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DEFENSORES DE OVIEDO

Los protagonistas

La Brigada Penal de San Esteban de las Cruces

La Brigada Penal de San Esteban de las Cruces

En el frente de Oviedo, en la primera mitad del año 1937 -las líneas a tiro de cañón y bajo el continuo fuego de artillería de uno y otro bando-, las milicias del Frente Popular crean una brigada compuesta por prisioneros nacionales y comandada por los más duros individuos de las cuencas mineras. 

¿Quien puede imaginar que había un campo de concentración rojo tan cerca de nuestros hogares?... Pues lo había.

Tras meses inacabables de trabajo agotador, las “balas perdidas”, el hambre y el terror minando el número de los penados, el  autor -miembro de una de las “secciones de choque” disciplinarias- asiste, emocionado, a su liberación por la IV Brigada de Navarra.

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Por Bonifacio Lorenzo 

En abril de 1937 se forma la tristemente célebre Brigada Penal de San Esteban de las Cruces, con presos sacados de diversas cárceles asturianas para trabajos de fortificación en primera línea.

Una tarde de aquel mes, en la cárcel del Coto de Gijón,  se ordena formar en la galería central a todos los detenidos.  Creemos que se trata, como otras veces, de un registro en nuestras cosas y para ello desalojamos celdas y aglomeraciones.

No fue así. Nos nombran a unos cincuenta. Nos mandan salir de la formación y por el rastrillo a la calle, donde unos autocares nos esperan. No se nos permite recoger nuestras cosas. Yo voy en zapatillas. Otros sin chaqueta o prendas de abrigo y, por supuesto, todos sin mantas ni objetos de uso personal.

Desconocemos nuestro destino. De Noreña a La Felguera y de aquí, por Tudela Veguín, a San Esteban de las Cruces, aldea a unos tres kilómetros de la ciudad de Oviedo, sobre la carretera de Adanero a Gijón.

Llegamos al atardecer y nos alojan en la llamada “Casa del Torneru”, cuyos dueños hubieron de abandonarla para que nos instaláramos en ella, en su lagar y hórreo.

En el suelo, o sobre unos caballetes y tablas procedentes de los toneles, hemos dormido todo el tiempo.

Un mes más tarde, otro contingente de presos de la Iglesia de los jesuitas de Gijón habilitada como cárcel, con otro de Mieres, integran la segunda Compañía de la Brigada de San Estaban de las Cruces, que se aloja en un merendero próximo a nuestro acuartelamiento conocido por  “El Pito”. Más tarde una tercera expedición formará la tercera Compañía. Con acuartelamiento en la vecina parroquia de Santa Ana de Abuli.

 

Una dura jornada de trabajo bajo las bombas

Mandaba la Brigada el comandante “Pipo” FeIgueroso y era su ayudante el teniente Cortina. AI frente de cada Compañía,  un capitán.  El de la primera, a la que pertenecí, apellidábase Arcos. Aquellas se subdividían en Secciones mandadas por tenientes y éstas en Escuadras, que lo estaban por cabos. Todos los mandos eran mineros mutilados de guerra, muchos auténticos chekistas; en general, ninguno ocultaba su odio hacia nosotros, considerándonos culpables de aquellas mutilaciones, salvo el teniente Vidal.

Los integrantes de una escuadra jamás trabajan juntos; se forman parejas con otros de diversas secciones. Estaba dispuesto -y desgraciadamente se cumplió- que, si se pasaba un penado a zona nacional, sin formación de causa se fusilaba al compañero de trabajo y a los componentes de la escuadra del huído. Para intentar la evasión era prácticamente necesario que lo hicieran los cien hombres que aproximadamente integraban cada Compañía. Ello aparte de las represalias en las familias de los evadidos, que inmediatamente eran detenidas.

Los trabajos encomendados a esta Brigada eran fortificación en primera línea, colocación de alambradas en la noche, apertura de nuevas trincheras, cubrimiento de las mismas con tableros y tierra para evitar los efectos de los morteros, colocación de sacos terreros, aspilleras, etcétera.

La jornada de trabajo era normalmente de diez horas y al regreso, por lo menos en nuestra Compañía, llevábamos de las casas abandonadas en las afueras de Oviedo, piedras, ladrillos, vigas, etcétera, con cuyos materiales levantamos un edificio para albergue de nuestros “mandos”, según proyecto de nuestro compañero penado el arquitecto Pedro Cabello, auxiliado por otro delineante, Ramón Cuesta. En esto se emplearon algunos compañeros expertos en construcción y como peonaje los rebajados de servicio. El transporte de materiales era verdaderamente penoso, no sólo por realizarse después de una agotadora jornada de trabajo, sino por tener que sacarlo por lugares difíciles y transportarlos luego unos tres kilómetros a hombros.

Me destinaron a la llamada “Sección de choque”, integrada por los detenidos que consideraban más significados y que destinaban a los trabajos más peligrosos. La mandaba el teniente Diego, uno de los mandos más sanguinarios y que ejecutó a la mayoría de nuestros compañeros muertos, jactándose de ello.

 

Cien hombres se ofrecen por un trozo de pan

Si no teníamos un trabajo especial, nos dedicábamos a abrir nuevas trincheras. Para ello salíamos de nuestro acuartelamiento a las dos de la mañana para llegar media hora más tarde al “tajo”. Con el máximo sigilo, las parejas se colocaban distanciadas unos diez metros. Inicialmente, profundizábamos un hoyo para estar a cubierto al amanecer y evitar ser tiroteados; luego teníamos que avanzar la trinchera para comunicar a la pareja más próxima, ya que por ella habríamos de retirarnos concluido el trabajo hacia las dos de la tarde. En otro caso continuábamos la faena hasta conseguirlo.

La comida era muy escasa: un chusco o panecillo de 200 gramos por día, una tacilla de chocolate aguado al salir al trabajo, como desayuno, y otra de arroz o de garbanzos –mucho caldo y pocos garbanzos- con despojos de carne alguna que otra vez, tanto para la comida como para la cena. Algunos nos ayudábamos con paquetes que nuestras familias nos enviaban –envíos prohibidos en los últimos meses- y que consistían, principalmente, en patatas, las que freíamos con el sebo de las velas.

Da idea de nuestra necesidad la siguiente anécdota: hacia las once de la noche de un cierto día, mandaron levantarse a todos los penados para pedir voluntarios para un trabajo urgente en una trinchera que tendría un par de horas de duración. Nadie se movió. Se dijo que quienes lo realizaran quedaban dispensados de trabajar al siguiente día, pero, por nuestro agotamiento, nadie se ofreció para ello. Nueva oferta: los que vayan y entreguen un trozo de su pan, al regreso se les suministrará un plato de sopa de ajo. Los cien hombres nos ofrecimos.

Normalmente, los domingos por la tarde recibíamos la visita de nuestros familiares, comunicándonos con ellos a través de una triple alambrada y en presencia de nuestros mandos. Tales visitas entrañaban para aquéllos grave peligro. Desde Tudela-Veguín, a unos 6 kilómetros de nuestra Brigada, habían de seguir a pie y a los insultos de los milicianos sumábase el peligro de un proyectil. Poco antes de aquellas visitas, una batería del 7´5, no muy lejos de nosotros, abría invariablemente fuego sobre Oviedo, que, al responder sus defensores, dejaban batida la carretera que nuestros parientes irremisiblemente tenían que transitar.

Las tropas defensoras de Oviedo tuvieron con nosotros magnífico comportamiento. Sabían de nuestra presencia en aquellos lugares y en la noche, por sus altavoces, nos daban noticias de la marcha de las operaciones en los distintos frentes y nos anunciaban una pronta liberación. Jamás nos tirotearon mientras realizábamos el trabajo. Sin embargo, al retirarnos acabada la jornada, cañoneaban nuestras fortificaciones, haciendo que al siguiente día nos encontráramos con casi  todo derruido. Esto enfurecía a nuestros mandos que, parapetados estratégicamente, asesinaban a quienes mejor les parecía, alegando que era “una bala perdida de Oviedo” la culpable de aquellas muertes. Bien sabíamos nosotros, por su trayectoria, que esto no era cierto y que los asesinados lo eran desde nuestras propias posiciones.

