vivió una tragedia peor que en el 36. Los militares se levantaron el día 19 de julio y yo, pensando lo que habíamos pasado en el 34, me uní a ellos al día siguiente para salvar la vida. No hubo más remedio.

 

Hay quien dice que sin golpe militar la II República no hubiera muerto.

Si el movimiento hubiera durado dos o tres meses hubiera seguido. Lo único que yo no comprendí fue por qué la República iba contra la religión católica, ni tampoco el cambio de la bandera ¿Por qué pusieron lo morado? Siempre fue roja y gualda.

 

¿Qué significó el asedio de Oviedo dentro de un conflicto bélico como la Guerra Civil Española?

La Gesta de Oviedo fue la más importante aunque no se le de toda la que tuvo. Aquí se ganó la guerra. Hicimos frente a más de 15.000 o 20.000 milicianos. Si ellos llegan a tomar la ciudad, esos efectivos hubieran salido a ocupar Galicia o Castilla. Además los mineros asturianos, con lo del 34, eran el coco en España.

 

¿Cómo era el día a día de la situación en Oviedo hasta que entran las columnas gallegas en octubre del 36?

Se pasaron muchas penalidades y ahí la población civil se portó muy bien, las mujeres se portaron como nadie y cuando se abrieron los hospitales estuvieron allí como enfermeras y hacían la comida para el frente en sus casas. Se empezó con unos 3.300 hombres defendiendo Oviedo y al final no llegamos a 400.

 

¿Cómo fue posible evitar que un ejército más numeroso tomase la capital asturiana?

Aranda fue el número uno de la escuela del Ejército y lo preparó muy bien. Nadie comprende como defendió la ciudad con tan poca gente. Después del 34 Aranda sabía como defender Oviedo y lo hizo muy bien.

 

Entonces, ¿cuál fue la clave?

Todo el mundo luchaba por salvar su vida. Sabíamos que si entraba el enemigo, nos lo habían dicho por el parapeto, no íbamos a vivir ninguno. En Oviedo la vida se hacía en los sótanos a causa de los bombardeos de la población. Cuando los regulares aparecieron por el Naranco aquello fue una emoción enorme para todos y la gente salió de los sótanos.

 

¿En qué zonas le tocó combatir?

Estuve mucho en las escuelas de El Postigo ayudando. Estuve en el Batallón de Ladreda y en Falange. Los flechas, que teníamos entre 13 y 15 años , tuvimos que ayudar y al final ya estábamos con las armas porque no había gente suficiente. Los enlaces fuimos muy importantes porque éramos los que llevábamos los partes entre los cuarteles generales y las posiciones y las contraseñas que se daban todos los días.

 

¿Cambiaron mucho las cosas tras abrirse el pasillo de Grado?

Era distinto. Prestaron camiones y mucha gente ya pudo salir y también pudieron entrar víveres en Oviedo porque al final del asedio ya no había casi nada.

 

¿Qué fue lo más duro?

Fue terrible todo: los bombardeos, la artillería... Nos tenían cosidos por todos lados. Desde San Pedro de los Arcos enfilaban la calle Uría con las ametralladoras y tenías que cruzarla a todo correr porque sino podías quedar allí. En febrero del 37 hubo un gran ataque que fue la hecatombe. Pero se aguantó. Empezó el 21 y el 23 bombardearon el hospital.

 

75 años después, ¿Piensa que la guerra fue inevitable?

Los días antes de la guerra eran terribles. Los militares se dieron cuenta que España iba ser una colonia soviética. La guerra fue inevitable y si no hubieran sido los militares los que se levantaron, hubiera habido otra revolución como la del 34.

 

¿Hay que recordar la guerra para que no se repita algo así?

Nada más. Lo peor que puede haber en el mundo es una guerra civil. A mi me mataron a dos hermanos, uno de 17 años en Oviedo y otro de 22 en Castellón. Fue horrible, hermanos contra hermanos, porque al fin y al cabo éramos todos españoles. Los milicianos republicanos fueron tan valientes como nosotros.

 

En esa guerra de posiciones que se vivió entorno a Oviedo, ¿había contacto con los del otro bando?

