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DEFENSORES DE OVIEDO

Escudos humanos en El Musel

Escudos humanos en El Musel

 

 

Belarmino Tomás, Rafael Fernández y el barco prisión "Luis Caso de los Cobos".

 

En “este-país” antes llamado comúnmente España y que ahora se intenta evitar siquiera pronunciar su nombre -no sea que piensen que uno es facha o algo parecido- reina desde hace tiempo la dictadura de lo políticamente correcto y de la ocultación, cuando no la tergiversación más brutal y abyecta, de los hechos históricos recientes y no tan recientes acontecidos en “este-país”. Así, trepas y chaqueteros profesionales han sido elevados a la categoría de honorables héroes de la transición, a base de repetir continuamente la misma cantinela hasta que ésta se vaya convirtiendo en verdad incontestada. Y personajes con historial sangriento, siniestro y criminal, han sido convertidos en virtud de este papanatismo imperante, en hombres de consenso, políticos moderados, y artífices de la reconciliación. No nos referimos solo a Santiago Carrillo, nombrado recientemente Hijo Predilecto de Gijón a iniciativa socialista y con el apoyo expreso del PP (excepción hecha de sólo dos ediles populares, lo que les honra), sino a otros insignes personajes del socialismo asturiano cuya trayectoria se ha maquillado mediáticamente hasta casi ser llevados a la beatificación.

Pero como la realidad es tozuda y la historia está ahí, por muy molesta que resulte para algunos, vamos a retroceder unas décadas atrás:

El 24 de Agosto de 1937, en la fase final de la ofensiva Norte del ejército Nacional, se constituye el Consejo Soberano de Asturias y León, como institución política soberana e independiente por tanto de la República, y que incluso llegó a emitir moneda -los popularmente llamados “belarminos”, en referencia a su presidente Belarmino Tomás-. Este engendro, como tal, duró bien poco, hasta la huída masiva del «Gobiernín» (así calificado despectivamente por el propio presidente Manuel Azaña) estando ya las tropas nacionales cerca de Gijón, concretamente en Colunga.

Comenta Azaña que «del Gobiernín, el coronel Prada -recién nombrado jefe del Ejército del Norte- dice pestes. El más señalado era Belarmino Tomás, enteramente sometido a la CNT. La política que se seguía allí servía para fabricar fascistas. En Gijón, incautándose del pequeño comercio, de las pequeñas propiedades, etcétera, han logrado hacerse odiosos. Encarcelaba a niños de 8 años porque sus padres eran fascistas y a muchachas de 16 o 18 años, sobre todo si eran guapas». Lo cierto era que solo en los dos primeros meses del Alzamiento, asesinan en Gijón a más de seiscientas personas; muchas sacadas de la Iglesiona, cárcel responsabilidad del Gobierno, por tanto de Belarmino, puerta con puerta del cuartel de la Guardia de Asalto y a menos de cien metros de su despacho. Durante el asedio al cuartel de Simancas, Belarmino que, entre otros, mantenía como rehenes a la mujer e hijos del coronel Antonio Pinilla –jefe de la guarnición sitiada- les obligó a hablar llorosos por los altavoces conminándoles a su rendición, bajo amenaza de fusilamiento, algo que repitió también con las esposas e hijos de otros sitiados, a semejanza de lo ocurrido con el hijo del coronel Moscardó en el Alcázar de Toledo, quien finalmente fue fusilado.

Belarmino Tomás, que había participado como jefe civil de la salvajada sangrienta de Octubre de 1934 y ahora presidente del Consejo Soberano, se encontraba ya haciendo las maletas mientras los hombres de Higinio Carrocera se batían el cobre en el Mazuco frente a las Brigadas Navarras que estaban entrando ya en Asturias. Cuando Belarmino y sus consejeros ya tenían un pie en el barco para huir, faltaban horas, llegaron a declarar: “Al militar que abandone el puesto no hay que darle tiempo a que explique por qué lo abandonó. Se la fusila antes, sin que explique nada. No se puede perder el tiempo en oír excusas de cobarde. Si es un hombre que no quiere pelear, se le fusila; si es una unidad que no responde todavía a la llamada, se la diezma o quinta (se fusila uno de cada diez o cada cinco); si es un grupo disperso se le ametralla”. Eso sí, no se iban con las maletas vacías. Belarmino había ordenado, bajo pena de muerte, que se aplicó en ocasiones, la entrega de todo el oro y joyas, así como cambiar las pesetas por los “belarminos”, que no eran otra cosa que billetes como los del Monopoly hechos por él sin ningún valor monetario. De toda esa fortuna nunca se supo más nada.