 

Prisiones en pipas de sidra de 450 litros

Otras veces se enviaba a un grupo a sacar ladrillos de una casa abandonada y luego se les atacaba con granadas de mano hasta aniquilarlos, diciéndose después que había sido un mortero disparado desde Oviedo. Así ocurrió con Luis Cuervo y Ramón Ibaseta, que pudo huir herido de la casa, rematándosele en el exterior.

En una ocasión visitó la “Brigada Penal” Belarmino Tomás, presidente del “Consejo Soberano de Asturias y León”; en su discurso aludió al ímprobo esfuerzo que tenían que realizar para que “el pueblo” no nos liquidara por “fascistas”, por lo que deberíamos responder con nuestro esfuerzo y lealtad a tal protección. Advirtió entre los presentes a Junquera, un muchacho de La Felguera procedente de la Juventud Católica y que, por lo visto, era sacristán en su parroquia. En tono de burla le dijo que cuando la guerra acabase lo pasaría mal al no tener empleo, puesto que no iba a quedar cura. Sin amilanarse le respondió Junquera que se trasladaría al País Vasco, donde aún quedaban. Belarmino Tomás le aseguró: “Cuando acabemos con los de Asturias liquidaremos a los de Euzkadi”. Al siguiente día Junquera moriría en la trinchera víctima de una “bala perdida”; bala que, por los orificios de entrada y salida, no procedía de Oviedo. Andando el tiempo, el teniente Diego se jactaría de ser el autor de aquella muerte.

A los penados que a juicio de un mando no trabajaban con la presteza debida o cometían la mínima falta, como dejar caer agua en el suelo, se les imponía terribles castigos, siendo el más frecuente meter al infeliz en una pipa de sidra de unos 450 litros, uno de cuyos lados se había sustituido por una reja que hacía de puerta. El castigado quedaba en cuclillas en tal instrumento de tortura y así pasaba la noche. Al siguiente día otros compañeros vendrían en su ayuda para hacerle salir, pues estaba completamente agarrotado. En ocasiones soportábamos toda la noche los gritos lastimeros de algunos infelices que pedían a voces los mataran de una vez.

Hasta el número de enfermos estaba racionado y no podían rebajarse otros si el cupo estaba cubierto, aunque tuvieran fiebre o presentaran síntomas inequívocos de su dolencia. El estar rebajado de servicio no significaba más que no tener que ir a las trincheras, pero en el cuartel se trabajaba en el edificio de los mandos, o se iba a por agua a la fuente de Olloniego, distante dos kilómetros; por lentitud en este trabajo fue muerto a tiros Manuel Martínez, imposibilitado de hacer más viajes y pese a estar rebajado de servicio.

El derrumbamiento del frente Norte puso fin a aquella pesadilla. Nuestra Compañía tenía a la entrada emplazadas ametralladoras para liquidarnos llegado el momento. Pero la cobardía pudo más y, durante la noche, se marcharon todos los mandos. Nosotros, los de la “sección de choque”, tuvimos otro fin. Días antes nos trasladaron al frente oriental y al considerar la resistencia inútil, nos ordenaron replegarnos hacia Cangas de Onís. En un maizal próximo nos fueron segando, según salimos del refugio, con unas ametralladoras. Ligeramente herido, pude coger a un compañero y refugiarme en una casa. Jamás olvidaré aquella noche pasada con mi compañero, muerto en la evasión. En ella esperé un nuevo día para orientarme mejor mientras oía, próximos, el Cara al Sol y otras canciones del frente. Al amanecer, con la emoción que cabe suponer, me presentaba a la IV Brigada de Navarra con los que habían sido mis atributos de trabajo: la pala, el pico, la dinamita. Mi alegría no era completa: ¿qué le habría pasado a mi familia en zona roja?. ¿Y mi padre, en otra Compañía de la Brigada Penal?. Al final, todos se habían salvado.

 


 

Revista Historia y Vida (Extra nº 4). Nuestro agradecimiento a D. Joaquín Fernández Alonso por rescatar este artículo.

AL HEROICO TENIENTE CORONEL TEIJEIRO

AL HEROICO TENIENTE CORONEL TEIJEIRO

Mientras la Ley de Memoria Histórica trata de imponer una versión oficial, a la vez que parcial y revanchista, de la historia reciente de España, los hechos son los que son, y la Historia es la que es, por mucho que se intente ocultarla o distorsionarla.

Y a pesar de que en Oviedo la corporación municipal haya eliminado el nombre de la Plaza y retire el monumento al Teniente Coronel Teijeiro, su memoria sigue muy viva y unida para siempre a la ciudad de Oviedo, de quien fue su libertador, al frente de una de las columnas gallegas, el 17 de octubre de 1936.

 ¿Quién fue el valeroso Teniente Coronel Teijeiro?

El 5 de enero de 1892 nace en Baamonde (Lugo) Jesús Teijeiro Pérez, hijo del médico del lugar D. Serafín Teijeiro y de su esposa doña Concepción Pérez. Muy joven inicia sus estudios en el Seminario de Lugo; sin embargo, sintiendo más inclinación por la carrera de las armas, ingresa como alumno-cadete de Infantería en la Academia de Toledo el 2 de septiembre de 1912, donde, a los tres años, recibe el despacho de segundo teniente, solicitando plaza en el Regimiento WadRas de guarnición en Tetuán. En el mes de junio de 1917 se incorpora al Batallón de Cazadores de Madrid n° 2, en Tetuán.

Asciende a primer Teniente en el mes de septiembre y es destinado al Regimiento Serrallo con base en Ceuta y dos meses después al Regimiento de Infantería de Marina en Fernando Poo, pasando después al Regimiento Isabel la Católica de La Coruña. Solicita, en 1921, destino nuevamente en el Regimiento Sorolla de Ceuta, interviniendo con el mismo, en varias acciones de guerra contra los moros. En el mes de septiembre solicita su ingreso en la Legión de Extranjeros de reciente creación, y en su campamento de Riffién, con cuyas tropas de choque realiza su brillante carrera militar. Interviene en el combate de Monte Mayán donde, por haber sido herido el Capitán, toma el mando de la Compañía. En enero de 1922 toma parte en la operación sobre Hayuna-Beni-Bara, resultando gravemente herido. Restablecido pocos meses después, se reincorpora a la Legión y, en noviembre de ese mismo año, es ascendido a Capitán, tomando el mando de la Compañía del Tercio en Tafersit.

En vanguardia de la columna Gómez Morato, toma parte en mayo de 1923 en los combates de Tizzi Assa, recibiendo por todo ello su primera Medalla Militar. Ese mismo año, cooperando con la columna Salcedo en el levantamiento del cerco de Tifarauín. La Comandancia General de Melilla lo cita como distinguido en el mando de sus legionarios «por su entusiasmo y pericia, valor, serenidad y excelentes dotes de mando».

Durante el año 1924 participa en hechos de guerra, incorporada su unidad en distintas columnas de operaciones en territorio de Marruecos; columnas de Franco, Serrano, Castro Girona, Núñez de Prado... A mediados de diciembre recibe otra Medalla Militar. Interviene en la evacuación de Xauen, incorporado a la columna del Teniente Coronel Franco, quien emite de Teijeiro el siguiente juicio «Es un oficial valeroso, inteligente y de gran espíritu».

En el año 1925 se encarga del mando de la 5á Bandera de La Legión, participando en el desembarco de Alhucemas en la columna del ya Coronel Francisco Franco. Desembarca en las inmediaciones de la playa de Cebadilla y toma parte de la ocupación de Yebel-Malmussi y Monte Palomas.

En 1926, con la columna del Coronel Millán Astray, interviene en acciones de guerra y, ascendido a Comandante, se hace cargo en propiedad de la 5ª Bandera.

En 1927 opera con la columna mandada por el Teniente Coronel Martín Alonso. De esta circunstancia surgió muy buena amistad entre ambos militares gallegos.

Ascendido a Teniente Coronel, en 1928, con treinta y seis años, tiene que dejar la Legión al no existir vacante, tomando destino en la Zona de Reclutamiento de Lugo, su tierra natal, donde contrae matrimonio con Dña. Luisa Revilla Vidal, de cuya unión nacen cuatro hijos.

Proclamada la República española año 1931, promulgada la famosa «Ley de Azaña», solicita su retiro al servicio activo y pasa a residir, con su familia a La Coruña.