Se hablaba con ellos porque los parapetos estaban muy cerca unos de otros. Algunos preguntaban por sus familiares, que estaban en Oviedo.

 

¿Tienen derecho los descendientes de los republicanos desaparecidos a recuperar los cadáveres que siguen en las cunetas?

Siempre se estuvo a favor de eso. El Valle de los Caídos se hizo para la reconciliación y ahí está gente enterrada de los dos bandos.

Las fuerzas defensoras de Oviedo

Las fuerzas defensoras de Oviedo

REGIMIENTO DE INFANTERÍA MILÁN Nº 32.-  Todos sus hombres, mandados por el coronel Don Eduardo Recas Marcos, dieron ejemplo de disciplina y valor y, elevando el nombre del Regimiento a las cimas del heroísmo, alcanzaron la “Tercera Corbata de la Cruz Laureada de San Fernando” y la “Medalla de Oviedo”.

GUARDIA CIVIL.-  Por disciplina, valor demostrado, profesionalidad, espíritu de sacrificio y también por ser el contingente más numeroso, fue pieza clave en la defensa de Oviedo. Mandada por el Teniente Coronel D. Carlos Lapresa Rodríguez, desarrolló toda clase de funciones, desde las propias de guardar el orden público, como el de dar golpes de mano o defender las posiciones avanzadas en la guerra de trincheras.

Dos secciones de la Guardia Ciivil, a las órdenes del Comandante de Asalto Caballero, participaron en la toma del cuartel de Santa Clara, hecho clave para el triunfo del Alzamiento en Oviedo.

El 20 de Julio de 1936, fuerzas de la Guardia Civil ya habían tomado posiciones en los puntos clave para la defensa de Oviedo, entre ellos Teléfonos, Telégrafos, estaciones de ferrocarril, etc.

En la Casa-cuartel de Lugones se constituyó inicialmente una avanzadilla de la línea inicial de defensa.  Al poco, fue sitiada y su dotación, 35 guardias al mando de un sargento, defendió heroicamente la posición hasta que el mando ordenó su repliegue a La Corredoria. Esta operación fue apoyada por el envío de una columna.

GUARDIA DE ASALTO.-  Al mando del Comandante D. Gerardo Caballero Olabézar. Por su gran preparación física, por su preparación militar, por su conocimiento del terreno, se convirtió en la fuerza de choque ideal para la defensa de Oviedo. Su misión fue, ante todo, participar en todos los ataques que se realizaron durante el cerco. Todo ello, sin descuidar el servicio de trincheras cuando así lo disponía el mando.

GRUPO DE ARTILLERÍA DE MONTAÑA.-  Al mando del Capitán D. Luis Fernández Corujedo, por estar ausente de Oviedo el Comandante Jefe del mismo. A pesar de la carencia de medios, desempeñó una importantísima labor durante el cerco de Oviedo, destacándose en  los combates de Olivares y en la toma de El Campón, operaciones en que su intervención fue decisiva.

En los últimos días del cerco, al carecer de munición para las piezas, los artilleros con sus mosquetones al brazo, lucharon en las trincheras junto a las demás fuerzas, sufriendo un importante número de bajas.

FALANGE ESPAÑOLA DE LAS JONS.-  Al mando de D. Rafael Arias de Velasco Sarandeses. A base de voluntarios falangistas se completaron rápidamente las compañías de choque que fueron ejemplo de entusiasmo, abnegación y heroísmo.  En las compañías del Milán, mandadas por los capitanes Bruzo, Gispert y Sánchez Herrero, en la 42ª y 18ª de Asalto, los falangistas formaron en ellas y ocuparon sin desmayos los huecos que, a lo largo del cerco, iba abriendo la metralla del enemigo.

Entre ellos, destacaron con luz propia los componentes de la HARKA que, por su valor temerario, eran admirados por la población ovetense.