En esta situación, el crucero nacional Almirante Cervera frente a la costa gijonesa hostigaba a la flota republicana en El Musel por lo que Belarmino Tomás advirtió que “los 2.200 prisioneros que tenían serían fusilados al primer disparo”. Ya había advertido por telegrama a la Sociedad de Naciones que “de continuar los ataques aéreos a Gijón, el Consejo daría orden de ejecutar a todos los presos políticos”. Y no era vana la advertencia: el 14 de Agosto los aviones nacionales bombardean objetivos militares en Gijón (estación de ferrocarril, correos, emisora de radio y el cuartel de Asalto) y esa misma noche sacan a 116 prisioneros que son asesinados, como había prometido.

Siendo Rafael Fernández –posterior presidente de la Autonomía asturiana en la transición- consejero de Justicia y Orden Público del Consejo Soberano, presidido por su suegro Belarmino Tomás, la Iglesiona de Gijón se había convertido en siniestra cárcel atestada de presos políticos y de un sinnúmero de gentes que los frentepopulistas habían catalogado de enemigos. Rafael Fernández, “el yerno de la bestia de Belarmino” como ya era conocido en aquél entonces, realiza uno de los más inicuos mecanismos de represión puestos en práctica durante la guerra. La crueldad gratuita de este episodio, que parece haber sido borrado de esa memoria histórica tan reivindicada, adquiere una dimensión aún más terrible cuando se sabe que en esas mismas y trágicas jornadas, los miembros del poder judicial, responsables de su situación, preparaban su huida de Asturias. Cosa que efectuarían desde el puerto de San Esteban de Pravia, la noche del 12 de octubre de 1937, a bordo del remolcador "Somo".

Al producirse los bombardeos sobre el puerto de El Musel, de la Iglesiona y de la cárcel de El Coto son sacadas 150 mujeres y 365 hombres, siendo llevados todos ellos al barco prisión Luis Caso de los Cobos, que es situado pegado al destructor republicano “Ciscar”, el más rápido de la Flota roja y en el que Belarmino pensaba huir. El terror y los sufrimientos de aquellas gentes convertidas en auténticos escudos humanos, alcanzó cotas difícilmente imaginables.

Uno de los supervivientes relata: “Nos llevó allí una orden del Consejero de Justicia y Orden Público, un mozo llamado Rafael Fernández, antiguo aprendiz de encuadernador que, en el periodo revolucionario se había hecho yerno de Belarmino. En El Musel quedamos los presos, dícese que en calidad de antiaéreos para defender el petróleo o lo que nos pongan al costado. Nosotros creemos que es para asesinarnos…”. Y allí quedaron, hacinados en las dos sucias bodegas del destartalado carbonero, aquellos hombres y mujeres agonizando, enfermando y enloqueciendo; sus gritos y lamentos se escuchaban a kilómetros. “…Así hubimos de estar, condenados a muerte por el Consejo Soberano de Asturias y León y a iniciativa del miserable Rafael Fernández, durante cincuenta y tres días, llenos además de sufrimientos y vejaciones”.

Relata Guillén Salaya: “Lo primero que observamos fue que no disponíamos de espacio ni siquiera para dormir. Había que formar una verdadera parra humana. Lo segundo que pudimos comprobar era que estábamos encerrados en una bodega y en ella no había retrete. Los primeros malos olores comenzaron a herirnos en aquella trágica madrugada y no nos abandonaron durante los más de cincuenta días que vivimos en el estercolero del infierno… El yerno de la mala bestia de Belarmino había inventado un infierno que no se le ocurriera a Dante”.

No deja de sorprender cómo, a día de hoy, este terrible episodio de represión brutal sobre centenares de hombres y mujeres inocentes es sistemáticamente obviado y silenciado por la mayoría de historiógrafos y pseudohistoriadores que insisten en mostrar una versión distorsionada y manipulada de hechos ocurridos en la historia reciente de España, bajo la mirada atenta de los censores de la Ley de la Memoria Histórica. Como también sorprende, en ese vano intento de cambiar la historia, el afan político y mediático de edulcorar y ataviar como moderados y prudentes gobernantes a algunos de los más siniestros personajes que ha dado el socialismo español.

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