Próxima la guerra civil, Teijeiro es uno de los muchos militares retirados a los que vigila el Frente Popular. AI inicio de la contienda se ofrece, desde el primer instante, a su amigo el Coronel Martín Alonso, entonces mandando el Regimiento Zapora en La Coruña y le encarga de organizar e instruir a milicias voluntarias que denomina «Caballeros de La Coruña». A dicha Región Militar se le encomienda la liberación de Asturias, principalmente de la cercada ciudad de Oviedo. Se organizan tres columnas y una, al mando del Comandante en activo Ceano que ocupa Ribadeo, Vegadeo y Navia. El Comandante resulta herido gravemente y, para reemplazarlo, se envía a Teijeiro. Ocupa Otur y Luarca, Canero, Trevías, Paredes, Brieves y alcanza el importante puerto de La Espina y opera sobre Salas, ocupando las alturas que la dominan.

Teijeiro, con sus tropas, marcha sobre San Martín de Luiña y toma Pravia y, bordeando, el río Nalón penetra por La Mortera hacia Cabruñana y Grado. Los combates fueron durísimos.

El Coronel Martín Alonso refuerza la columna de Teijeiro con una Bandera del Tercio y un Tabor de Regulares y la mete, en forma de punta de lanza, en dirección a Oviedo por Peñaflor, Santullano de las Regueras y Escamplero.

El día 15 de octubre se toma completamente Escamplero, después de durísimos combates cuerpo a cuerpo, posición clave para intentar la liberación de Oviedo, que resiste de forma inverosímil, donde el invicto Coronel, ya General, Aranda, comunica: «Sólo nos resta morir como españoles». Teijeiro es consciente de la gravísima situación de los defensores y monta su estrategia. Con base en el Escamplero, en la noche del día 16, inicia el avance una agrupación de la columna integrada por restos de Tabores de Regulares al mando del Comandante Elías Gallego Muro, que ocupa por sorpresa las alturas del Monte Naranco; por otra parte refuerza la fijación del enemigo en la zona de San Claudio, con lo que asegura los flancos del previsto avance hacia Oviedo. Con fuerte resistencia se ocupa el poblado de Gallegos y Loriana, Villamar y Loma de Pando, entrando en combate en las primeras casas de La Argañosa.

Hacia las seis y media de la tarde del día 17 de octubre, ya anochecido, la vanguardia de la columna Teijeiro toma contacto con los defensores de Oviedo. La emoción fue indescriptible al hacer su entrada triunfal en la capital de ASTURIAS. Había sido roto el cerco de Oviedo.

Cuando en la soleada mariana del día 23 de noviembre, el heroico Teniente Coronel Teijeiro paseaba acompañado por su ayudante por la calle de Uría de Oviedo, a la altura de la que fue Escuela Normal, una bomba de aviación hirió de muerte al valiente soldado y el día 27 fallecía en Grado, donde había sido trasladado para ser intervenido por el equipo quirúrgico del doctor Sierra.

Atendiendo a sus últimos deseos, su cuerpo fue enterrado en su Baamonde natal, con otra Medalla Militar concedida por el Generalísimo. Posteriormente fue ascendido a Coronel, a título póstumo, con antigüedad del día de su muerte.

 Honor y gloria al heroico Teíjeiro que, por su arrojo y destreza, rompió el cerco de Oviedo.

 

El alzamiento en Oviedo

El alzamiento en Oviedo

Fue planeado con antelación a la fecha en que estalló, como parte de una acción general en Asturias. Cuando los Comités del Frente Popular iniciaron los desórdenes, el Comandante militar de Asturias marchó a Madrid a protestar de ello ante el gobierno y Azaña, expresando su convencimiento de que no había autoridades y de que la fuerza pública sería incapaz de contener el alud que se veía claramente venir.

Sin haber obtenido solución alguna satisfactoria, regresó a Oviedo y aprovechó la circunstancia de la entrega de su Bandera al regimiento de Simancas en Gijón, para reunir a la oficialidad de Asturias, exponerle la situación y pedirle tuvieran confianza en él hasta el momento supremo, manteniéndose entretanto en la más discreta disciplina, para evitar pretextos de nuevos traslados y reducciones que debilitaran las fuerzas y su espíritu.

Vista la proximidad de los acontecimientos, se adoptaron en toda Asturias las precauciones siguientes:

1º.- Triplicar la dotación de ametralladoras y municiones de los Regimientos de Infantería de Oviedo y Gijón, instruyendo al personal necesario.

2º.- Dotar de ametralladoras al Grupo de Artillería de Oviedo.

3º.- Trasladar a lugares seguros la totalidad del armamento y municiones existentes en las fábricas, e incluso las piezas sueltas fabricadas, hasta su montaje.

4º.- Dictar instrucciones severísimas a los Comandantes militares y Jefes de fuerzas, ordenando que cualquier Oficial destituyese a su Jefe en cuanto le viese vacilar.

5º.- Reforzar el Destacamento que custodiaba la Fábrica de Trubia.

6º.- Disponer se depositara en los cuarteles de la Guardia Civil todo el armamento de las Corporaciones civiles.

El día 17 de Julio, cerca de la medianoche, tuvo el Coronel Aranda noticias del Alzamiento en Marruecos; y vista la escasez de fuerzas ordenó que durante el día 18 realizasen la concentración sobre sus cabeceras las ocho Compañías de la Guardia Civil existentes en Asturias, cada una de ellas de cerca de 180 hombres. El día 18 inundaron Oviedo las milicias comunistas y socialistas en número de unos 3.000 a 4.000 hombres, todos armados de pistolas, y con 300 ó 400 fusiles y alguna ametralladora de las armas escondidas en 1934. Consultado el Coronel Aranda por el Gobernador Civil sobre la conveniencia d enviar algunos contingentes mineros a Madrid, se manifestó propicio a ello, a fin de librar a la población de esas masas y dar lugar a concentrar sus fuerzas, con la seguridad de que no irían muy lejos, faltos de armamento y mando capaz, y teniendo que atravesar toda Castilla, que se sabía adicta al Movimiento.

Dirigidos y encuadrados por Oficiales rojos de Asalto, salieron aquel día unos 2.000, parte en tren, parte en autobuses requisados, con el armamento precario antes citado, mucha dinamita y unos 200 mosquetones más que les facilitó el Grupo de Asalto, quedando en Oviedo 3.000 ó 4.000 esperando armamento y transportes. Este día 18 se dio reservadamente a la Guardia Civil la orden de incorporar a Oviedo siete compañías, y a Gijón, la octava de su demarcación. El Coronel Aranda fue sigilosamente a Gijón y Avilés para pulsar la situación, trayendo malas impresiones sobre las fuerzas de Asalto de Gijón y las de  Carabineros de Avilés, cuyos jefes eran francamente rojos.

El día 19, a las seis horas y diez minutos, llamó el General Mola desde Pamplona al Coronel Aranda, comunicándole la iniciación del Movimiento en Navarra, a lo que éste contestó que se sumaría en cuanto llegase a Oviedo la fuerza en marcha. De La Coruña, jefatura de la Región Militar (General Salcedo), ni preguntaron nada ni dieron orden alguna. Durante la mañana, los Comités del Frente Popular de Gijón y Oviedo requirieron la entrega del armamento al pueblo (10.000 fusiles, 200 ametralladoras, 100 fusiles ametralladores y 2.000.000 de cartuchos). Ante las excusas dadas, pidieron a Madrid se presionase sobre el Coronel  Aranda y, sucesivamente, el General Castelló, el General Miaja y el Teniente Coronel Sarabia, en nombre de Azaña, reiteraron la orden, que, en definitiva, se recibió por telégrafo a las 16,30 del 19, en el Gobierno Civil.

Informado el Coronel Aranda de haber llegado a Oviedo seis compañías de la Guardia Civil, creyó llegado el momento de actuar, y se evadió del Gobierno Civil. Trasladándose a la Comandancia militar, dio la orden de preparar las fuerzas y marchó al Cuartel de Pelayo para tomar el mando. Antes dio por teléfono al Comandante militar de Gijón la orden de ocupar en los alrededores de la ciudad las posiciones previstas para dominarla, y el Coronel Franco, Director de la Fábrica de Trubia y Jefe de la guarnición, recibió la orden de defenderla hasta donde fuera posible y volarla antes de entregarla. El Comandante militar de Gijón acogió la orden con absoluta conformidad, y el Coronel Franco ofreció garantizar la defensa, pero opuso reparos a inutilizar la fábrica, por lo que fue reprendido y reiterada la orden.