Debemos destacar, dentro de los voluntarios de Falange Española, la labor realizada por los llamados “Flechas”, la adolescencia de La Falange que, al mando de Matamoros, y a pesar de sus pocos años, realizaron una lobor importantísima en la defensa de la ciudad. Entre otras actividades, desarrollaron una labor de enlace entre los distintos puestos de mando, incluido el del Coronel Aranda, y los puestos avanzados correspondientes, a ellos les correspondía transmitir el santo y seña o contraseña de cada día. Su actuación valerosa y, en muchos casos, heróica, fue reconocida por el Comandante Ladreda y así se lo expresó al enlace de su Batallón en las posiciones de Los Postigos y Santo Domingo.

LOS VOLUNTARIOS.-  Atendiendo al llamamiento del Coronel Aranda, se presentaron el 20 de Julio de 1936 en los cuarteles del Milán, Santa Clara, Rubín y de la Guardia Civil, un gran número de voluntarios pertenecientes a organizaciones distintas a Falange Española. Debido a estar los voluntarios encuadrados y repartidos en todas las unidades que participaron en la defensa de Oviedo, no hubo combate de importancia en que no estuvieran presentes, siendo testigo de su actuación el tributo de sangre pagado en dichas acciones.

BATALLÓN DE VOLUNTARIOS DE OVIEDO.-  Al mando del Comandante D. José María Fernández-Ladreda. Ante la angustiosa situación, producida por el goteode bajas imposibles de sustituir, nace el “Batallón de Voluntarios de Oviedo”, también conocido como “Batallón de Ladreda”. Sus componentes, sin estar en edad militar, se prestan a colaborar en misiones de retaguardia, aunque a finales de Septiembre de 1936, al reducirse el cerco de Oviedo, forman valientemente en primera línea, teniendo un 75% de bajas, entre muertos y heridos.

El Batallón de Voluntarios de Oviedo estaba formado por siete compañías al mando de:

D. Alfonso Barón de Torres, capitán de Caballería.

D. Juan García San Miguel, capitán de Ingenieros.

D. Ángel Chaín García, capitán de Artillería.

D. Plácido Álvarez-Buylla y López-Villamil, capitán de Artillería.

D. Juan Rodríguez Gómez, capitán de Artillería.

D. Amador González Soto, capitán de Artillería.

D. Simón Alonso González, capitán de Infantería.

Todos estaban retirados del servicio activo.

En el momento de la disolución del Batallón, el 19 de Julio de 1937, el General Aranda les decía: “Me siento emocionado, pues no podré olvidar que hombres llamados para la segunda línea, y libres casi todos ellos de obligaciones militares, han desempeñado durante el Cerco un puesto de vanguardia, cooperando como valientes en la Defensa de la heroica ciudad de Oviedo. De vuestro comportamiento no he de hablar, los muertos y heridos son la más clara muestra de vuestro heroísmo.”

 

LAS FUERZAS MINORITARIAS.-  Automovilismo, Ingenieros-Zapadores, Estado Mayor,  Centro de Movilización y Reserva, Caja de Reclutas, Carabineros, Intendencia, Sanidad Militar, Sección de Topografía, Transmisiones, Guardia Municipal, Serenos, Bomberos, y Agentes de Policía, participaron activamente en la Defensa de Oviedo, uniéndose a las fuerzas defensoras cuando la ciudad necesitó del esfuerzo de todos.

 

TODOS ESTAS FUERZAS GANARON PARA LA CIUDAD DE OVIEDO LOS TÍTULOS DE “INVICTA Y HEROICA” Y SUPIERON ELEVAR SU NOMBRE Y EL DE OVIEDO A LAS CIMAS DEL HEROISMO.

 

 

Las mujeres en el cerco de Oviedo

Las mujeres en el cerco de Oviedo

Si algún día se escribe, documentada y detalladamente, la historia de la Defensa de Oviedo, habrá forzosamente que incorporar a ella la activa presencia femenina durante los largos días del cerco y del asedio.

El día en que el Coronel Aranda sublevó la ciudad, las mujeres vieron bajar, camino del Cuartel, a sus hombres para ofrecer su cooperación. Y los contemplaron ir, un poco expectantes y un mucho desorientadas, porque de momento no captaron, en su conjunto, toda la dramática dimensión del momento.

