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DEFENSORES DE OVIEDO

Quince meses de infierno

Quince meses de infierno

Por Esteban Greciet

 

Avanzo la sospecha de que la Guerra Civil en España -que trató de ganar Zapatero con su memoria histórica y 75 años de retraso- la perdieron en Asturias los llamados «rojos» no sólo por su obsesión en tomar una pequeña ciudad como Oviedo (que el periodista de «Avance» Juan Antonio Cabezas llegó a calificar de invulnerable) sino también, al decir de los expertos, a causa del mal planteamiento militar del caso por los sitiadores.
Un gran ejército de superioridad aplastante en hombres y material, con todos los apoyos y suministros nacionales y extranjeros, estuvo empantanado quince meses cruciales alrededor de un Oviedo decidido a resistir mientras los conocidos como «nacionales» avanzaban sobre el mapa de España.
¿Qué hubiera pasado si el grueso de esas fuerzas y su gigantesco aparato bélico se hubiera derramado hacia el Sur para enfrentarse al ejército de África?... No es difícil imaginarlo.
Lo que sí afirmo sin temor de errar es que los llamativos casos de Santa María de la Cabeza, Guernica o el Alcázar de Toledo, con todo su dramatismo, no admiten comparación con la gravedad y la repercusión que tuvo la gesta de Oviedo para sus sufridos habitantes y en el desarrollo de los acontecimientos nacionales.
Cortados el teléfono, la luz y el agua, con una epidemia de tifus que se llevó por delante mil vidas, la escasez de víveres y medicamentos, un cañoneo constante sobre la población civil, los bombardeos de la aviación y el hostigamiento permanente desde noviembre del 36 sobre el precario pasillo a Grado, no es hipérbole señalar que todos los ovetenses -defensores, civiles e impedidos- vivieron en un verdadero infierno.

 Cinco grandes ofensivas se abatieron sobre la ciudad. La de septiembre del 36 fue muy violenta y causante de numerosas víctimas; en ella, se produjo la tragedia de la casa del Chorín en Foncalada, donde una bomba de aviación alcanzó por el patio de luces el sótano donde se guarecían mujeres, ancianos y niños, causando casi 80 muertos y 40 heridos.
En la gran ofensiva de octubre, que a punto estuvo de conseguir sus objetivos («Termina Sagunto y empieza Numancia», sentenciaba Aranda), destacó la batalla de la Loma del Canto, posición clave para tomar la calle Uría, espina dorsal de la ciudad, donde corrió la sangre a raudales por los dos bandos.
En noviembre, la explosión del polvorín de Uría causó no menos de 22 víctimas mortales y 60 heridos, sin olvidar la ofensiva del mes y su ataque a la cárcel que ocasionaba 21 fallecimientos, entre otros muchos episodios sangrientos y destructivos.
La terrible ofensiva de febrero de 1937 incluyó el bombardeo intencionado del Hospital, una verdadera carnicería que originó escenas dantescas de muerte y desolación con centenares de víctimas y de amputaciones. En agosto todavía hubo otra ofensiva final que terminó en desastre.
Total, miles de muertos y de mutilados, la mayoría civiles, y más de dos tercios de los edificios destruidos, empresas, comercios, instituciones… Casi todas las familias de aquel Oviedo tuvieron bajas que lamentar.

 ¿Quiénes eran los buenos? ¿Quiénes, los malos? Da igual, en la ciudad había de todo, pero se puede jurar que, ideologías aparte, los que pagaron las más duras consecuencias fueron los ovetenses de las clases modestas, que pusieron la mayor parte de los muertos, de los huérfanos, de las viudedades, de los hogares perdidos y las vidas destrozadas. Y todo ello cuando apenas la vieja capital del Principado empezaba a levantar cabeza tras los desastres de la Revolución del 34 (contra la legalidad republicana, no se olvide).
Cabe preguntarse ahora por qué no se le dio a la gesta de Oviedo la importancia que tuvo. Y si fueron las diferencias de Aranda con Franco las causantes de esta tan injusta falta de reconocimiento histórico.

 

 

Publicado en el diario La Nueva España 

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