Una vez en Pelayo, el Comandante militar trató, en primer lugar, de atraer al Movimiento a la única fuerza sospechosa, el Grupo de Asalto, por su mando netamente rojo, y para lograrlo llamó al Comandante Caballero, que sabía que estaba oculto en Oviedo, y le comisionó para sublevarlo y ocupar los centros civiles de mando y transmisiones de la población. Dicho Jefe logró apoderarse del cuartel e inutilizar a los oficiales y soldados rojos. En la Central de Telégrafos llegaron a estar frente a frente las fuerzas de la Guardia Civil y Asalto; pero se evitó la rotura del fuego, hasta que, dominados los oficiales rojos de Asalto, sus fuerzas se sumaron al Movimiento. Al mismo tiempo, las fuerzas del Ejército ocupaban posiciones sobre las carreteras de Gijón y Santander.

El pánico de las masas rojas de Oviedo, al conocer la sublevación del Ejército, fue indescriptible: todos los lugares céntricos quedaron cubiertos de camisas, corbatas, insignias y hasta de armas de los milicianos y simpatizantes, que huyeron de Oviedo en todas las formas posibles, tiroteando a la salida el Cuartel de Pelayo, donde suponían se hallaba el Mando militar. Con escasa resistencia fueron ocupándose los Centros oficiales y posiciones cercanas a Oviedo. El Gobernador Civil se negó a rendirse, procurando organizar la defensa del Gobierno civil, y sólo se entregó cuando le abandonaron las fuerzas de Asalto que tenía consigo. De la Guardia Civil llegaron a Oviedo seis compañías, pues la de La Felguera se concentró e hizo fuerte en su cuartel. La compañía de Gijón se concentró sobre la capital.

A las diez de la noche, Oviedo era ya de España y estaba protegido. El Comandante militar se dirigió a Radio Asturias y desde allí lo participó al pueblo de Oviedo, solicitando su cooperación y ofreciendo armas aquella misma noche a cuantos lo deseasen, repartiéndose unos 1.000 fusiles. Poco después participó el resultado al Coronel Pinilla, Comandante militar de Gijón, quien manifestó se había reunido con la oficialidad y acordado no salir con las fuerzas de los Cuarteles de Simancas y Zapadores de El Coto , para evitar se promovieran fuertes disturbios. Sorprendido el Coronel Aranda por esta decisión inesperada, le reiteró la orden de salir cuanto antes a ocupar la población, representándole los perjuicios que el no hacerlo, o simplemente retrasarlo, ocasionaría, ya que las masas rojas estaban prevenidas y reforzadas por las de La Felguera. Así lo realizó la mañana siguiente, con resultado negativo por defección de algunos mandos y, sobre todo, por falta de oportunidad en la ejecución, quedando las fuerzas encerradas en sus cuarteles y la cárcel de El Coto. La Compañía de Asalto se pasó a los rojos  y encuadró la acción de sus masas. El Coronel Franco, Director de la Fábrica de Trubia, de acuerdo con un enviado de Azaña, Comandante Ayza, y utilizando partidas de mineros armados, desarmó con engaños a la Compañía de Infantería de guarnición, y se pasó por completo a los rojos.

En la noche del 19 al 20, se comunicó al General Mola la ocupación de Oviedo y la adhesión al Movimiento. No se tenía noticia alguna verdadera de lo que ocurría en España.

Los voluntarios de la Compañía Bruzo

Los voluntarios de la Compañía Bruzo

 

Aunque todos los combatientes de Oviedo estuvieron a la altura que las circunstancias exigían, hubo algunas unidades que, por el carisma y valor personal de sus mandos, o por la destacada participación que tuvieron en determinadas acciones de guerra, gozaron de una cierta fama entre la población ovetense. Entre ellas estaba la “Compañía Bruzo”, mandada por el capitán de Infantería D. Pedro Bruzo Valdés.

D. Pedro Bruzo había nacido en Córdoba el 29-07-1899, por lo que al producirse  el Alzamiento Nacional, estaba próximo a cumplir los 37 años. Pertenecía a la plantilla del Regimiento de Infantería Milán desde Agosto de 1935, donde había desempeñado diversas funciones. Al estallar la guerra civil, llevaba en Oviedo seis días, pues desde el 13 de Junio al 13 de Julio había estado destacado en Trubia con su compañía, con la misión de proteger la Fábrica de Cañones de esta localidad.

El día 20 de Julio de 1936 participa en la declaración del “Estado de Guerra” decretado por el coronel Aranda y toma parte con su compañía en las primeras acciones bélicas desarrolladas por la guarnición, tales como la salida a Cayés, la salida a la Venta del Jamón en Pruvia y especialmente en el combate de Olivares, en cuya acción su compañía sufrió sensibles pérdidas. Reorganizado el Regimiento, tomó el mando de la 3ª Compañía del 1º Batallón, formada por unos 120 hombres, procedentes de personal de reemplazo, de complemento y de algunas cuotas. Además de este personal, había en la Compañía Bruzo una sección de voluntarios procedente en su mayor parte de Falange Española, aunque también había alguno de Acción popular y de Acción Católica.

Con esta 3ª Compañía participó entre otras, en las acciones siguientes: retirada del puesto de la Guardia Civil de Lugones; toma de El Campón, por cuya acción se concedió a la Compañía un banderín de honor; combates de San Esteban de las Cruces; iniciada la ofensiva republicana el día 4-10-1936, la compañía toma parte activa en las acciones desarrolladas aquellos días, teniendo que retirarse finalmente a la posición del Caño del Águila, donde resultó herido el capitán Bruzo el día 12-10-1936, causando baja hasta el día 16-11-1936.

Es habilitado para el grado de Comandante, pasando a mandar el Tabor de Regulares de Melilla  y una vez roto el frente de Asturias, pasa al frente de esta unidad a la 82 División del Cuerpo de Ejército de Galicia, muriendo en el frente de Teruel  el  13-2-1938.        

Aunque es difícil de precisar qué personas estuvieron como voluntarios  en la Compañía Bruzo, por la movilidad y cambios de unidad que experimentaban, aparte de que algunos voluntarios de primera hora pasaron a la HARKA al crearse esta unidad, hay constancia de que tomaron parte de la Compañía Bruzo, con el carácter de voluntarios, las personas siguientes:  

1.- ALBERDI FERNANDEZ, FRANCISCO       19 AÑOS.

2.-  ALONSO GONZALEZ, MARCELINO,       18         H  21-02-1937

3.- ALVAREZ DIAZ, LAUREANO                  28         H  04-10-1936

4.- ALVAREZ SANCHEZ,  VICTOR               16         H  05-10-1936

5.- ALVAREZ SUAREZ, VICENTE                  18         M  31-07-1936

6.-  ARBESÚ LOPEZ, JOSÉ                         17          H   22-02-1937

7.- ASPRÓN SUERO, LUIS                         18          H  04-10-1936

8.-  CANGAS GARCÍA, ENRIQUE                 49          H  31-07-1936       M  03-08-1936

9.-  CASERO ARECES,  ADOLFO                           Pasó a la HARKA

10.-  CASTAÑO LAVIADA, JOSÉ                                H  07-09-1936

11.-  FDEZ.VILLABRILLE ZAMORA, ENRIQUE

12.-  FORCÉN GARCÍA, FAUSTINO               28

13.-  FRESNO FERNANDEZ, LUIS DEL

14.-  Gª-GUISASOLA LÓPEZ, JOSÉ Mª            17

15.-  GONZALEZ CASTAÑON, BELARMINO        24        H   08-08-1936      M  15-11-1936

16.-  GONZALEZ SANDONÍS, PAULINO            22         H   21-07-1936

17.-  MONTERO ALVAREZ,  CESÁREO             19          H   04-10-1936

18.-  PIDAL GUIHOU,  ALEJANDRO                37          H   31-07-1936

19.-  REBOLLAR CAMPOS,  BLAS                   18          M   01-10-1936

20.-  REY CUETO, MANUEL DEL                      32         M  12-10-1936    Pasó a la HARKA

21.-  RIEGO FERNANDEZ,  IGNACIO DEL          20

22.-  RIEGO FERNANDEZ, JOSÉ Mª                               H   31-07-1936

23.-  RIVERO ROZADA,  FERNANDO                             M  26-11-1936

24.-   RODRIGUEZ FERNANDEZ, EMILIO           22          H   31-07-1936

25.-  RODRIGUEZ GARCÍA,  TOMÁS                26

26.-  RODRIGUEZ GONZALEZ,  SILVINO                        H  04-10-1936

27.-  SAAVEDRA ALVAREZ,  RAMÓN                              M 03-09-1936  (estaba en el calabozo del Milán arrestado y lo mató una bomba).