La reacción tardó en producirse exactamente veinticuatro horas. Al día siguiente se empezaron a organizar, en diferentes puntos de la ciudad, las cocinas en las que se habrían de preparar las comidas calientes que luego serían enviadas a las posiciones de primera línea. Aun no se había producido el primer contacto con el enemigo y la manutención de los hombres en armas era el vital  problema del momento. Ni un solo día dejaron de entregarse las raciones en cada puesto, aunque se comenzaran a preparar en una casa y se terminaran en otra, porque el bombardeo se había llevado la chimenea o el lugar en que estaban aquel día.

A los pocos días, los primeros ataques y las incursiones de la aviación enemiga habían de dejar sobre las piedras de las posiciones, las rojas veneras de la sangre de los defensores y, junto a los primeros heridos, las primeras mujeres en funciones de enfermeras llegaron al Hospital. Puede asegurarse que allí donde un combatiente luchaba, había en la retaguardia una mujer dispuesta a aliviarle silenciosamente los rigores de la campaña.

No fueron en ningún momento las mujeres de Oviedo, en su colaboración para la defensa, la encarnación de esas figuras consagradas por el cine y las fotografías propagandísticas, portadoras de uniformes inmaculados y llenas de gracia y belleza. Eso quedaba para las retaguardias tranquilas, no para Oviedo.

La actitud femenina en la defensa de Oviedo, se ha caracterizado por la serenidad. Ni gritos, ni lágrimas ni histerismos. Una calma serena, una fe indesmayable, una conciencia de la responsabilidad y una firme y unánime resolución de morir sobre las piedras de la ciudad, sabiendo que su labor era imprescindible para la defensa de la misma.

Si el elemento hombre significó en la Gesta el valor esforzado, indómito y exaltado, la mujer representó la fortaleza de espíritu en su más alta acepción. No hubo dolor que le fuera extraño, ni sacrificio que la arredrase, ni temor que pudiera hacerla abandonar su puesto.

Vio florecer de rojo sus vestiduras de enfermera, en un espasmo de rabia impotente, cuando la metralla mordió su carne en el bombardeo del Hospital y cayeron sin un grito, continuando las restantes ayudando en la evacuación de los heridos. Cuando en las salas del Hospital entraban los proyectiles, en el quirófano, cuyos cristales se deshacían a pedazos, mujeres de Oviedo ofrecieron sus venas, en supremos donativo, para que su sangre detuviera la vida que se iba por las heridas de algún combatiente. Tras este servicio, más sublime por la naturalidad y sencillez con que había sido llevado a cabo, pálidas, sujetándose las gasas sobre la vena recién picada, aun sonreían al hombre roto que había recibido en sus arterias el tibio goteo generoso que coloreó sus mejillas.

Tuvieron hambre, sed, cansancio infinito, náuseas y un temor sojuzgado en su espíritu que perlaba de un fino sudor sus frentes, en tanto permanecían en sus puestos y la muerte las rondaba con solicitud y constancia de amante apasionado, que acaso muchas veces se detuvo, antes de dar el definitivo abrazo, por esa especie de respetuosa sugestión que, sobre los elementos, la fatalidad y el destino ejerce siempre lo extraordinario.

Lo padecieron todo menos el desmayo en la lucha y la vacilación en su fe. Pensaron que podían morir, nunca que su ideal pudiera no triunfar.

En medio de la ciudad en ruinas, sus voces se elevaron cantando la Gloria del Hijo de Dios en su nacimiento, la noche del 24 de Diciembre; ayudaron en el tránsito final a las almas de los heridos que morían bendiciéndolas; cerraron sus ojos, signaron las frentes con la cruz y aun ayudaron luego a retirar sus cadáveres; y luego, activas y diligentes, volvían a vestir de limpio la cama recién desocupada para que hallase descanso en ella otro cuerpo tronchado. Vendaron heridas, lavaron pies hinchados y tumefactos por la larga permanencia entre el fango de las trincheras; cargaron cientos de cubos de agua, pelaron kilos y más kilos de patatas, y un día de un otoño dorado y azul, cuando sobre la crestería de los montes circundantes vieron aparecer las tropas que, al fin, rompían definitivamente el asedio, volviendo por los fueros de su debilidad, cayeron de rodillas sollozando para agradecer a Dios el final de la trágica y gloriosa pesadilla.