28.-  SANCHEZ CABEZAS,  LUIS                      20        H   06-10-1936

29.-  SUAREZ MUÑIZ,  JOSÉ MANUEL                 20        H  04-10-1936

30.-  SUAREZ SAMPEDRO,  ARTURO                  37        Pasó a la HARKA

31.-  URIBE Y AGUIRRE, LUIS DE                      41

32.-  VALDES MORAN,  AMADOR                       26         M  13-10-1936

 

Como se ve por la anterior relación, la mayor parte de los voluntarios eran gente muy joven, abundando los de menos de 20 años, que se comportaron con una gran valentía como lo demuestra el hecho de que de los 32 voluntarios citados, 22 de ellos (aproximadamente el 69%) fueron baja por haber resultado muertos o heridos durante la campaña.

 


"LOS DEFENSORES DEL CERCO DE OVIEDO", de Guillermo García Martínez.

 

¿Por qué nos avergonzamos los ovetenses del sitio de Oviedo?

¿Por qué nos avergonzamos los ovetenses del sitio de Oviedo?

A Mariano Montero Álvarez, defensor de Oviedo (1918-2010)

Por Silvia Ribelles (Los Ángeles (California))

Mariano Montero, que murió el pasado 11 de marzo de 2010 en Oviedo, había nacido en Linares del Puerto, Lena, en agosto de 1918, pero desde 1927 vivía en Oviedo con toda su familia. Su padre, Francisco Montero, era ferroviario, y todos sus hermanos, salvo el mayor, que nació en Herías, nacieron en las estaciones de tren entre Pajares y Campomanes. Eran 13 en total, 7 hombres y cinco mujeres. Mariano hacía el número 11. Se trataba de una familia muy católica, muy tradicional, donde su madre, María, siempre puso mucho empeño en que sus hijos tuvieran estudios para que pudieran medrar en la vida. Todos los hijos varones fueron a escuelas de dominicos, donde aprovecharon los estudios con mayor o menor beneficio.

Constante, el cuarto, llegó a ordenarse en Valladolid como dominico, y en 1935 partió a Formosa (el actual Taiwán), pasando por la costa Este de los Estados Unidos, donde vivió dos años, estudió Teología y aprendió inglés. En Taiwán, donde llegó en 1937, trabajó de misionero hasta el año 2006, en que murió. Sufrió en sus carnes la invasión japonesa, y una de las historias que más me gustaba oírle contar era cuando le tocó dar confesión a un kamikaze a punto de salir en una misión suicida. Constante está enterrado en la isla.

Pero éste no es el único Montero singular. El tercer hermano, Luis, en contra de las tendencias políticas de su padre y de todos sus hermanos, se afilió al PCE en el año 1936, e hizo la guerra con la República, el único de todos los hombres y mujeres de su casa. Se exilió y estuvo en Francia, donde, tras muchas calamidades, llegó a formar parte de la dirección del PCE en el París ocupado, además de ser el jefe del Segundo Destacamento Español de Francotiradores y Partisanos, que llevaron a cabo numerosos sabotajes contra el invasor. Fue detenido a finales de 1942 y deportado a un campo de concentración nazi, donde se integró en el movimiento clandestino y llegó a convertirse en secretario general de PCE dentro del campo, del que salió con vida en mayo de 1945. Fue condecorado con la medalla de la Resistencia. Fiel al PCE, entró en Asturias en el año 1948 para reorganizar a los guerrilleros. Desapareció en 1950. Nunca se ha vuelto a saber de él, aunque todo apunta a que fue purgado por el partido.

No se vayan todavía, aún hay más. José Antonio, el séptimo, tras hacer la guerra en España, defender Oviedo y marchar sobre Madrid, se alistó voluntariamente en la División Azul. Participó en la batalla de Krasny Bor en los arrabales de Leningrado (actual San Petersburgo), donde fue gravemente herido. Fue repatriado a España en un tren hospital. Recibió una Cruz de Hierro, entre muchas otras condecoraciones. Aún tiene metralla soviética en el cuerpo.

Cada uno de estos tres hermanos había sido protagonista en uno de los tres frentes de la Segunda Guerra Mundial: Luis en el Oeste, José Antonio en el Este y Constante en el del Pacífico. Y pensarán ustedes, ¿y Mariano? Bien, Mariano fue también protagonista de un frente de la guerra de España, y de la guerra de Asturias, que, desgraciadamente, adolece de falta de un estudio serio y en profundidad que la coloque en el sitio que se merece en la historia de nuestra Guerra Civil. Pero lo que es peor aún, fue un acto de valor de muchos ovetenses del que, lamentablemente, parece que se avergüenzan.

Mariano contaba 17 años cuando el coronel Antonio Aranda Mata proclamó en Oviedo en el verano de 1936 que se sumaba al levantamiento en contra del Gobierno, quedando la ciudad como una minúscula isla nacional en un mar republicano. Falangista, Mariano no dudó en alistarse con los efectivos civiles que defendieron la ciudad. Oviedo, que aún estaba lamiéndose las graves heridas recibidas durante el levantamiento en contra del Gobierno de Octubre de 1934, no estaba dispuesta a dejarse destruir de nuevo. Aranda organizó efectivamente la defensa de la ciudad, que fue rápidamente rodeada por numerosas tropas republicanas. Contaba el coronel con 3.300 hombres, de los que 1.300 eran civiles voluntarios (entre los que se encontraba Mariano), 600 o más eran mayores de 45 años. Aranda sabía que Oviedo significaba para los sitiadores mucho más que un objetivo militar, era una obsesión que mantuvo un muy elevado número de tropas alejado de otros frentes más importantes que podrían haber cambiado, tal vez, el resultado de la guerra y el curso de la historia. No en vano, el editor del periódico socialista «Avance» de Gijón escribió en febrero de 1937: «Cada piedra, cada sendero, cada ángulo de mampostería con sus heridas no cicatrizadas, cada recodo de la tierra, cada palmo de este suelo de Oviedo está lleno de sugerencias heroicas y manchas de sangre de los camaradas no vengados aún». Oviedo tenía que ser aplastada.

La ciudad quedó sitiada por 90 días, durante los cuales su población fue bombardeada sin cuartel. A partir del 21 de octubre de 1936 el sitio se convertiría en asedio, gracias a un precario pasillo que, como un cordón umbilical, abastecía a la ciudad de víveres, suministros y hombres. El asedio duraría hasta prácticamente el final de la guerra en el Norte, el 21 de octubre de 1937, y fue un frente que jamás estuvo inactivo hasta que cayó Asturias. Durante los tres primeros meses de guerra, cuando la ciudad estuvo totalmente incomunicada, la aviación republicana realizó 130 bombardeos, de ellos 120 sobre la población, algunos llegaron a durar hasta 13 horas. Oviedo recibió, además, un total de 120.000 proyectiles de cañón. Fue un Guernica de enormes dimensiones del que nadie se acordó.

Y fueron jóvenes como mi tío Mariano los que supusieron una pieza clave en la defensa de la ciudad, de su ciudad, a la que amaban y en la que vivían. Pero el elemento civil no sólo se contaba entre los hombres. Las mujeres jugaron un papel importantísimo en la defensa de Oviedo. Se ocuparon de mantener todas las posiciones de la ciudad abastecidas de comida. A falta de las raciones de intendencia militar, las mujeres preparaban los guisos para los soldados en las cocinas de sus casas. Además, fueron muchas las que se presentaron como enfermeras voluntarias en el hospital y en las clínicas que surgieron por toda la ciudad para atender al abrumador número de heridos. Así lo hicieron las tres hermanas mayores de Mariano: Pura, Angelines y Maruja. Además, recayó sobre los hombros de las mujeres ovetenses la responsabilidad de atender a sus familias, hacer las interminables colas del agua, del racionamiento, y mantener la moral alta en una ciudad continuamente castigada por los sitiadores.