Escudos humanos en El Musel

Escudos humanos en El Musel

 

 

Belarmino Tomás, Rafael Fernández y el barco prisión "Luis Caso de los Cobos".

 

En “este-país” antes llamado comúnmente España y que ahora se intenta evitar siquiera pronunciar su nombre -no sea que piensen que uno es facha o algo parecido- reina desde hace tiempo la dictadura de lo políticamente correcto y de la ocultación, cuando no la tergiversación más brutal y abyecta, de los hechos históricos recientes y no tan recientes acontecidos en “este-país”. Así, trepas y chaqueteros profesionales han sido elevados a la categoría de honorables héroes de la transición, a base de repetir continuamente la misma cantinela hasta que ésta se vaya convirtiendo en verdad incontestada. Y personajes con historial sangriento, siniestro y criminal, han sido convertidos en virtud de este papanatismo imperante, en hombres de consenso, políticos moderados, y artífices de la reconciliación. No nos referimos solo a Santiago Carrillo, nombrado recientemente Hijo Predilecto de Gijón a iniciativa socialista y con el apoyo expreso del PP (excepción hecha de sólo dos ediles populares, lo que les honra), sino a otros insignes personajes del socialismo asturiano cuya trayectoria se ha maquillado mediáticamente hasta casi ser llevados a la beatificación.

Pero como la realidad es tozuda y la historia está ahí, por muy molesta que resulte para algunos, vamos a retroceder unas décadas atrás:

El 24 de Agosto de 1937, en la fase final de la ofensiva Norte del ejército Nacional, se constituye el Consejo Soberano de Asturias y León, como institución política soberana e independiente por tanto de la República, y que incluso llegó a emitir moneda -los popularmente llamados “belarminos”, en referencia a su presidente Belarmino Tomás-. Este engendro, como tal, duró bien poco, hasta la huída masiva del «Gobiernín» (así calificado despectivamente por el propio presidente Manuel Azaña) estando ya las tropas nacionales cerca de Gijón, concretamente en Colunga.

Comenta Azaña que «del Gobiernín, el coronel Prada -recién nombrado jefe del Ejército del Norte- dice pestes. El más señalado era Belarmino Tomás, enteramente sometido a la CNT. La política que se seguía allí servía para fabricar fascistas. En Gijón, incautándose del pequeño comercio, de las pequeñas propiedades, etcétera, han logrado hacerse odiosos. Encarcelaba a niños de 8 años porque sus padres eran fascistas y a muchachas de 16 o 18 años, sobre todo si eran guapas». Lo cierto era que solo en los dos primeros meses del Alzamiento, asesinan en Gijón a más de seiscientas personas; muchas sacadas de la Iglesiona, cárcel responsabilidad del Gobierno, por tanto de Belarmino, puerta con puerta del cuartel de la Guardia de Asalto y a menos de cien metros de su despacho. Durante el asedio al cuartel de Simancas, Belarmino que, entre otros, mantenía como rehenes a la mujer e hijos del coronel Antonio Pinilla –jefe de la guarnición sitiada- les obligó a hablar llorosos por los altavoces conminándoles a su rendición, bajo amenaza de fusilamiento, algo que repitió también con las esposas e hijos de otros sitiados, a semejanza de lo ocurrido con el hijo del coronel Moscardó en el Alcázar de Toledo, quien finalmente fue fusilado.

Belarmino Tomás, que había participado como jefe civil de la salvajada sangrienta de Octubre de 1934 y ahora presidente del Consejo Soberano, se encontraba ya haciendo las maletas mientras los hombres de Higinio Carrocera se batían el cobre en el Mazuco frente a las Brigadas Navarras que estaban entrando ya en Asturias. Cuando Belarmino y sus consejeros ya tenían un pie en el barco para huir, faltaban horas, llegaron a declarar: “Al militar que abandone el puesto no hay que darle tiempo a que explique por qué lo abandonó. Se la fusila antes, sin que explique nada. No se puede perder el tiempo en oír excusas de cobarde. Si es un hombre que no quiere pelear, se le fusila; si es una unidad que no responde todavía a la llamada, se la diezma o quinta (se fusila uno de cada diez o cada cinco); si es un grupo disperso se le ametralla”. Eso sí, no se iban con las maletas vacías. Belarmino había ordenado, bajo pena de muerte, que se aplicó en ocasiones, la entrega de todo el oro y joyas, así como cambiar las pesetas por los “belarminos”, que no eran otra cosa que billetes como los del Monopoly hechos por él sin ningún valor monetario. De toda esa fortuna nunca se supo más nada.

En esta situación, el crucero nacional Almirante Cervera frente a la costa gijonesa hostigaba a la flota republicana en El Musel por lo que Belarmino Tomás advirtió que “los 2.200 prisioneros que tenían serían fusilados al primer disparo”. Ya había advertido por telegrama a la Sociedad de Naciones que “de continuar los ataques aéreos a Gijón, el Consejo daría orden de ejecutar a todos los presos políticos”. Y no era vana la advertencia: el 14 de Agosto los aviones nacionales bombardean objetivos militares en Gijón (estación de ferrocarril, correos, emisora de radio y el cuartel de Asalto) y esa misma noche sacan a 116 prisioneros que son asesinados, como había prometido.

Siendo Rafael Fernández –posterior presidente de la Autonomía asturiana en la transición- consejero de Justicia y Orden Público del Consejo Soberano, presidido por su suegro Belarmino Tomás, la Iglesiona de Gijón se había convertido en siniestra cárcel atestada de presos políticos y de un sinnúmero de gentes que los frentepopulistas habían catalogado de enemigos. Rafael Fernández, “el yerno de la bestia de Belarmino” como ya era conocido en aquél entonces, realiza uno de los más inicuos mecanismos de represión puestos en práctica durante la guerra. La crueldad gratuita de este episodio, que parece haber sido borrado de esa memoria histórica tan reivindicada, adquiere una dimensión aún más terrible cuando se sabe que en esas mismas y trágicas jornadas, los miembros del poder judicial, responsables de su situación, preparaban su huida de Asturias. Cosa que efectuarían desde el puerto de San Esteban de Pravia, la noche del 12 de octubre de 1937, a bordo del remolcador "Somo".

Al producirse los bombardeos sobre el puerto de El Musel, de la Iglesiona y de la cárcel de El Coto son sacadas 150 mujeres y 365 hombres, siendo llevados todos ellos al barco prisión Luis Caso de los Cobos, que es situado pegado al destructor republicano “Ciscar”, el más rápido de la Flota roja y en el que Belarmino pensaba huir. El terror y los sufrimientos de aquellas gentes convertidas en auténticos escudos humanos, alcanzó cotas difícilmente imaginables.

Uno de los supervivientes relata: “Nos llevó allí una orden del Consejero de Justicia y Orden Público, un mozo llamado Rafael Fernández, antiguo aprendiz de encuadernador que, en el periodo revolucionario se había hecho yerno de Belarmino. En El Musel quedamos los presos, dícese que en calidad de antiaéreos para defender el petróleo o lo que nos pongan al costado. Nosotros creemos que es para asesinarnos…”. Y allí quedaron, hacinados en las dos sucias bodegas del destartalado carbonero, aquellos hombres y mujeres agonizando, enfermando y enloqueciendo; sus gritos y lamentos se escuchaban a kilómetros. “…Así hubimos de estar, condenados a muerte por el Consejo Soberano de Asturias y León y a iniciativa del miserable Rafael Fernández, durante cincuenta y tres días, llenos además de sufrimientos y vejaciones”.

Relata Guillén Salaya: “Lo primero que observamos fue que no disponíamos de espacio ni siquiera para dormir. Había que formar una verdadera parra humana. Lo segundo que pudimos comprobar era que estábamos encerrados en una bodega y en ella no había retrete. Los primeros malos olores comenzaron a herirnos en aquella trágica madrugada y no nos abandonaron durante los más de cincuenta días que vivimos en el estercolero del infierno… El yerno de la mala bestia de Belarmino había inventado un infierno que no se le ocurriera a Dante”.