Me encantaba escuchar a mi tío Mariano contar historias. Cómo una vez, defendiendo una de las posiciones en el casco de la ciudad, en lo que hoy es la calle del Marqués de Pidal, una de las bombas enemigas cayó sobre un almacén. Volaron por el aire salchichones y chorizos. Mariano y sus camaradas no dudaron en dar cuenta de aquellas viandas que les llovían del cielo como el maná. Siempre me lo imaginé sentado detrás de una ametralladora, con una mano apretando el gatillo, y con la otra llevándose un salchichón a la boca arrancando enormes trozos con sus dientes. En otra ocasión, en la posición de El Mercadín, defendida en aquella ocasión por un sargento del Milán apellidado Garrote y por tres o cuatro soldados y siete falangistas, entre los que se encontraba Mariano Montero, una granada enemiga cayó entre él y su camarada. Con una temeridad propia sólo de un valiente Mariano se abalanzó sobre la bomba y la devolvió a las líneas enemigas, donde explotó.

Fue para él siempre un honor contarse entre aquellos aguerridos ciudadanos que defendieron su ciudad, sus casas, sus familias y su ideales, que habrá a quienes les parezcan mejores o peores, pero siempre les fueron fieles y los defendieron hasta la muerte. Y eso es lo que cuenta. Efectivamente, muchos lo pagarían con la vida. De los 3.300 hombres con los que contaba Aranda al principio de la guerra, 2.700 morirían durante el sitio, lo que supuso el 81 por ciento de los efectivos totales. En cuanto a la población civil, hubo 2.000 muertes, algunas, víctimas de la epidemia de tifus que se desató en la ciudad. Todos los defensores recibieron la Cruz Laureada de San Fernando Colectiva, de la que Mariano estaba muy orgulloso. Cuando terminó la guerra mi tío colgó el fusil y decidió reincorporarse a la vida civil. Trabajó para la Renfe en Oviedo, luego para Alsa. Fue concejal del Ayuntamiento de Oviedo durante el régimen de Franco. Era, además, miembro de la Hermandad de Defensores. Vivió prácticamente toda su vida en Oviedo, que siempre consideró su ciudad, a pesar de no haber nacido allí. Fue siempre fiel seguidor del Real Oviedo. Tras pasar unos años en Badajoz por motivos de salud, regresó a Oviedo, tras la muerte de su mujer, en el ocaso de su vida, a morir.

Y yo me pregunto, si los republicanos hubieran estado dentro del cerco y los nacionales fuera, ¿acaso no tendríamos ya una calle a los Defensores de Oviedo? ¿Por qué negar que aquella defensa fue un acto heroico? Hubo, en tan sólo tres meses, casi 5.000 muertes entre los ovetenses. La destrucción de la ciudad fue casi total. No podemos olvidar, además, que el hospital de Oviedo fue bombardeado por una orden del Estado Mayor del Ejército del Norte el 23 de febrero de 1937. Pero ¿acaso somos tontos los ovetenses? Si alguien tiene el valor de decir que Oviedo no fue una ciudad brutalmente atacada, que lo diga. Si alguien tiene el valor de decir que los ovetenses no sufrieron y murieron defendiendo su ciudad, que lo diga. Si alguien tiene el valor de proponer que se ponga una calle de Oviedo a sus defensores, que lo diga. Yo, como ovetense, lo digo, y quiero pensar que no soy la única.

Lo que más pena me da es que mi tío Mariano ya no esté aquí para verlo.

Publicado en LNE (28-06-2010)

El bombardeo del Hospital de Oviedo del 23 de febrero de 1937

El bombardeo del Hospital de Oviedo del 23 de febrero de 1937

 

Cuando al tercer día de la impetuosa ofensiva desencadenada sobre Oviedo por los rojos, fueron convenciéndose de que, pese al alud de material de guerra y humano lanzado sobre la capital del Principado de Asturias, ésta, haciéndoles frente con su ya legendario denuedo, no se rendía, no cedía, y una vez más rechazaba su empeño, terminaron su fracasada intentona, como de costumbre, renunciaron a insistir en el ataque a las líneas defensivas, ya que éstas no se dejaban tomar, se dedicaron a bombardear a la gente pacífica e inerme. Merecido castigo a población tan insensible a la doma.

Pero esta vez la rabia era excepcional, y excepcional fue también el desquite tomado. Les parecía poco, sin duda, el acostumbrado cañoneo sobre la población civil y sus viviendas y la considerable cantidad de munición gruesa que habían de invertir en ello, y decidieron dedicarla a ser lanzada con toda precisión, con todo encono, contra el Hospital Provincial de Oviedo, harto ocupado a la sazón de heridos y enfermos, civiles y militares.

La orden de "Ladreda", jefe de la 8.ª Brigada en el sector de La Manjoya, fue tajante: "el enemigo reconcentrado en el Hospital; hagan fuego de artillería".

Y efectivamente, sin miramiento alguno para aquellos que estaban enfermos o heridos, militares o civiles, y no podían valerse por sí mismo, el Hospital Provincial de Oviedo, fue bombardeado.

Las explosiones retumbaban hundiendo techos, rompiendo paredes, deshaciendo ventanas y cristales, llenando todo el humo, polvo y escombros.

Los médicos, monjas y enfermeros se afanaban a prestar auxilio a los hospitalizados. Saltaban los heridos o enfermos de sus camas en desesperada busca de salvación.

En una sala, repleta de heridos y enfermos, hasta por los suelos, explotó una granada matando a la mayoría de los que la ocupaban, los que quedaron con vida fueron trasladados a otras salas más bajas.

En un quirófano explotó una granada matando a todos los ocupantes. Otra cayó en el laboratorio de farmacia iniciándose un incendio.

La artillería roja bombardeó a más y mejor el Hospital, tirando sobre el Hospital a tiro directo, y haciendo sobre él, como era de esperar, magníficos blancos.

Los grandes y bien visibles signos indicadores del humanitario y exclusivo destino del edificio, contribuían, no poco, a afinar la puntería de los artilleros rojos.

Las granadas llovían sobre el Hospital, sobre todo el edificio, sobre las puertas y las vías de acceso. Herido hospitalizado hubo al que, acabado de serle quirúrgicamente amputada una pierna, un cañonazo le seccionó la otra.

Los cadáveres se apilaban por toda las partes.

El "Páter" impartía la absolución por todas las salas.

Hubo que disponer una evacuación del Hospital sin demora. A poco que se tardase, la evacuación sería de muertos, no de heridos o enfermos.

Cuando la evacuación del Hospital, aún en tales dantescas condiciones, se llevaba a cabo, cuando la gran masa de hospitalizados, los que no quedaron allí víctimas, habían sido trasladados a las ambulancias y éstas marchaban en busca de locales menos conocidos que el Hospital cañoneado, la artillería roja, con visión de los lugares y de los movimientos que constituían el objetivo de su predilección, apartó la vista del Hospital y se dedicó a cañonear concienzudamente e implacablemente, la ruta de retirada de las ambulancias...

Y a los hospitales improvisados en las iglesias de las Salesas y San Isidoro y el Círculo Mercantil de la calle del Marqués de Santa Cruz, llegaron los que pudieron.

Aquellos otros heridos o enfermos imposibilitados para andar, se arrastraban pidiendo ayuda para que los hicieran llegar al "Parque de San Francisco", donde, al amparo de los árboles, se creían a salvo de salvaje bombardeo.

A mí me tocó estar en el Hospital bombardeado. Llegó al Cuartel de Falange un telegrama "urgente" para el jefe de Falange de Oviedo, que me entregaron, como jefe de la Falange de Enlaces, para que lo hiciese llegar al Jefe provincial. Como estaba bombardeado el Hospital por donde había que pasar para llegar al parapeto que, como voluntario, estaba el Jefe provincial, pensé, y creí, que debería de ser yo quien se lo llevase, y así lo hice.

Al regresar al cuartel, después de haber sido entregado el telegrama, al pasar otra vez por el Hospital bombardeado, oí una voz que me decía: "Chavalín", "chavalín", ayúdame. Miré por todas partes y no vi a persona alguna, pero las veces seguían.

Volví a mirar hasta que, en un momento, vi una mano que me indica donde estaba quién me llamaba. Corrí a su encuentro y vi a una persona anciana que me pedía que la ayudase para poder llegar al Campo de San Francisco, que estaba muy cerca de Hospital, donde pensaba que estaría más resguardada del bombardeo. Y así lo hice. Cogida de mi brazo, y casi a rastras, llegamos al Campo de San Francisco, dejándola bajo los árboles, donde ya había más enfermos o heridos.