No deja de sorprender cómo, a día de hoy, este terrible episodio de represión brutal sobre centenares de hombres y mujeres inocentes es sistemáticamente obviado y silenciado por la mayoría de historiógrafos y pseudohistoriadores que insisten en mostrar una versión distorsionada y manipulada de hechos ocurridos en la historia reciente de España, bajo la mirada atenta de los censores de la Ley de la Memoria Histórica. Como también sorprende, en ese vano intento de cambiar la historia, el afan político y mediático de edulcorar y ataviar como moderados y prudentes gobernantes a algunos de los más siniestros personajes que ha dado el socialismo español.

El levantamiento del cerco de Oviedo

El levantamiento del cerco de Oviedo

Octubre de 1936. Las columnas gallegas

Con los restos de los tabores de Regulares de Ceuta y Tetuán se organiza una Agrupación al mando del comandante Gallegos, que en las primeras horas de la madrugada emprende la marcha con el fin de ocupar las alturas de la Sierra del Naranco, por sorpresa. El resto de la columna se dispone a continuar el avance al amanecer, cruzando el río Nora, pero la intensa niebla impide iniciar la marcha hasta las once horas, momento en que disponiéndose de la visibilidad necesaria se efectúa una preparación artillera sobre el lugar de Loriana, en donde el enemigo ofrece resistencia.

Iniciado el avance con la unidad de Voluntarios de Orense, fuerzas de Asalto de La Coruña, y una compañía de Voluntarios de Puentedeume (La Coruña) recién incorporada, se encuentra fuerte resistencia enemiga al alcanzar el lugar de Gallegos, resultando herido el jefe de esta vanguardia, capitán de infantería Pérez López, siendo sustituído por el capitán de la misma arma, habilitado de comandante, don Jacobo López García, que consigue vadear el río Nora y, tras un avance por el Norte y el Sur de Loriana, logra que el enemigo abandone sus posiciones del pueblo, ante el temor de ver cortada su retirada, ocupándose dicho lugar con escasas bajas.

Como el objetivo señalado a dicha vanguardia era la ocupación de Loriana y esperar órdenes, el jefe de la vanguardia da cuenta al de la columna, Teniente Coronel Teijeiro, de haber cumplido su misión y solicita autorización para continuar el avance, por estimar que el enemigo no ha de ofrecer resistencia al haberse retirado desmoralizado.

La llegada a Loriana de una compañía de Regulares de Alhucemas y la presencia de las banderas nacionales en las alturas occidentales del Naranco, que indican el avance de la Agrupación del Comandante Gallegos, deciden al Comandante habilitado López García a continuar el avance todo lo posible antes de que el enemigo pueda rehacerse, y dejando en Loriana la compañía de Regulares mencionada, va ocupando en saltos sucesivos las estribaciones del Naranco, hasta el lugar de Villamar, sufriendo ligero paqueo del flanco izquierdo, que es anulado con reconocimiento de patrullas, que hacen un prisionero, el cual manifiesta que el enemigo, dispersado y desmoralizado, se repliega a las líneas de Oviedo.

En Villamar los naturales informan que desde ese lugar la entrada en Oviedo ha de hacerse cruzando el barrio de La Argañosa, en poder de los rojos. Oviedo está a la vista y en un último asalto puede intentarse establecer enlace con las fuerzas defensoras de la ciudad, pero quedan pocos minutos de luz y se ignora la resistencia que puede oponer el enemigo, principalmente en La Argañosa. No se ha conseguido comunicación alguna del mando y las fuerzas de la columna del Teniente Coronel Teijeiro parece que han detenido el avance. En vista de que la orden del Capitán General de la 8ª Región, comunicada por el Coronel Martín Alonso en Cuero, el día 6 de Octubre, la víspera de iniciarse el avance final sobre Oviedo, exigía un máximo esfuerzo para enlazar con la mayor urgencia con las tropas defensoras de la ciudad, decide al Comandante López García a continuar el avance.