Al regresar al Cuartel pensé que otros enfermos o heridos podían necesitar mi ayuda, y volví al Hospital. Los médicos, monjas y enfermeros, hacían ímprobos movimientos para alejar de aquel infierno a todos los que más pudieran. Me puse a ayudarlos como pude y, horas más tarde, se pudieron sacar del Hospital bombardeado, a todos los heridos o enfermos, civiles o militares, que quedaban.

Por desgracia casi un centenar de heridos y enfermos se quedó allí para siempre, víctimas de aquel terrible bombardeo.

Ensangrentadas mis manos y mi ropa, llegué a mi casa. Al entrar y verme así me madre, se asustó y me preguntó si estaba herido. Le dije que no, y le conté lo que había sucedido. Me oyó muy atentamente y cuando terminé de contárselo, se acercó a mí y me dio un beso, que aún llevo grabado en mi corazón.

Que nos hablen a los ovetenses de Guernica...

Fermín Alonso Sádaba, el más joven defensor de Oviedo. 

La Harka de Oviedo, unidad de élite.

La Harka de Oviedo, unidad de élite.

La Harka de Oviedo fue una unidad de choque creada durante el cerco, formada por voluntarios de Falange Española de Oviedo capital, Gijón,  Noreña y otros puntos de la provincia. Su organizador fue el capitán de Intendencia, procedente de la Fábrica de Trubia, D. Luis de Santiago, el cual puso –hacia el día 6 de Agosto de 1936- un anuncio en el cuartel de Santa Clara solicitando voluntarios para organizar una compañía de vanguardia que se llamaría la Harka, nombre árabe que significaba “agrupación militar temporal de voluntarios irregulares”. Su objetivo era contar con una fuerza segura y decidida que, mantenida en reserva hasta el último momento, expulsara de la población a quien lograra penetrar en ella.

¿Cuántos voluntarios acudieron al llamamiento del capitán De Santiago?.

El propio Aranda afirma, al respecto, lo siguiente: “A este fin se reunieron hasta 160  voluntarios civiles, jóvenes y decididos; ellos mismos se nombraron los mandos. Cumplieron como héroes; murieron todos los mandos, menos uno, y del total restan 16 hombres”.

El Jefe Local de F.E., Celso García de Tuñón, dice: “A primeros de Agosto el coronel Aranda me encarga forme un grupo de 50 falangistas decididos, como fuerza de choque para acudir a cualquier eventualidad, misión que cumplí a los pocos días. Este grupo fue el origen de la Harka”.

Existe cierta disparidad en cuanto al número exacto de componentes de la Harka de Oviedo, pero posiblemente rondaran el centenar y las bajas fueran en todo caso superiores al 80%.

Respecto a su procedencia, se trataba en general de gente joven (algunos de 15 años), procedentes de la clase media. Entre los de edades comprendidas de 20 a 30 años, había médicos, farmacéuticos, abogados, ingenieros… Los más jóvenes eran estudiantes y entre los procedentes de pueblos de la provincia había también obreros.

 

ORGANIZACIÓN.-

Después de unos días de entrenamiento en el manejo de armas y explosivos (especialmente en bombas de mano), marcharon a la primera línea de combate, siendo su primer destino en la zona del Mercadín.

Básicamente, la Harka quedó organizada de la siguiente forma:

Jefe de la Harka: Capitán de Intendencia Luis de Santiago Sánchez.

2º Jefe de la Harka: Teniente de Complemento Ángel Romo Raventós.

Alférez: Voluntario Manuel Sáenz de Santamaría, ingeniero de Minas.

Alférez: Voluntario Primitivo Vallina Arbesú, de la Falange de Noreña.

Sargento: Voluntario Fernando Cienfuegos Bernaldo de Quirós.

Sargento: Voluntario Manuel Domingo Martínez, (a) El Legionario.

Sargento: Voluntario Antonio Castells de la Huerta, ingeniero de Minas y director del Diario Región.

Sargento: Voluntario Manuel del Rey Cueto.

También había cabos y jefes de escuadra que, al producirse bajas, pasaron al empleo de sargento.

Los servicios sanitarios estaban a cargo de Paulino Moreno Rozada, y el capellán de la Harka era D. José González Muniellos, párroco de Olloniego.

Según la opinión de los propios harkeños, el jefe real de la Harka era el Alférez Manuel Sáenz de Santamaría.

Por su juventud, vestimenta y por el aspecto personal de algunos harkeños, pero especialmente, por su valor temerario, la Harka gozó del favor y la simpatía de la población ovetense, que los ovacionaba cuando desfilaban por las calles de Oviedo camino de las posiciones avanzadas, con sus cobertores en bandolera, su vestimenta varia y multicolor y cantando su himno. Uno de ellos se dejó una perilla puntiaguda, bigotes rizados y melena, tocándose la cabeza con un sombrero de mosquetero; otro llevaba unas enormes espuelas mejicanas, etc. La pareja Galarza-Cienfuegos era la más llamativa de la Harka, por lo dicho anteriormente.

Pérez Solís dedica en su obra “Sitio y defensa de Oviedo” unas pocas líneas a la Harka a la que describe así: “La Harka de Falange Española que mandaba el capitán Santiago, era, además de la unidad más bulliciosa y pintoresca de todas las de voluntarios formadas en Oviedo, un conjunto de mozos algo chiflados, pero valientes hasta la temeridad, y un poco aficionados a empinar el codo y a cazar volátiles o lo que se terciara”.

Por su parte, L.P. Rubinat en su obra “Defensa y liberación de Oviedo”, dice de la Harka lo siguiente: “…Además las fuerzas, de vez en cuando, daban golpes de mano apoderándose de diferentes posiciones del enemigo, distinguiéndose en esto una columna de unos 130 voluntarios, denominada la Harka, que realizó hechos de gran valentía y heroísmo. De estas fuerzas sólo quedaron unos treinta supervivientes, pues los otros fueron cayendo poco a poco en las diferentes incursiones que realizaban, especialmente por la noche, en el campo enemigo, causando a los rojos gran número de bajas. Como arma sólo utilizaban el cuchillo y las bombas de mano en la mayor parte de su destacadísima actuación”.

Lo que pensaba  Aranda sobre la Harka y lo que deseaba para ella, queda reflejado en las siguientes palabras: “En la Harka hay que dejar a los hombres con todas sus cosas buenas y sus cosas malas. Yo he mandado harkas y quiero una harka como las que yo he mandado. Una harka donde haya mucho corazón, sobre todo, mucho corazón, amor a España, disciplina. Que le mande a uno tirarse de cabeza y se tira; el harkeño debe obedecer sin vacilar. Pocas cosas en la cabeza, pero mucho, repito, mucho corazón. La harka ha de aumentar en un 50% su cantidad. Su calidad, es imposible”.

LUGARES DE ACTUACIÓN DE LA HARKA EN EL CERCO DE OVIEDO

La Harka estuvo destinada, principalmente, en las posiciones siguientes:

Inicialmente, estuvo en el Sector del Mercadín, desde mediados de Agosto hasta el 23 de Septiembre. En este día participa, junto con la Guardia Civil y una sección de la 18ª Cía. De Asalto, en la toma de Abuli y posterior consolidación de esta conquista, extendiéndose su acción hasta las proximidades del Monte San Cristóbal y Otero.

Al desencadenarse la ofensiva roja del  4-10-1936 e iniciarse días después el repliegue de las distintyas posiciones avanzadas, la Harka pasa a la defensa de la Fábrica de Armas, ocupando los chalets donde vivían los oficiales de la fábrica, convirtiendo dichos edificios en fortalezas inexpugnables.

Por orden sorpresa de Aranda pasan al depósito de máquinas del ferrocarril del Norte en La Argañosa, en cuya posición, durante los días 12, 13 y 14 de Octubre, resisten sin tregua ni descanso día y noche, sufriendo numerosas bajas. Al ordenarse una nueva retirada, pasan a la llamada “Casa Ceñal”, siendo luego trasladaos a contener la avalancha roja que amenazaba con penetrar en Oviedo por la calle de la Magdalena. En este lugar, en unión con otras fuerzas nacionales, defienden la manzana de casas formada por las calles Magdalena, Gastañaga, Campomanes, Arzobispo Guisasola y El Campillín, logrando frenar la penetración de los milicianos, aunque a costa de nuevas pérdidas humanas y de incendiar todo el barrio. Al penetrar en Oviedo las columnas de liberación, los componentes de la Harka que quedan en armas, estaban en la zona del puente de La Argañosa. En los días que siguieron a la liberación de la ciudad, los harkeños siguieron luchando en las diferentes acciones que se llevaron a cabo para recuperar parte de las posiciones perdidas, sufriendo nuevas bajas.

 

DESTINO DE LOS HARKEÑOS

Después de levantado el Cerco de Oviedo, los componentes de la Harka siguieron prestando sus servicios en la ciudad y participando en los combates desarrollados en ella. Posteriormente fueron llevados por el general Aranda a su cuartel general de Malleza, como una especie de escolta personal. Los que tenían estudios se incorporaron  a las Academias Militares y se hicieron alféreces provisionales, participando en el resto de tiempo que duró la guerra en los combates desarrollados en diversos puntos de España. Alguno marchó para la División azul, y otras siguieron en el Ejército, haciendo de la milicia su forma de vida.

 

(DEL LIBRO “LOS DEFENSORES DEL CERCO DE OVIEDO” DE GUILLERMO GARCÍA MARTÍNEZ)

José Antonio Montero, defensor de Oviedo y divisionario.

José Antonio Montero, defensor de Oviedo y divisionario.

 

El último asturiano de la División Azul

José Antonio Montero tiene 96 años, vive en Gijón y es quizá el único superviviente asturiano de cuantos participaron en la División Azul, el grupo de combatientes españoles que durante la II Guerra Mundial fue hasta la Unión Soviética para luchar contra el comunismo desde el bando de la Alemania nazi. Hijo de un ferroviario muy religioso, como él, con numerosísima prole; telegrafista de profesión y padre, a su vez, de una amplia familia, fue herido cuatro veces -dos de ellas de extrema gravedad- mantiene una memoria y una vitalidad prodigiosas y habla de sucesos terribles con una objetividad y humanidad dignas del mayor elogio.

Montero nació en noviembre de 1913 «en Pajares del Puerto» en una familia con quince hijos. Era el séptimo, solo queda él. La madre «muy luchadora», hija de un labrador rico y al tiempo, capataz de peones camineros. De La Frecha, la aldea de Juanín Muñiz Zapico, el líder de CC OO en la transición; «se querían mucho las dos familias». Renfe daba casa y terrenos para sembrar así que tenían vacas, gallinas, conejos...

El padre, de Puente de los Fierros. De críos, José Antonio y sus hermanos iban en tren desde Campomanes, donde vivían, al colegio de los maristas en Pola de Lena. Padre ferroviario, billete gratuito. «Buena leche, abundante mantequilla, comida sana, rosario diario y en casa a las nueve de la noche» así resume la infancia donde, quizá, se labró el secreto de su longevidad.

El padre, capataz de vías y obras, ascendió a sobrestante -encargado de cuidar vías y túneles- y se fueron todos a Oviedo donde José Antonio estudió «delineante, con don Francisco, en la escuela industrial que estaba cerca del Fontán».

Vivían al lado de los Pilares en unos chalet de la Renfe. Iba con sus hermanos a la Acción Católica de San Juan. «Parchís, damas, santo rosario y para casa».

Pero todo se torció. «A nosotros nos llamaban cavernícolas y nosotros a ellos, comunistas. A la salida de San Juan nos esperaban para darnos palos. A puñetazos nos defendíamos pero tenían unas porras hechas de cables y con una bola de plomo. Corríamos como demonios mientras nos daban. Ya en casa nuestra madre venga a curarnos».

En la revolución de octubre del 34 cayó una bomba en la casa familiar que le alcanzó. Acabó en un sanatorio donde le sacaron un puñado de trozos de metralla. Y estalló la guerra civil. «Nuestros padres nos reunieron. Estoy cansada de curaros, dijo nuestra madre. No hacéis nada malo y esos sinvergüenzas os pegan. Creo que José Antonio» fundador de Falange «es un hombre muy bueno».

Fue con dos hermanos al cuartel del Milán. Se alistó en la compañía del capitán Janáriz, «una persona excelente». Cayó herido en la posición de Pando, cerca de Fitoria, donde, entonces, había un túnel de la Renfe. «Ellos tenían fusiles checos, me salvó el casco».

El 21 de febrero de 1936, en el clímax de los ataques sobre Oviedo, le cayó «una bomba a los pies» y resultó herido muy grave. Restablecido, los tres hermanos ingresaron en una academia militar de Jerez, confiada a profesores alemanes. Uno murió, después, en la batalla de Teruel «donde está enterrado el pobrecito».

Montero estaba con su unidad en Villaviciosa de Odón cuando les avisaron que se derrumbaba el frente de Madrid. «Fuimos recibidos con abrazos y besos, tremendo». Le destinaron a aviación, a una bandera paracaidista. En el primer salto quedó colgado de un árbol. Estalló la segunda Guerra Mundial, solicitó incorporarse a la División Azul «y a los dos días me llamaron».

En Alemania les cambiaron los uniformes y de cabeza al frente del río Voljov, ya en Rusia. Y después, a los arrabales de Leningrado. Allí se libró «la batalla más dura de la División Azul. Había una cantidad de bajas enormes. Un infierno, nevadas terribles con temperaturas de hasta 40 grados bajo cero. Se me congeló la nariz, las pasé moradas. Un centinela que no puso bien el gorro fue a cogerse una oreja y se quedó con ella en la mano, completamente helada. Caí herido muy grave, me daban por muerto».

Le recogieron los servicios sanitarios «que tenían tanques ambulancia en primera línea, con sangre, médicos y enfermeras. Allí mismo me hicieron una transfusión si no la palmo en unos minutos. Está muy pálido, ponle sangre, oí decir. Me dieron dos litros. Los alemanes eran el no va más de la organización. Total, estuve seis meses en la División Azul, manejando cañones antitanque y ametralladoras. Los rusos son muy valientes y buenos combatientes. Avanzaban como hormigas pegados a sus tanques pero, la verdad, iban borrachos como cubas. Una vez les cogimos muchas cantimploras con vodka y estuvimos no se cuantos días bebiendo. Perdí fotografías y de todo cuando me evacuaron herido».

En la retaguardia, más transfusiones «y al mes, como tenía una importante mutilación con un coeficiente del 50 por ciento, con una pierna y un brazo afectados y todavía con metralla dentro, me evacuaron a España. Primero, Vitoria y después a Madrid. Me sacaron cuatro trozos de hierro y me dejaron otro cerca del corazón, en un sitio muy peligroso. Me arreglaron un brazo, me pusieron nuevo pero con un año de convalecencia».

José Antonio Montero comenta que se alistó en la División Azul «porque un militar sin guerra es un obrero parado; porque los alemanes nos ayudaron en la guerra, se portaron muy bien y había que corresponder; y además porque estaba hasta el gorro de oír que Rusia era un país donde se vivía muy bien y quería verlo. En buena hora lo dije. Me tocó tomar los sitios más difíciles y pobres, con gente de lo más buena que vivía fatal. Tenían encima al comisario político, siempre con dos pistolas, que los maltrataba. No había higiene, las casas apenas con una estufa. Dormían vestidos. Terrible».

Tras la guerra se casó «con una gran mujer de los Fano de Oviedo. Me dio siete hijos modelo. Falleció hace veinte años. Pasé a mutilado permanente. Solicité un puesto en telégrafos que se cubrían con militares. Me destinaron a Luanco. Cinco años. Había poco trabajo, pescaba. Y para que estudiasen los hijos me vine, ya jubilado, a Gijón».

Por su participación en la División Azul, en el 18 Batallón, cobra una pensión de Alemania. Pero España no le paga. «Cobré de Alemania desde que me dieron el alta. Tras perder la guerra dejaron de pagarnos pero volvió la paga a los tres años y con los atrasos. Son muy honrados. Me la acaban de subir. Tenía que cobrar la pensión española y la alemana. Los dos gobiernos se pusieron de acuerdo para unirlas y que pagase la mitad cada uno. Ahora recibo 175 euros mensuales, que está bastante bien, de pensión de Alemania pero no de España, me la quitaron los socialistas. Me queda la media pensión alemana, la pensión de telecomunicaciones y la del empleo como militar».

«Recibo 175 euros al mes de pensión de Alemania, pero no de España, me la quitaron los socialistas»

 

Publicado en La Nueva España (04/07/2010)