Existiendo en las proximidades de Villamar una loma trapezoidal perpendicular a la dirección del avance (Loma Pando), que ofrece excelentes condiciones de defensa, es ocupada por una sección (50 hombres) cuyo jefe es advertido de que si por la resistencia enemiga no se consigue entrar en Oviedo, el resto de la vanguardia (250 hombres) se replegará sobre dicha posición, dándose una consigna para el reconocimiento de las tropas, por si se lleva a cabo dicho repliegue.

Se continúa el avance y al aproximarse las tropas de Asalto de La Coruña, que vqan en vanguardia, a las primeras casas del barrio de La Argañosa, se empieza a sentir intenso fuego enemigo, principalmente del flanco derecho (Depósito de Agua de Oviedo), lo que hace penoso el avance, pues obliga a cruzar los frecuentes claros existentes entre los edificios individualmente, bajo un fuego intenso de armas automáticas que baten la carretera. Al propio tiempo es necesario anular la resistencia opuesta por pequeños grupos en algunos edificios y una infiltración por la línea del ferrocarril, que es aniquilada.

Al fin, se llega a la entrada de la calle de Uría, que está cerrada con un parapeto de sacos terreros y, al aproximarse las tropas nacionales, son recibidas con intenso fuego desde los edificios, lo que hace sospechar que la resistencia proceda de las fuerzas rojas. Se dan gritos de ¡Viva España! y ¡Arriba España! con lo que se consigue el cese del fuego. Desde uno de los edificios de donde ha partido el fuego se pide que avance el jefe de las fuerzas, lo que hace el Comandante López García acompañado de dos guardias de Asalto, cruzando la plaza que los separa hasta el parapeto de sacos terreros, en donde es recibido por dos oficiales que visten mono azul y demuestran desconfianza al contestar el Comandante López García a la pregunta de uno de ellos sobre qué tropas son las que conduce, que se trata de la vanguardia de las fuerzas gallegas, compuestas por voluntarios y tropas de Asalto (no figura ninguna unidad regular). Por otra parte, el citado Comandante ostenta la insignia de la habilitación de su empleo sobre el rectángulo rojo (así se dispuso para las primeras habilitaciones). Por ello es conducido a la presencia del jefe del Sector, en donde se aclara la situación, consiguiendo ponerse al habla con el Coronel Aranda, jefe de las tropas defensoras de la ciudad, el cual dispone que, con las precauciones debidas, pues ya la oscuridad se ha hecho completa, entren las tropas que han quedado detenidas fuera del recinto.

El contacto se establece a las 18,30 horas y, recibida la pequeña columna por el propio Coronel Aranda, éste felicita al Comandante López García y le manifiesta, al conocer los efectivos que conduce, que esa noche pueden sentirse tranquilos. Y al observar la extrañeza de dicho Comandante, le hace presente que en esos momentos sólo dispone escasamente de 30 hombres para acudir a cualquier lugar del frente que pueda encontrase en peligro, y que por consiguiente la presencia de 250 hombres puede proporcionarle una tranquilidad de la que no goza desde hace tiempo.

Dispone, a continuación, dando con ello ejemplo de su generosidad y afecto a las fuerzas liberadoras, que a las fuerzas defensoras se les distribuya rancho en frío y la comida caliente que estaba dispuesta para ellas se ceda a las tropas gallegas, alegando que éstas llevan varios días alimentándose con rancho en frío y sufriendo intensas lluvias. Asimismo, dispone su alojamiento en los cuarteles, negándose a que realicen ningún servicio durante la noche, con el fin de que puedan operar al día siguiente para descongestionar el cerco que sufre la ciudad.

Dos horas después de haberse producido el contacto de las fuerzas gallegas con las defensoras de la ciudad, entran en ésta el Coronel Martín Alonso y el Teniente Coronel Teijeiro, que, con sus Planas Mayores, han seguido el avance de la vanguardia del Comandante López García, guiados por las banderas blancas que, con figuras de mariscos en rojo, llevan los Voluntarios de Puentedeume. El grueso de la Columna de liberación pernocta en el campo, verificando la entrada en la ciudad en las primeras horas de la mañana del día 18.